De niño yo quería que en Jalisco hubiera leones silvestres. Y elefantes, hipopótamos, renos, koalas, orangutanes y canguros. Y ya entrados en gastos, pues también mamuts y tiranosaurios. ¿Por qué no? ¿O me va a decir que a usted, cuando era chamaco y lo llevaban al campo, no se le antojaba de repente ver a un grupo de jirafitas corriendo felizmente entre la maleza? Voy a suponer que sí le daban ganas de eso y que más de alguna vez le preguntó a su mamá, a su papá, o a quien estuviera por ahí, ¿por qué no había dromedarios (o la especie que usted guste)?
Mejor aún, voy a suponer que le respondieron con alguna de esas frases que nomás despiertan más preguntas: Porque aquí no viven (¿y por qué no?), Porque Diosito no lo quiso así (¿y por qué no?), etcétera. Si su madre/padre/tío, o quien fuera a quien usted estuviera acosando, se acordaba de sus clases de biología en la primaria y secundaria, le habría contestado “¿porque no están adaptados a este lugar?” Y, a la contrapregunta obvia de “y por qué no”, le pudo haber echado un choro que incluyera palabras más técnicas como “ecosistema”, “evolución”, “genética”, “Darwin”, etcétera. Entonces pudieron haber sucedido dos cosas: 1) que terminara la amena charla en alguna frase como las primeras (Diosito así lo quiso) para que usted dejara de preguntar o 2) ante la enumeración de terminajos técnicos usted quedó más confundido de lo que estaba.
Peor aún, claro, si usted no quedó conforme y siguió observando y, digamos, un día se dio cuenta de que ahí en su rancho vivía una especie de un lugar muy lejano. Por ejemplo, si vive en América o Europa, se encontró con un eucalipto y ya sabía que los koalas se alimentan de este árbol: ¿por qué no había koalas?. O, también, si un día se dio cuenta de que el paisaje del lugar en el que habita era muy similar a los paisajes naturales de otros continentes: un bosque de coníferas, una llanura, un pantano, etcétera, ¿por qué no había también los animales de esas regiones?. Tal vez le dijeron que las plantas las habían traído personas (de hecho, nuestras ciudades actuales tienen una mezcla de flora de los cinco continentes) e imagino que si traía también a los animales, podía reproducir los ecosistemas de otro lugar, más o menos como hizo el Capitán Camacho en Valsequillo, Puebla, o los muchachos de Biosfera 2. ¿Será que sí?
Lo curioso del caso es que, por más que ahora estuviera pensando en experimentos más interesantes, su pregunta inicial seguía sin responder: ¿por qué aquí no hay tal o cual especie?, ¿por qué no la ha habido nunca?, o ¿por qué sólo hubo desde que la trajeron algunas personas?, ¿por qué estaba confinada a un sitio antes de eso?, y ¿por qué diablos las moscas y las cucarachas sí son cosmopolitas?
Las preguntas de los niños, es bien sabido, son preguntas interesantísimas que, en muchas ocasiones, le ha llevado a la humanidad siglos y siglos en tratar de tener una respuesta más o menos certera. Este es el caso de la biogeografía o de por qué las especies habitan en un lugar y no en otro, cómo se distribuyen, cómo emigran, cómo, por ejemplo, es que llegan a una isla las primeras especies (¿las transportan los ángeles, como sugería San Agustín, aparecen por “generación espontánea”, Dios las crea justo después de que aparece la isla?). Para internarse en este viaje histórico sobre las múltiples respuestas que hemos tenido al respecto desde hace miles de años, el Fondo de Cultura Económica publicó hace unos años un libro maravilloso: “Historia de la biogeografía I. El periodo preevolutivo”(Papavero et al., 2004).
En éste se narra desde el Génesis hasta Leopold van Buch y T.V. Wollanston (justo antes de Darwin) y se van mostrando los pequeños cambios ideológicos que tuvieron que sucederse para ir dando forma a una respuesta materialista a la pregunta. Es decir, una respuesta que echara mano lo menos posible de las explicaciones metafísicas como la voluntad Divina. El libro es una narración, lo que significa que es una reconstrucción a partir de lo que sabemos ahora y, por lo mismo, elimina (desgraciadamente) todas las otras teorías y explicaciones que han aparecido en las diversas sociedades humanas. Ahí su más grande falta: es perfectamente eurocéntrico. Pero ahí también su acierto, pues al escribirse de esta forma es que puede hacerse, más o menos, a la manera de un thriller donde uno, como lector, va planteándose las preguntas que se hacían nuestros ancestros sólo a partir de la información que tenían ellos (o lo que es lo mismo, con esos “pedazos” de información que íbamos recopilando en la infancia) y va intentando dar las respuestas más lógicas posibles: ¿todas las especies aparecieron en un solo punto o en varios?, ¿hubo cataclismos o qué causó la extinción de especies?, ¿se mueve la tierra o por qué hay conchitas marinas en los cerros?, ¿de verdad son iguales esos otros parajes que se parecen al nuestro o es sólo una ilusión y son especies diferentes?, etcétera.
Si usted va a tener hijos, tiene hijos pequeños, o quiere terminar de responderse esas preguntas que se hacía de niño, no deje de leerlo. Además, hoy día existe una ventaja para leer estos textos: si aparece una especie que usted no conoce, la puede buscar en internet y listo.