“You never see what you want to see
forever playing to the gallery
you take the long way home”
Roger Hodgson
La unión de James Harden y Chris Paul se debe a un cúmulo de derrotas. En 2008, en su tercera temporada en la NBA, Paul se elevó al estrellato quedando segundo en la votación del MVP, tras Kobe Bryant. Debutó en playoffs contra los Mavericks de Nowitzki, a los que eliminó por 4-1, con sendas exhibiciones en los dos primeros partidos: 35 puntos y 10 asistencias en el choque inaugural; 32 y 17 en el siguiente. En segunda ronda se encontró con los vigentes campeones, los Spurs de Duncan, Ginóbili y Parker. Puso a los Spurs contra las cuerdas, pero la experiencia de los texanos acabó decantando la balanza en el séptimo encuentro. Había nacido una estrella. James Harden aún era un imberbe debutante en el baloncesto universitario. Pero esa situación apenas duró un pestañeo. Al doblar la esquina de la temporada siguiente, los New Orleans Hornets de Paul se enfrentaban en primera ronda contra los Denver Nuggets de Carmelo Anthony. Con 2-1 a favor de los de Colorado, los Hornets buscaban igualar la eliminatoria en casa. Pero ahí se quebró todo. Los Nuggets apalizaron a los Hornets por 63-121: era la peor derrota en la historia de los playoffs. Aquella derrota enterró la trayectoria de Paul en New Orleans. Aún jugaría dos temporadas más en la franquicia, pero el camino ya estaba recorrido y no conducía a ninguna parte.
Debajo de la piel, Chris Paul empezó a incubar otro ser, alguien que salía derrotado una y otra vez, independientemente de lo bien que jugara o de lo mejor o peor acompañado que estuviera en el equipo. Cuando logró que los Hornets lo traspasaran, la NBA (propietaria en aquel momento de la franquicia de New Orleans) vetó el traspaso a Los Angeles Lakers, donde se iba a unir a Kobe. Finalmente, en un giro de guión grotesco, acabó en Los Angeles, pero en los Clippers, la franquicia con mayor capacidad de dilapidar talento en la historia de la liga. Paul luchó contra su destino y contra el de los Clippers, irremediablemente unidos, liderando al equipo a seis presencias consecutivas en playoffs, pero en ninguna de ellas consiguió derribar el muro de la segunda ronda. Mientras Paul mantenía el tipo en temporada regular y sucumbía en la postemporada, su figura se hundía en la penumbra ante la llegada de las nuevas estrellas exteriores que aterrizaron en la Conferencia Oeste. Los focos iban apuntando cada vez más a Curry, Westbrook y Harden, que había debutado en 2009 y ya en 2011 había pisado las finales como sexto hombre de los Thunder.
La estampa de Chris Paul se iba desdibujando o, lo que es peor, sus trazos proyectaban la imagen de un perdedor. A la hora de la verdad, siempre había algún contratiempo para los Clippers de Paul: una lesión inoportuna (del propio Paul en 2016, por ejemplo), un rival en mejor forma, un final de partido errático… y vuelta a empezar. En 2015, después de una sobresaliente temporada regular en la que alcanzaron las 56 victorias, tuvieron la desgracia de quedar enfrentados en primera ronda contra San Antonio. Los Spurs venían de ganar el anillo la temporada anterior con un juego brillante, comandados por la emergente figura de Kawhi Leonard y un ejército de legendarios veteranos a su alrededor. La serie fue preciosa, jugada de poder a poder hasta llegar empatados a 109 a 8,8 segundos del final del séptimo encuentro. La pelota, en medio campo, era para los Clippers. Matt Barnes sacó de banda para Blake Griffin, que cedió la pelota a Paul, quien a falta de cinco segundos inició una penetración para escabullirse de la correosa defensa de Danny Green y salvar la ayuda de Tim Duncan con un tiro elevado que tocó tablero y entró a falta de un segundo, venciendo el partido y la eliminatoria. Los focos habían vuelto a alumbrar a Chris Paul.Con la moral por las nubes después de derrotar a los vigentes campeones, en la siguiente ronda los Clippers encarrilaron la eliminatoria contra los Rockets de un ya barbudo y estelar Harden, poniéndose 3-1. Houston venció el quinto partido y en el sexto, que se jugaba en Los Angeles, todo parecía preparado para que al fin Paul y los suyos accedieran a la final de conferencia, donde esperaban los Warriors. En una de esas veladas tan clipperianas, los angelinos fueron dominando con claridad el encuentro, con ventajas de hasta diecinueve puntos durante el tercer cuarto y de doce a falta de siete minutos para el final. Durante esos últimos siete minutos los Clippers encajaron un parcial de 10-34, sin que Harden necesitase anotar ni un solo punto. Otra vez, los Clippers estaban a punto de ahogarse en la orilla. Y, por supuesto, también perdieron el séptimo partido.
