Se abren las puertas de la sala de conferencias. Casa América Barcelona. Un grupo de estudiantes, de máster, posiblemente, se abalanza sobre las primeras filas. Libreta en mano. Elijo una de las de atrás. Siempre me ha gustado la discreción. Miento, durante mis años de adolescencia, salpicados de grunge y algunas rastas de más, no me gustaba pasar desapercibida. Con los años, mi afán de protagonismo se ha ido sosegando. O al menos, eso espero.
No se llena la sala. Y es un pena, pienso. Siempre es bueno oír hablar de periodismo, de literatura. ¿Qué sería de nosotros sin todas esas historias, reales y ficticias? Muerte.
Entran ellos, Jorge Carrión, Gabriela Wiener y Roberto Herrscher para hablar de periodismo literario. Ella hablará sobre su trabajo, sobre la relación secreta que se establece entre los límites de lo privado y lo público, sobre la búsqueda de la propia intimidad. “Me gusta entrar a las historias con todo lo que soy”, afirma. Carrión hablará sobre las crónicas autobiográficas, sobre Juan Goytisolo, Martín Caparrós, sobre Sebald. Incluso mencionará a Arcadi Espada, Susan Sontag, Emmanuele Carrère o Cabrera Infante. Aprendizaje. Podría estar horas apoltronada en esas butacas, mirando al frente. Absorbiendo.
Se hablará sobre el auge del periodismo narrativo, sobre el momento de esplendor que vive este género en América Latina, pero también en España, sobre la legitimación de la crónica durante estos últimos tres años. ¡Que viva la crónica! Se hablará sobre Los vagabundos de la chatarra y sobre las historias de vida, aquellas con las que nos topamos día tras día. Aquellas que nos escupen en la cara. Historias de la realidad, sin ficción. ¡Oh, Capote!
Herrscher pregunta a Wiener sobre la conversión de su vida en su obra y sobre su poesía. Los tres coincidirán en la necesidad de leer poesía para aprender a escribir. ¿Qué sería el mundo sin la belleza de esas palabras que se entrelazan?
Finaliza la conferencia. Un par o tres de preguntas. Es tarde. Juega el Barça. Antes de que se vacíe la sala, algunos de los asistentes hablan con Wiener, con Carrión, con Herrscher. Me encantaría saludar a Gabriela, quizás se acuerde de mí, quizás no. Algunos asistentes hablan entre ellos. Los estudiantes salen en manada. Cierro la libreta, la guardo en la mochila que me acompaña habitualmente y pongo rumbo a casa. Satisfecha.
He vuelto a Barcelona, y puede que esta circunstancia, que vaticinaba como catastrófica y suicida, no resulte tan negativa. Quizás, algún día, llegue a acostumbrarme a esta ciudad, de la que siempre he renegado. Quizás el saber, el oír hablar de poesía, sea el camino para reconciliarme con la condal. Quién sabe.