Pau López es un joven artista con mucho talento que se dedica a vender copias de cuadros de los grandes pintores de la historia para diferentes clientes; además de ejercer como conservador y restaurador de arte y creador de obra propia. Es capaz de recrear obras de Velázquez, De Madrazo, Fortuny… Lo curioso de este pintor catalán es que hasta hace bien poco ha sido 100% autodidacta, siendo capaz de recrear y vender grandes obras de arte, hasta que decidió ingresar en una academia de alto nivel porque pocas cosas le obsesionan más que el afán de superación. Enamorado de la técnica, la minuciosidad y de la tradición, con él conversamos sobre la peculiar y honesta forma que tiene de ver su oficio: el de pintor.
–¿Desde cuándo pintas?
–He empezado bastante viejo; hará muy pocos años que me lo tomo muy en serio, y ahora empiezo a participar en certámenes y concursos. Y bueno, supongo que como nos pasa a todos, estoy pasando por una etapa de profundización en la técnica, en un momento donde realmente aprecio que puedo interactuar conmigo mismo en base a una serie de conceptos y analizar con cierta base lo que hago, se puede decir que realmente empiezo ahora a entender que empiezo.
–Supongo que antes de eso ya pintabas. ¿Se puede perfeccionar la técnica sin pasar por la academia?
–Por supuesto, claro que se puede, de hecho para acceder a ella uno pasa unas pruebas en base a trabajos que haya realizado anteriormente, y ya llevaba yo un par de años trabajando de copista profesionalmente. No creo que no se pueda aprender, pero facilita el hecho de tener objetivos muy claros, tanto en progresión de dificultad, como en relación a un lenguaje. También hay que decir que se absorben los conocimientos a más velocidad y se resuelven las dudas que uno pueda tener con mucha más facilidad.
–¿Por qué decidiste pasar por una academia? ¿Tocaste techo en el camino autodidacta?
–La verdad es que nunca me he estancado. Creo que me supero constantemente y estoy contento por ello; sólo espero que sea por virtud de lo último y no por defecto de lo anterior. Decidí pasar por la academia por varias razones: llevaba años siguiendo a otros pintores por las redes sociales, con cierta admiración, que tenían un elevado grado en el lenguaje pictórico y sobre todo en el dibujo; y veía que se estaba gestando algo importante en Europa, el resurgimiento de la educación plástica a un nivel muy tradicionalista, muy erudito. Se estaba volviendo a enseñar latín. No es algo reaccionario tampoco porque el resultado no será el mismo, ahora tenemos conocimientos muy avanzados de óptica, estudios muy óptimos del color, tecnología informática al alcance de la mano… Esto es simplemente un proceso evolutivo que espero que recoja todas las sendas para que de aquí a unos años empecemos a ver composiciones tremendas en el mundo de la pintura y espero estar en el meollo de todo esto, por supuesto. Por otra parte que apareciera una academia de este corte en Barcelona, donde resido, y el hecho de recibir una beca, me ayudó a sufragar los costes (me sería imposible sin ello), pero el aspecto que más me motivó a la hora de entrar es el entrenamiento al cual uno se somete: ocho horas de dibujo al natural diarias son un entrenamiento fortísimo para cualquiera que se lo tome en serio y espero que el cuerpo y la mente respondan para llegar a ser un pintor de élite.
–Tus obras suelen ser escenas costumbristas de épocas pasadas. ¿Por qué ese afán de recrear escenas cotidianas de épocas pasadas?
–La respuesta es complicada. Primero, porque me gusta; he estudiado Historia del Arte y me encanta el atrezzo con el que me ofrece jugar este tipo de pintura. También me ofrece la posibilidad de tener algo que narrar, algo que decir y aportar. Me encanta la idea de poder representar algo que habría podido existir. Es la idea de Eugène Viollet-le-Duc, reconstruir el pasado mediante patrones comunes. Hoy en día no se aplica en la conservación y restauración, pero me parece una propuesta interesante en el campo de la pintura. Mis temáticas son muy variadas y me agrada aplicar mis modestos conocimientos.
–¿En qué te basas para recrearlas?
