El 27 de septiembre hay votaciones en Catalunya. Puede que ganemos o puede que no. En eso consiste la democracia.
Creo que hasta aquí todo el que haya leído estas tres frases debería estar de acuerdo conmigo, sea catalán o no, pueda votar o no. Debería estar de acuerdo con tales afirmaciones incluso sin saber cuál es mi opción de voto. Al fin y al cabo, el juego democrático no deja de ser un recuento, un simple inventario, y la aceptación de los resultados obtenidos tras ese recuento.
Pero mucho me temo que, tal como están las cosas, algunos de los que hayan empezado a leer habrán dudado al ver que en la primera frase aparecía la expresión “votaciones en Catalunya”. Sobre todo si, antes, han leído el título de este texto, en el que se alude a la posibilidad de “romper España”. Ya me imagino la lista de improperios: desde el rojo y separatista de los de la vieja guardia pretoriana del franquismo (¡quedan tantos!) hasta los insultos más soeces y catalanofóbicos que tanto abundan impunemente en las redes sociales.
Voy al grano. Aparcaré por un momento esa paradoja que supone que haya unos cuantos —para mí, demasiados— ciudadanos que se rebelan ante la posibilidad de que en las próximas votaciones ganen las posiciones independentistas siendo ellos los que han hecho tanto para que esas posiciones ganasen adeptos en los últimos años. Allá ellos con su rigidez carpetovetónica. Hace poco vi en un muro del Facebook una frase que decía, más o menos, “tantos años llamándonos polacos y ahora quieren que seamos españoles” y que resume muy bien esa contradicción tan nauseabunda: si tanto les molesta todo lo catalán, empezando por nuestra lengua, deberían alegrarse de que dejáramos de formar parte del mismo Estado.
Voy al grano, pues. De todo lo que ocurre desde que muchos catalanes nos manifestamos el 11 de septiembre de 2012, hay algo preocupante: ¿por qué tan poca gente de izquierda de los pueblos de España nos ha mostrado su comprensión si no directamente su apoyo?, ¿por qué tantas y tantas personas que quieren transformar la sociedad se han sumado al torbellino españolizante de las televisiones públicas y privadas, de los editoriales de todos los periódicos analógicos con sede en Madrid?, ¿no se han preguntado el por qué de esa extraña unanimidad entre PP y PSOE, entre La Razón, ABC, El Mundo y El País? Pero, lo peor de todo: ¿por qué han mantenido esa mentira que dice que todos los catalanes soberanistas estamos bajo el mandato de Artur Mas y la derecha catalana que representa, supuestamente abducidos por Pujol y sus herederos?, ¿por qué olvidan interesadamente que hay una opción de izquierdas, la CUP, que es al mismo tiempo independentista y transformadora, que quiere separarse del Estado español, pero no para continuar con el mismo sistema económico y político en el que estamos todos sumergidos?
Todos los amigos y compañeros de viaje desde la muerte del Dictador, no deberían olvidar que un alto porcentaje de los que asistimos a la manifestación del 11 de septiembre del 2012 (así como en las manifestaciones de los sucesivos onces de septiembre) estábamos allí para expresar una doble indignación. Por una parte, indignación con el sistema político, es decir, con la falsa democracia que está instalada en España desde la tan sacralizada y tan funesta Transición.
