Ayer, Pedro Sánchez provocó cierta lástima. Hoy, en la Ser, dice que ganó el debate. Es el único que perdió y el único que se infla de orgullo. Un orgullo-cliché, un pavoneo tradicional después de cualquier cita electoralista, una prepotencia rebajada con el adverbio “honestamente” (cómo le gusta) que huele a carcoma y a lata sin abre-fácil.
Sánchez fue fulminado por Pablo Iglesias. El socialista padece la misma enfermedad que Pablo Casado: la progeria política. Son jóvenes, pero sus células envejecen rápidamente, o directamente nacen pellejeras y ancianas; su léxico es distinto, sin embargo, perdura la certeza de lo caduco al fondo de sus palabras.
La sonrisa de Pedro Sánchez es la mueca de la impotencia y el fastidio. Iñaki Gabilondo ha calificado su compostura: “Tiene una frialdad como de pez”. El socialista alcanzó el liderazgo de su partido y soñó con jóvenes aplaudidores de ojos iluminados como los que jaleaban a Zapatero. La realidad aprovecha cada oportunidad para patear sus fantasías. Es un pez de escarcha. Su risa, ayer, perdió incluso el sentido estético. La hacía sonar ante cualquier comentario adverso, entonces la cámara lo enfocaba y se veía una mandíbula rígida que parecía hablar entre-dientes, como las viejas que creen poseer la verdad y la autoridad, y consideran una pérdida de tiempo escuchar nada que no salga de sí mismas.
Pedro Sánchez es un pez de plástico con pito dentro: cada vez que lo aprietas sale un argumento prediseñado y contundente, lo estrujas y se oye un axioma socialdemócrata, (radicalidad vocal y miedo conceptual). Pablo Iglesias se ensañó, vio el hueco y coló su puño sudoroso y le golpeó el lomo sin descanso hasta gastarle el repertorio. Al final, Pedro, agotado, sólo escupía tópicos. Los peces, fuera de su mar, convulsionan, buscan el líquido por instinto. Quería irse a casa.
Más tarde, el líder socialista, al borde de la asfixia, pudo regresar a su agua: fue en el minuto final. Allí, en ese trocito encorsetado del debate, respiró, recuperó algo de su confianza y le hizo ojitos a la cámara. No sabemos si la falta de oxígeno durante casi dos horas le habrá dejado secuelas.
El día 14 veremos a Sánchez y a Rajoy nadando a placer en una pradera con anémonas de goma y algas falsas, los miraremos boquear y, desde fuera del acuario, no sabremos si son de verdad o de mentira.