–Suelo elegir piezas de una época concreta, del mismo yacimiento u obras contemporáneas. También suelo fijarme en exposiciones que realizan grandes museos o incluso en imágenes que existen previamente. He realizado un buen cuadro de un cortejo musical situado en los murales de la Tumba de Nefertiti. Una imagen que goza de mas de 3.000 años de antigüedad y sigue teniendo una gran potencia hoy en día.
–Y en tu faceta de copista, ¿en qué te fijas para decidir copiar un cuadro u otro? ¿Es algo personal o mero negocio?
–A nivel personal he realizado copias de las obras que albergaban mayor calidad o tenían un significado especial para mí, ya que siempre hace gracia emular a un maestro antiguo y poseer una copia en casa, como colección personal. Luego a nivel profesional, lo que más me han pedido son piezas del Museo del Prado, una pasada, se aprende muchísimo, a la vez que uno es remunerado.
–Has de dedicarle mucho tiempo a la obra de cada autor para empaparte de su trazo y recrearlo. Es como meterte en la mente del autor, en la intimidad de su creación. Parece como el que está delante de una caja fuerte hasta que encuentra la combinación para abrirla. ¿Cuál es exactamente el proceso?
–Para mí es un juego, un reto, unas estrategias que he de seguir para aprender y comprender, pero a tu modo tienes mucha razón, puesto que en un futuro deberé de estudiar las fichas técnicas de restauración para entender las técnicas, los pigmentos y la maestría. De momento he de ceñirme a mis usos y costumbres, puesto que siempre realizo miniaturas sobre tabla y estas albergan su propia técnica. En verdad es todo como un juego.
–Siguiendo con el juego que comentas: ¿Cuál es el pintor que has copiado que mejor juega?
–Para mí la dinastía de los De Madrazo que culmina en Marià Fortuny creó piezas de una calidad formal muy fuerte, además de ser composiciones muy elaboradas. Ya sólo los apuntes de esta gente dan pavor. Emularlos es muy complicado ya que tienen, además de una paleta muy completa, una calidad de detalle increíble.
–Fortuny pintaba con acuarela. ¿Más dificultad añadida? ¿Es un reto para ti?
–No sólo con acuarelas, me encantan sus óleos, pero tenía un modo singular de pintar y le apasionaba. Su vida epistolar está repleta de pequeños dibujos que son apabullantes, de tinta y sin errar. Lo que comparto con él es la pasión por lo pequeño. Sus cuadros, que son pintura tradicional realizada a un tamaño muy reducido y sin margen de error, ampliados mil veces siguen siendo obras maestras.
–Hay quien dice que hacer copias es una forma de arte y que todo hoy en día, básicamente, es copia de otros autores y de otras épocas, pero mezcladas.
–Por supuesto, el tema de la autoría es complicado en cualquier ámbito; todos aprendemos a hablar a partir de los otros. No deja de ser la lengua un artefacto cultural. Creo que lo mismo ocurre en el campo de la técnica: sólo se evoluciona cuando se comprenden muchas ideas o conceptos y se comprimen en un todo, pero a su vez no dejan de ser sólo pinceladas.
–Supongo que preguntarle a un artista qué es el arte es algo tan trillado como preguntarle a un poeta qué es la poesía.
–La respuesta mas lógica que puedo darte es que todavía no lo sé. Deberías preguntárselo a un artista. Yo soy pintor.
–Defiendes que los movimientos artísticos contemporáneos han roto con el tradicionalismo y que éste, lamentablemente, ha desaparecido.
–No ha desaparecido completamente, pero los sistemas de producción han cambiado en todos los ámbitos y no paran de cambiar. En cuestión de pocos años todo se vuelve obsoleto y eso no es diferente para la pintura.
–¿No hay ninguna forma de recuperar el tradicionalismo? Saber cómo lo hacían en esa época cuando aún existía el secretismo y aquella bella relación entre maestro y discípulo que hemos perdido.
–Básicamente, ese carácter alquimista donde casi cada taller tenía sus normas, que prácticamente eran secretos de fábrica, ha sido el causante del declive total. Esa es la tendencia que debemos romper. Los conocimientos han de estar a la mano de todo el mundo, entonces sí podrían existir muy buenos técnicos y, lo que es mas importante, habría un conocimiento generalizado de lo formal y de cómo entender las obras. En el colegio se me enseñó dibujo como una asignatura recreativa, no como una disciplina real, pese a que como en el caso de educación física los chavales se lo toman más en serio que el resto de asignaturas.