Un perverso funcionamiento que permite u obliga a que los votos que los ciudadanos depositan en la mayoría de los partidos políticos —o en todos los partidos mayoritarios— se hayan empleado para fortalecer el sistema financiero y, en consecuencia, se hayan aumentado las desigualdades sociales en lugar de luchar contra ellas. Y ello sin necesidad de referirme a los corruptos, a los prevaricadores, a esos sujetos nefandos que dirigían los bancos y las cajas de todo el Estado. Por otra parte, indignación frente a la vejación con la que se ha tratado a Catalunya, a los catalanes y a la cultura catalana por parte de buena parte de la política y del aparato mediático de España. ¿Por qué tan pocos españoles se suman a las protestas por las continuas decisiones del Tribunal Constitucional —el máximo representante del Sistema que nos constriñe a todos— en contra de todo lo catalán, cultural o económico? ¿Dónde se oyeron las protestas de los españoles cuando el gobierno aragonés eliminó la palabra catalán de su mapa lingüístico y se inventó esa aberración del LAPAO? ¿Dónde estaban las voces de los lingüistas españoles, de los miembros de la RAE, levantando la voz, gritando incluso, ante esta obcecación política de la derecha valenciana por no querer admitir lo que la historia y la filología certifica, que el valenciano es un dialecto del catalán? ¿Por qué nadie se pregunta por qué hay tan pocas universidades españolas que impartan enseñanzas sobre lo catalán en sus facultades de letras? El dato es hiriente y enormemente revelador: durante el curso 2011/2012 en España había tres universidades (Alcalá de Henares, UNED y Santiago de Compostela) en las que se impartía alguna asignatura centrada en lo que podríamos denominar estudios catalanes. Lo hiriente es que, al contrario que en España, en dónde el catalán y lo catalán dice la Constitución que debe protegerse, en el resto del mundo había muchas universidades que impartían estudios de catalanística: 22 universidades en Alemania, 17 universidades en el Reino Unido, 12 universidades en los Estados Unidos de América, 12 universidades francesas, 9 universidades en Italia y, entre unas cuantas más, y por poner una nota digamos exótica, una universidad en la India.
Sí, todo empezó aquel 11 de septiembre de 2012. Después de aquella manifestación, de aquel grito de indignación, vino el tumultuoso vaivén de la política profesional, unos y otros, de un color y de otro, de aquí y de allí, intentaron recuperar el protagonismo que los ciudadanos les habían quitado: la partidocracia, las desinencias ruines del “pacto social” de Rousseau, la falsedad de la división de poderes. Con todo, a raíz de aquella movilización, la sociedad catalana ha planteado un contencioso de altísimo calibre: la necesidad de ejercer un derecho democrático básico, el de decidir si los catalanes quieren seguir perteneciendo a España o quieren crear un nuevo Estado. Se trata de una oportunidad única en el mundo de resquebrajar un Estado y, por tanto, de poner en cuestión —quien sabe si también de resquebrajar aunque sea a pequeña escala— el propio Sistema, sí, el sistema neoliberal. De enfrentarse a la derecha española y a la derecha catalana —que es Derecha y punto—, de enfrentarse a la falsa izquierda española y a la falsa izquierda catalana.
Defender la unidad de España desde las posiciones de la izquierda real, la que quiere transformar la sociedad injusta en la que estamos instalados, es de una miopía o de una hipermetropía delirante. Hacerse el sabio, querer estar au-dessus de la mêlée diciendo que todo nacionalismo es de derechas, es aceptar implícitamente los discursos oficialistas de los dirigentes del PP o del PSOE, así como olvidar aquel viejo teorema de Lenin cuando decía que el nacionalismo grande siempre se come al pequeño. O peor aún, olvidar que en la historia reciente de España, des de la Segunda República hasta hoy mismo, ha habido un nacionalismo catalán de izquierdas. El sistema económico europeo está aterrorizado ante la posibilidad de que Cataluña pueda separarse de España, pero no por razones carpetovetónicas, por supuesto, sino porqué el centralismo de los Estados puede empezar a romperse por allí. Y me duele que tantos amigos españoles, compañeros de trinchera política y cultural, estén en silencio (el silencio siempre es cómplice del statu quo) o se manifiesten abiertamente en contra del proceso soberanista sin ningún tipo de matiz ideológico. Un proceso que siempre se ha planteado en términos democráticos: votar (como queríamos el 9 de noviembre) y que ganen las mayorías, y que las minorías lo acepten, como aquellos demócratas que hace más de treinta años que perdemos y hemos aceptado ser minoría, minoría y minoría.
Yo, si fuera español, y quisiera cambiar la sociedad, el sistema, aprovecharía el tumulto que estamos generando en Cataluña para ayudarnos a conseguirlo (y no me refiero, claro está, a la opción que representa Mas, aunque tampoco negaré que en la lista que encabeza Romeva figuran personas y sobre todo líneas de pensamiento que también quieren transformar la sociedad actual). De paso, aprovecharía ese tumulto para crear un tumulto español de proporciones infinitas, allí estaremos los catalanes para ayudar, como siempre los pueblos de España o los pueblos ibéricos han ido del brazo para conquistar derechos y libertades.
El 27 de septiembre hay votaciones en Catalunya. Puede que ganemos o puede que no. Quiero decir que puede que ganemos todos (catalanes y españoles) o puede que no.
Fotografías: Wikicommons