Aprovecho la célebre frase de Groucho Marx para tratar un tema, por desgracia, muy extendido en estos tiempos poco humanos. Siempre he creído que el ser humano, probablemente, sea el animal más estúpido sobre la faz del planeta. Teniendo el potencial que tenemos como especie y como individuos lo desperdiciamos imponiéndonos un sistema perverso que nos obliga a trabajar la mayor parte de nuestra vida para poder sobrevivir. Sí, sobrevivir. Porque eso es lo que hace la gran mayoría de las algo más de 7.000 millones de almas que pueblan el tercer planeta del sistema solar. Trabajamos para que otros se enriquezcan y para que, con un poco de suerte, lleguemos a los 70 sin tener que trabajar por 1.000 € al mes. Así funciona el capitalismo. Y funciona bien, muy bien. No nos engañemos, el capitalismo funciona. Es todo un éxito. Siempre y cuando tengamos claro que no se trata de un sistema pensado para alcanzar el bienestar de la mayoría. Ni siquiera para llegar a tener lo que se considera una vida digna. No, el capitalismo es lo que Algunos han perfeccionado para enriquecerse ellos, mientras le venden esperanza a la inmensa mayoría de la población. Y no, no lo he escrito mal. Ese «Algunos» debe ir en mayúsculas, puesto que son pocos, muy pocos. Así que se les puede considerar una entidad con nombre propio.
El mundo funciona por comparación. Debe haber bajos para que haya altos, gordos para que haya flacos, ingenuos para que haya listos y, claro está, pobres para que haya ricos. Ellos, los Algunos, saben cómo aprovechar su posición para mantener el status quo. El mayor éxito del capitalismo es hacernos creer que todos podemos hacernos ricos. Que cualquiera puede, desde cero, llegar a tener un emporio empresarial o una actividad que le haga tener unos ingresos astronómicos. De ahí vienen mensajes del tipo “si quieres, puedes”, “sólo hay que desearlo con fuerza y llegará” o “si perseveras y trabajas duro, lo conseguirás”. Mientras la gente crea en estos manteas, mientras la mayoría piense que de una u otra forma uno se puede hacer rico, habrá una masa de gente que trabajará para que otros se enriquezcan. Hacer creer a la población que todos pueden ser millonarios es como hacerles creer que todos pueden ganar la lotería. Es, simplemente, una imposibilidad estadística.
No soy lo que se dice un amante de las teorías conspirativas. Solo creo que tras unas décadas en las que este sistema se fue instalando paulatinamente, en la actualidad tenemos un grupo escogido, los Algunos que saben muy bien como aprovecharse de él.
Ahora estamos en una época oscura dentro del ciclo capitalista. La crisis económica nació y estalló al abrigo de lo más vil que tiene el sistema: su frialdad, implacabilidad y falta de humanidad. A consecuencia de ello muchos hemos perdido nuestro puesto de trabajo. Que dicho así, “puesto de trabajo”, suena hasta grandilocuente. Pero las consecuencias han sido mayores. La sociedad, el sistema, o como se quiera llamar, ha apartado y ha detenido en seco la vida a 4 millones de personas en España. Así que mientras estás en paro, buscas trabajo, te reciclas, estudias o aprovechas para hacer aquellas cosas que no hiciste porque tu trabajo no te dejaba tiempo. Pero cuando se acaba la prestación por desempleo debes trabajar en lo que puedas. Trabajos pequeños, cosas sueltas y mientras sigues haciendo planes: viajes, estudios, proyectos personales. Sin embargo, se te olvida que, en realidad, tu tiempo y tu vida no son del todo tuyos. Se te olvida que cuando menos te lo esperes, todo saltará por los aires. Se te desechó en su momento cuando se te envió al paro. Se te apartó porque estorbabas. Y tú en tu ingenuidad trataste de reconducir tu vida de otra forma, pero de repente la vida vuelve a tomar decisiones sin contar contigo y te reclama para un trabajo. Temporal eso sí, no nos vengamos arriba tan pronto. No iba a ser tan fácil. Así que tus planes acaban destrozados para que vuelvas a entrar en la misma rueda perversa que en su día te apartó.
Llegados a este punto me vuelvo a acordar de Groucho Marx y desearía que el mundo se parase para bajarme. La solución, por decirlo de una forma valiente o temeraria, quizá fuese vivir al margen de la sociedad con todo lo que ello supone. Un desastre. ¿Qué escoger cuando te obligan a elegir entre malo y peor? ¿Qué hacer cuando ninguna de las opciones te gusta? Pues la verdad, no lo sé. Así que con humor cito de nuevo a Marx: “Nunca formaría parte de un club que acepta a gente como yo”.