Es la primera vez que me ocurre. Realmente no sé por qué. No nací en Irlanda y ninguno de mis ancestros, que yo sepa, ha estado alguna vez en esa isla. Sin embargo, es hablar de Éire (Irlanda para los irlandeses) y emocionarme. La personalidad de sus gentes, su amabilidad, su campechanía, su cerveza pinta, su forma de ver la vida siempre optimista, su música (nada que ver con The Corrs), sus costas, sus paisajes verdes, su fútbol gaélico y tal vez, el hecho de que sea más pelirrojo que cualquier nativo de Dublín y de que mi madre, una de las personas que más admiro, naciera un día de San Patricio de 1950, hacen que tenga con la Isla Esmeralda una conexión especial. Cuando tengo la posibilidad de escribir sobre rugby, uno de mis deportes preferidos, y de uno de sus grandes referentes de los últimos tiempos, entonces la emoción se convierte en carne de gallina.
Me refiero a Brian Gerald O’Driscoll (Dublín, 21 de enero de 1979), el mejor jugador de rugby de la historia de Irlanda –un país de poco más de 4,5 millones de habitantes donde este deporte es casi una religión– y uno de los mejores de todos los tiempos. Por desgracia para los aficionados, el pasado mayo dijo basta a los 35 años. Pasado mañana cumplirá 36 y en su aniversario recordaremos la figura de un jugador que se marchó dejando un hueco difícil de llenar. O’Driscoll se fue a lo grande, como corresponde a su figura, con dos títulos postreros en su haber. Primero, en marzo, en su último partido con la selección de Irlanda dejó para el recuerdo una tremenda victoria en París que dio a su país el triunfo en el Seis Naciones, el torneo por selecciones más antiguo del mundo. Luego en el último fin de semana de mayo, llevó a la victoria a su equipo de toda la vida, Leinster, en la final del RaboDirecto Pro 12 (lo que en castellano antigua conoceríamos como la Liga Celta).
Desgraciadamente, el sueño del jugador irlandés de volver a levantar una Heineken Cup (la Liga de Campeones del rugby) se desvaneció en mayo cuando Leinster cayó eliminado en los cuartos de final del torneo ante el Toulon francés, a la postre ganador. En el equipo galo militaba otro mito de este deporte, el inglés Jonny Wilkinson, que también se retiró al final de la pasada temporada, marchándose además con los títulos de campeón de Europa y del Top 14 francés, el campeonato más potente de Europa. Medio año después del retiro de O’Driscoll, mientras degustamos los vídeos de sus últimas apariciones, siempre a través de Internet debido al escaso interés que hay en España por el deporte oval, es tiempo de hacer balance, de medir qué representó para su isla y para este deporte este talento de Dublín que volvió a colocar a Irlanda en el mapa de las potencias del rugby mundial.
¿Por dónde empezar? Parece casi imposible resumir en unas líneas la trayectoria de O’Driscoll, el causante del enamoramiento al rugby de muchos profanos que alucinaban con sus amagos, sus patadas, sus placajes, sus ensayos y, sobre todo, con su sonrisa permanente en medio de un deporte tan duro. El excapitán irlandés está considerado por los expertos como el mejor centro (los jugadores más creativos, rápidos e inteligentes del equipo y los encargados de hacer jugar al bloque y romper con fuerza la defensa contraria) de la historia de este deporte. Siempre con el número ’13’ a la espalda, O’Driscoll comenzó jugando en su escuela al fútbol gaélico (un deporte ancestral irlandés que mezcla el rugby y el fútbol actual), antes de comenzar con el balón ovalado cuando estudiaba secundaria. Dotado de un físico privilegiado, una velocidad explosiva, y sobre todo, una visión e inteligencia sin límites dentro del rectángulo, pronto llamó la atención de los ojeadores de la selección irlandesa.
Su primer gran éxito llegó cuando en 1998 se proclamó campeón del mundo juvenil con su selección haciendo pareja junto a otro mito irlandés, el medio de apertura Ronan O’Gara. Con 20 años debutó en el club de su ciudad natal, el mismo Leinster en el que se retiró, y pronto se hizo con la titularidad convirtiéndose en una pieza indiscutible, jugando allí 172 partidos, consiguiendo 301 puntos y siendo tres veces campeón de la Copa de Europa de clubes y cuatro de la Liga Celta; la última, este 31 de mayo. Su mejor momento profesional a nivel individual le llegó cuando la Federación Internacional de Rugby (IRB) le eligió como mejor jugador de la década 2000-2010.