–Tu trabajo es minucioso porque además de copiar a grandes autores, los copias reduciendo su tamaño 10 ó 20 veces hasta, prácticamente, dejarlo en el tamaño de un folio. ¿Es una dificultad añadida? ¿Un reto más en tu juego?
–Para mí no es una dificultad añadida puesto que me siento cómodo en la miniatura; mucho más que en el cuadro de gran formato porque se me hacen tediosos por su proceso. Pero no hay que pensar tampoco que el tiempo de trabajo en la pieza sea menor, simplemente que en el factor de ‘cocina’ hay que preparar muy poca mezcla. Eso sí, las horas no te las quita nadie. También hay que decir que trabajo en tres o cuatro piezas a la vez siempre, en diferentes estadios, eso me permite realizar una producción continua y mantener siempre la mano caliente.
Hay detalles tan minuciosamente cuidados en tus cuadros que, a su lado, podría parecer que Van Eyck pintó el Matrimonio Arnolfini a brochazos
–Me gusta la miniatura. Me gustan las piezas que pudieran ser de orfebrería. Me gustan las cosas muy pequeñas, el detalle. Me aburre esa pintura que busca la impresión en la lejanía.
–Vaya, debes pasar muchas horas en cada obra.
–La verdad es que los procedimientos de la pintura son largos. El óleo confiere riqueza y profundidad a los colores del pigmento seco. Se pueden variar las proporciones de aceite y disolventes para que la superficie pintada muestre toda una gama de calidades, opaca o transparente, mate o brillante. Por esta y por otras razones, el aceite puede considerarse como el medio más flexible pero no exime al pintor de tener que desarrollar un concepto pictórico por etapas y hay que ser muy paciente.
–En tu obra se pueden ver influencias renacentistas por lo académico; barrocas por los contrastes en luces y sombras, e incluso románticas, pero no se intuye influencia del arte contemporáneo ni de las vanguardias.
–Nunca me ha atraído especialmente…
–Hay quien te podría catalogar de reaccionario.
–Podrían, pero hoy en día las vanguardias son instituciones, y yo no hago «arte» porque no es mi intención. Yo lo que soy es pintor, un artesano, y me gusta la pintura y el juego que supone y no busco conceptualizar mis obras porque mentiría.
–¿Qué diferencia hay entre un artista y un pintor?
–No creo en la propiedad intelectual. Uno no llega a ideas por sí solo. Son un cúmulo de estímulos e impresiones que recibimos del exterior. Yo soy un trabajador que realiza una tarea y el conocimiento es mío y para los demás. Es algo que jamás me podrán robar, porque nadie te puede quitar lo aprendido, solo enseñar lo que puedan aprender de ti. Los seres humanos somos herederos de lo que otros han hecho; sin heredar conocimientos, técnica, y materiales seguiríamos desnudos, libres, santos. Eso no quiere decir que no defienda mi trabajo, solamente que no deseo explotar una idea, sino explotar los conocimientos que pueda adquirir.
–Has dicho antes que las vanguardias son las instituciones. ¿Si no sigues la vanguardia quedas fuera del circuito artístico? Un poco injusto, ¿no?
–O todo es injusto o todo es justo, el término justicia no existe, nadie tiene lo que se merece. No podría dormir tranquilo haciendo eso, de hecho no puedo dormir tranquilo haciendo lo que hago.
–¿Por qué?
–Por el afán de mejorar. Quiero superarme a mí mismo constantemente y eso no me permite conciliar el sueño. Porque no estoy nunca satisfecho con lo que hago. Porque no soporto hacerlo tan mal. ¿Cómo pudiera dormir siendo un pamplinas que estafa a la gente?
–Eso puede parecer enfermizo, como un artista romántico lleno de absenta e insomne, esclavo de su propio arte.
–Es lo más bonito que me han dicho nunca pero creo que se debe a la ludopatía como te he dicho antes. Esto es un juego… Un juego que se basa en ensuciar superficies para engañar al ojo humano, pero es sólo un juego. Y yo soy un ludópata.
Fotografía: Annachiara Ramalho – momo-mag
Cuadros de Pau López.