Los Rockets, por su parte, sucumbieron con claridad ante los Warriors en la final de conferencia, pero vislumbraron el camino que podía conducirles a lo más alto. Debían potenciar el juego de James Harden con tiradores y finalizadores de pick and roll. Largaron a Dwight Howard, que a esas alturas era una rémora para el equipo y poco a poco potenciaron el papel de jugadores como Trevor Ariza, Eric Gordon o Clint Capela. En el verano de 2016 llegó al banquillo de Houston Mike D’Antoni para dar una vuelta de tuerca al estilo de los Rockets. D’Antoni apostó por convertir los partidos en un bombardeo de triples sin tregua. Su sistema de juego es bastante simple, concentrando la parte ofensiva en maximizar las virtudes de Harden: su capacidad de romper en el uno contra uno le otorga el mando de inicio de las jugadas, la mayoría de ellas con los tiradores abiertos en las esquinas. Los constantes aclarados propician ventajas para Harden, que con un simple bloqueo del hombre alto es capaz de romper a su defensor y decidir entre varias opciones: su propio tiro, una penetración que suele acabar con Harden en la línea de tiros libres, una continuación con el hombre que le ha hecho el bloqueo (Capela o Nené) o, en caso de ayudas defensivas, recurrir a su gran capacidad de pase y encontrar al hombre liberado para el triple.
Con este libreto básico de jugadas, los Rockets fueron el año pasado el segundo mejor equipo del oeste en temporada regular, solo por detrás de los intratables Warriors. En la segunda ronda de playoffs se encontraron con los Spurs, a los que vencieron con contundencia en el partido inaugural de la serie por 27 puntos de diferencia. Sin embargo, Popovich, un maestro en los ajustes, se dio cuenta de que podía torpedear la estrategia de D’Antoni defendiendo a muerte las posiciones de triple y ofreciendo el anzuelo a los jugadores de Houston de encontrar tiros fáciles desde la media distancia, llevando la eliminatoria al territorio y ritmo que interesaba a los Spurs. La desaliñada defensa y la escasa rotación de los equipos de D’Antoni hizo el resto: los Spurs se llevaron la serie (4-2), apalizando a los Rockets por 114-75 en el sexto partido.
James Harden acabó la serie fundido, física y mentalmente, ante las tretas de Popvich, pero también por el sistema de su propio entrenador y del cual era el epicentro. Un epicentro que lo devoraba todo, incluso a sí mismo.
Al acabar la temporada, Daryl Morey, el general manager de Houston, tenía claro su objetivo prioritario: Chris Paul. Cuando el propio Paul le confirmó a Harden por teléfono que estaba “dentro” y se oficializó su fichaje por Houston, las dudas de la prensa y los aficionados eran razonables. Lo lógico era que Paul hubiera optado por propuestas como las de Cleveland o los propios Spurs, donde tendría un rol claro como líder del perímetro y podría aspirar al título sin ambages. En Houston tendría que vivir bajo la sombra peluda de Harden y muchas de las principales virtudes de Paul (la capacidad de pase, el uso del pick and roll, el tiro exterior o el clutch) también las posee Harden, pero algunas de ellas mejoradas. ¿Para qué, entonces, Chris Paul?
La temporada regular ha disipado las dudas. Lo que han hecho los Rockets es clonar a Harden con la figura de Paul. Como si ya no se tuviera que afeitar más, Paul se ha integrado al sistema de los Rockets camuflado en la figura del líder del equipo. La apuesta de Morey y D’Antoni ha sido arriesgada: doble o nada. Al integrar a Paul han duplicado la amenaza: lo mismo que hace Harden lo puede hacer Paul, con lo que los rivales tienen que preocuparse de un mismo plan, pero de dos estrellas. Además, se intercambian constantemente los roles de generador y ejecutor a lo largo de cada partido, pudiendo descansar durante su transcurso, lo que debería hacer que ambos lleguen más frescos a las eliminatorias. Y, por supuesto, Chris Paul aporta virtudes que son únicas, como el tiro de media distancia (con lo que teóricamente tendría que minimizar estrategias como las de Popovich en los pasados playoffs) y su intensidad defensiva, que viene acompañada por una mejora general del equipo en este aspecto, gracias a los estratégicos fichajes de P.J. Tucker y Luc Mbah a Moute. Por si no fuera suficiente, D’Antoni cuenta con una rotación consolidada de hasta diez hombres.
Pero el cambio más significativo se ha producido después del All-Star. El equipo, lleno de confianza y con un patrón de juego consolidado, ha ralentizado deliberadamente el ritmo de juego. Reduciendo el vértigo minimizan las pérdidas, pero siguen siendo letales desde el triple, el pick and roll y los aclarados para Harden y Paul. Han acabado la temporada regular con 65 victorias, récord absoluto en la historia de la franquicia y todo hace pensar que este puede ser definitivamente su año, pero el horizonte está lleno de obstáculos. En primera ronda se miden contra los renacidos Wolves, un equipo joven y alegre, con cierta ligereza defensiva pero sin presión tras alcanzar los playoffs tras 13 temporadas de ausencia.
La emboscada, sin embargo, está en segunda ronda. Si los Jazz no lo impiden, los Rockets se cruzarán con los Thunder, una escuadra que se ha convertido en la auténtica bomba de relojería de la competición. Los Thunder aúnan las virtudes y los defectos de su líder, Russell Westbrook: a veces desesperan a cualquiera y otras veces parecen los mejores del mundo. El reto para Paul es doblemente mayúsculo: superar esa segunda ronda que es su techo en playoffs y hacerlo frente al vigente MVP, en un hipotético duelo que apunta a adquirir una dimensión histórica.
Más tarde se vislumbra una final de conferencia contra los Warriors. Y la final contra Lebron o contra quien consiga destronarlo. Pero eso ya sería más de lo que nunca alcanzó Chris Paul. Para entonces le habrá crecido tanto la barba que los rivales ya no podrán distinguirlo de Harden.