Pero el nombre de Brian O’Driscoll (conocido popularmente como BOD por sus paisanos) estará para siempre asociado a la camiseta verde de Irlanda. Con ella ha jugado 141 partidos. Representando al XV del Trébol ha anotado más de 240 puntos. Ha ganado dos veces el Seis Naciones. La primera, en 2009, consiguiendo el Grand Slam (pleno de victorias en el torneo) y rompiendo un maleficio que duraba ya más de medio siglo para Éire, y la segunda en 2014, gracias a su victoria en París en el último partido de su carrera como internacional. Además, O’Driscoll ha conseguido en 2004, 2006, 2007 y 2009 la Triple Corona (título que gana la selección británica o irlandesa que derrota a las otras tres formaciones de las islas). Su lunar como verde esmeralda estuvo en los Mundiales. Ni en 1999, 2003, 2007 y 2011 pudo llegar a una semifinal. Además, ha sido convocado hasta en cuatro ocasiones para los British&Irish Lions, la selección de los mejores jugadores de las Islas Británicas que cada cuatro años efectúan una gira por el hemisferio sur para medirse a Australia, Sudáfrica o Nueva Zelanda. Casi nada.
Pero todos los héroes tienen un ocaso. En octubre de 2013 llegó lo inevitable. Los años pasan factura y BOD anuncia que se retira, que no seguirá en la brecha cuando acabe esa temporada en curso. Pero esta vez, la historia le reservaba el final feliz que se merecía. En su último partido, el que hacía el número 141 y el récord de presencias de un jugador profesional con su selección, consiguió la victoria con Irlanda en el Seis Naciones. Y lo hizo en el Stade de France, donde allá por el año 2000, con tres ensayos suyos, había quebrado una racha de 28 años sin triunfos visitantes ante les bleus. Catorce años después, su actuación en la capital gala contra Francia fue para guardar en videoteca ya que, incluso, se permitió el lujo de participar de forma decisiva en un ensayo de Johnny Sexton cuando lanzó, con su inteligencia de siempre, una carrera para Andrew Trimble. Y aunque Francia estuvo muy cerca de remontar e incluso los franceses llegaron a ver cómo les anulaban un ensayo de forma justa que le hubiera dado el título a Inglaterra, el deporte, esta vez sí, premió al gran capitán irlandés.
Una semana antes, el 8 de marzo, el Aviva Stadium de Dublín se había venido abajo para rendir un merecido homenaje a su gran ídolo. Fue ante Italia, en el penúltimo partido del Seis Naciones, y se saldó con una victoria aplastante por 46-7. Entonces, O’Driscoll, tras ser elegido como Man of The Match, entonó su último Ireland’s Call (la canción que compuso Phil Coulter en 1995 como himno del combinado verde) ante un público entregado. Esas imágenes de BOD, llorando, con su hijo en brazos, quedarán para siempre en el recuerdo de todos los amantes a este deporte.
Pero el gran O’Driscoll no había dicho su última palabra. El 31 de mayo logró con Leinster su cuarta RaboDirecto Pro 12 Celta al vencer cn cierta comodidad por 34-12 a a Glasgow Warriors, primer equipo escocés que llegaba a la final de la competición. Aunque O’Driscoll aguantó apenas nueve minutos sobre el césped a sus compañeros les dio igual. Su despedida, ovacionado por todo el estadio fue de las que ponen la carne de gallina al respetebale. Fue, sin duda la que se merecía un ejemplar especial, único e irrepetible. Un líder dentro del campo que fue líder sin necesidad de verse involucrado en ninguna pelea y un gran capitán que encarnó como nadie los valores sagrados de este deporte: respeto, compañerismo, potencia, nobleza en la entrega, inteligencia en la distribución, derroche físico y, por encima de todas esas virtudes, deportividad. Eso sí, seguro que seguirá disfrutando de los partidos de su selección y de su club de siempre rodeado de amigos y con una pinta en la mano. Que para eso, y a mucha honra, es irlandés.
Slán a fhágáil, mo chaptaen!
(¡Hasta siempre, mi capitán!)