A la edad de dieciséis años a Elisa le diagnosticaron que había nacido sin útero.
«Sólo podrás ser tía y amante, ningún hombre te querrá como esposa», le dijeron en aquel pueblo lleno de miseria. A la edad de veinticuatro años Elisa había estado con la mitad de los hombres del pueblo, que derramaban en ella tanta oscuridad como culpa.
A los treinta Elisa le robó su hijo recién nacido a Felicidad la carnicera. Cuando se dieron cuenta la acorralaron al lado del río y Elisa salió huyendo hacia los campos. Los hombres del pueblo perdieron a su sirena.
La encontraron dos días más tarde con el vientre abierto desde el pecho hasta el pubis y el niño durmiendo entre sus vísceras. Por fin Elisa había sido madre. Al pequeño, Felicidad la carnicera lo llamó Elías, para que nunca olvidase a su otra madre, esa que durante unas horas también compartió su sangre con su piel.
Elisa, de Laura Bordonaba Plou (Zaragoza, 1974), es el primer relato de los dieciocho que componen su primera publicación, una recopilación titulada Sobreexposicion y recientemente editada por Pregunta Ediciones.
Mi abuela era una lectora empedernida. En los años 70 solía comprar ediciones antiguas del Reader’s Digest a peso, por kilos. Ejemplares de los años 40 y 50, sobre todo. Cuando llegaba a casa la ayudábamos a sacar del maletero de su veterano Seat 127 de color butano las bolsas rebosantes de ejemplares. Los días en que había comprado historias a buen precio adoptaba, a su pesar, el aspecto eufórico y ruborizado del pescador que ha sido bendecido con un día afortunado.
Los ajados ejemplares del Reader’s Digest que se amontonaban en casa de mi abuela fueron mi lectura principal durante muchos veranos de mi infancia. Recuerdo aún bastantes de aquellos artículos. Historias de superación personal, biografías ejemplares, advertencias solapadas sobre la amenaza de la expansión del comunismo y cosas así.
Sin embargo, uno de aquellos textos se me quedó grabado a fuego. Hablaba de nosotros, de los seres humanos. Somos el átomo que ha llegado a reconocerse a sí mismo. Los únicos seres vivos racionalmente conscientes de estar separados de la agonía y la muerte por una fracción de tiempo. Una condición terrible o un privilegio divino, según se mire. Neuróticos crónicos, en todo caso. Somos el individuo que vive sobre una trampilla sin saber cuándo va a abrirse de golpe ni lo que hay debajo. No es posible convivir con esa certeza de una forma relajada.
La literatura ha sido uno de nuestros refugios. Historias que nos ayudan a olvidarnos de nuestra condición. Dulces y bellas mentiras. Llevamos siglos reverenciando a los mentirosos brillantes. A los escritores, en el fondo, les pedimos lo mismo que a los amantes. Queremos que nos convenzan de sus mentiras.
[frame_left src=»https://negratinta.com/wp-content/uploads/2014/04/Ilustracion-para-Sobreexposición-486×1024.jpg» href=»https://negratinta.com/wp-content/uploads/2014/04/Ilustracion-para-Sobreexposición.jpg»]Jorge Berenguer Barrera @negratinta[/frame_left]
Otros escritores nos arrojan a la cara nuestra comprometida condición, como una catarsis, dificultando nuestro legítimo derecho a rehuir la verdad de nuestra naturaleza. Desmontando nuestras mentiras y haciéndolo, por lo general, con sospechosa agresividad. También a ellos les hemos reverenciado, al menos a algunos.
Sin embargo, unos pocos optan por la verdad. Buscan la forma de arrojar luz sobre nuestro destino de una forma honesta, sin mentiras. Laura Bordonaba busca la luz en la verdad, por dura que sea, y siempre la encuentra. Hay escritores (pocos) que tienen ese Don. En el corazón de cada ser humano se libra una batalla perpetua entre la luz y la oscuridad, y Laura Bordonaba es una de esas personas que ya ha ganado su guerra y nos ilumina a todos. Sus relatos, certeros y afilados, la coronan de dolorosa verdad y la convierten en una reina que inspira a los que batallamos.
Título: Sobreexposición
Autora: Laura Bordonaba Plou
Editor: Pregunta Ediciones (2014)