-Qué guapas tus playeras de running. ¿Cómo es que te ha dado ahora por salir a correr?
-Ah no. No salgo a correr, es que me encantan, y además se llevan un montón ahora.
El mundo se está volviendo loco y no es de ahora. Hace años que nuestra mayor preocupación es estar a la moda, y no hablo solo de ropa, pasa lo mismo con los estilos de vida, el físico, los gustos (si es que se pueden llamar así, porque la verdad es que estamos tan supeditados a los convencionalismos, los estereotipos y el marketing de las multinacionales que una ya no sabe si algo le gusta realmente o se lo han metido tanto por los ojos que cree que lo quiere).
Hace unos días me recomendaron por Facebook un post al estilo “mi diario” que se titulaba “Soy la amiga gorda”. Este “artículo” contaba la supuesta vida de una muchacha que afirmaba, entre otras cosas, tener bastantes kilos, el culo grande, las tetas más de lo mismo y los músculos abdominales escondidos en una capa de grasa. Cómo parece que la chica no tenía bastante con la retahíla de lindezas que se había dedicado, continuaba relatando que de vez en cuando se enfundaba una faja tipo “la de Beyonce”, (esto todavía no lo he comprendido, creo que se refería a los bodys escasos de tela que se pone esta cantante, aunque a mí, personalmente, cuando se me mencionan ese tipo de prenda en lo primero que pienso es en la braga faja de las abuelas). También decía que “aunque estoy gorda, me gusta tener la tripa morena” y por eso se pone bikini. A esto le seguía un repertorio de hábitos en su vida cotidiana y un alegato al derecho que tiene, a pesar de ser gorda, a llevarlos a cabo y así ser feliz.
Me gustaría decirle a esa chica, si es que existe, que si es feliz lo disimula bastante mal. Esta especie de fustigamiento al que se autosometía a mí me sonaba más a la autocomplaciencia de creer que ser gorda es un impedimento para feliz, y sentir que, a pesar de ello, lo has conseguido. No te daré la enhorabuena, lo siento, pero el respeto que siento por el sexo femenino y por la raza humana en general me lo impide. Pero si me gustaría compartir contigo algunas reflexiones que a lo largo de la vida me han ido surgiendo. Vaya por delante que ninguna de ellas te concierne a ti como persona individual, sino más bien, como parte de un colectivo que somos todos.
Lo he intentando pero me cuesta tremendamente comprender en que momento de la evolución humana perdimos la voluntad, y nos hicieron creer que restar kilos suma felicidad. Me cuesta aceptarlo porque una persona atormentada por las kilocalorías que consume y frustrada por no alcanzar “el peso ideal” que vende la publicidad, no puede centrarse en conocer cuáles son sueños y sus necesidades. Es una obviedad que todos hemos vivido y padecido, que compartir tiempo y ocio con una persona que te mira desafiante mientras te llevas a la boca una croqueta y ella hace lo propio con un trozo de brócoli cocinado al vapor sin sal, no gusta. La compañía de estas personas desagrada, principalmente, porque no consume esos alimentos por gusto y salud, lo hace por complacencia social, por aceptación y por sentir que es uno más en un grupo que grita: ¡Estas gorda!
No es su culpa, ni mucho menos. Nadie se levanta un día pensando que las grasas que esconden su abdomen son la causa innegable de sus problemas. La obsesión por cumplir con los cánones de belleza occidentales es un maléfico proceso programado, que se basa en venderte una vida plena, cargada de felicidad y éxitos solo alcanzables si sigues sus “sugerencias”. Algo que contrasta con la bonita idea de compartir momentos de plenitud con tus amigos si vas a determinados “restaurantes” a consumir sus productos y “te pones fino”. Tiempo después te das cuenta de que de fino nada. Has cogido 5 kilos sin darte cuenta y ahora te ves abocado a consumir productos milagro que “devolverán tu cuerpo al estado original”. Así es cómo, tras meses de machacarte en el gimnasio, cocinar alimentos al vapor y evitar toda clase de refrescos y bebidas alcohólicas varias, consigues estar, por fin, contenta con tu cuerpo.
Hasta el más egocéntrico sabe que después de todo esto lo único que consigues es encontrarte defectos en otras partes del cuerpo. Eso si no decides empeñarte en recurrir a la panacea de deseos vitales inalcanzables como vivir en una casa más grande con una cocina muy blanca, comprar un coche más potente para después desecharlo por uno más grande porque la familia ha aumentado etc etc. Lo que tú quieras no importa, no nos han entrenado para eso.
Esta muy bien comer sano y hacer deporte, pero mejor esta quererse a uno mismo y mirar hacia dentro para ver que es lo que realmente se quiere.
La realidad que muestra “la caja tonta” es una pequeña muestra de la sociedad, y es tan solo una representación de la infinidad de cosas que existen. Y nos las estamos perdiendo por no querer mirar más allá de lo que ya conocemos, de lo que ponen delante de nuestros ojos; nos las estamos perdiendo por no complicarnos un poco la vida y reflexionar sobre nosotros mismos.
Si no te he convencido con esto, y créeme, no era mi intención, te contaré algo que va a ocurrir dentro de 50 años, y probablemente, te afecte.
Año 2065. Tus nietos se agolpan frente al ordenador para ver unas fotos tuyas de joven. Se miran entre ellos. Murmuran. Se ríen. El más valiente decide hablar: -Vaya pintas llevabas de joven (se ríen todos) – Menuda ridícula. Tú, muy avergonzada, le contestas que era la moda de esa época, pero eso a tus nietos no les interesa. Ahora se viste de otra forma, todo el mundo va en bici y se vive en contenedores de obra de 30×30 m². Eso que te obsesiona tanto, será, a no mucho tardar, motivo de burla y la mayor absurdez habida y por haber.
Por eso, más nos vale empezar a pensar un poquito más como los seres inteligentes que alardeamos ser y dejarnos de centrar todas nuestras energías en reducir la celulitis acumulada para hacer el paseíto de 5 minutos en la playa.
Yo, por lo menos, intentaré hacer caso a Orwell y mantenerme humana mientras pueda. Y tú ¿piensas o te piensan?
Si nada de lo que he contado te convence, y crees que es un disparate y una hipocresía sin parangón, quizá esto te haga replanteártelo.
En 1951 el psicólogo estadounidense Solomon Asch realizó un experimento en el que participaba un joven universitario que desconocía por completo la finalidad del experimento, y junto a él, un grupo de cómplices que estaban compinchados para contestar lo que Asch les había indicado. El experimento consistía en mostrar al grupo un línea con una longitud concreta y pedirles que la compararán con otras tantas líneas, he indicaran cuál de todas ellas se asemejaba en tamaño a la primera. La comparación no daba lugar a dudas, y por ello, en un primer intento, el joven respondía de forma correcta al igual que el resto de cómplices. En la siguiente prueba, de iguales características, los cómplices contestaban erróneamente y el joven, desconcertado, indicaba la correcta. En la tercera prueba ocurrió lo mismo pero esta vez el universitario acabó cediendo a la unanimidad del grupo y contestó de forma errónea, a pesar de la evidencia.
La necesidad de aprobación social, la presión del grupo y el miedo al rechazo son algunas de las causas que llevaron a este joven a contestar, a pesar de conocer la respuesta correcta, de forma errónea. ¿Cuantas veces no habrás desechado una buena idea por miedo al ridículo? Y sobre todo: ¿Cuantas más vas a desperdiciar?