Manel Pousa i Engroñat ya no le da para correr un maratón (ha completado 52), pero nadie le niega aún, pese a haber cumplido los 69 años, que se desplace en moto por Barcelona, la ciudad a la que regresaron sus padres cuando él era un niño. Había nacido en Granada, donde su padre intentó probar suerte con el negocio textil, y a los años de ingresar en los Maristas empezó a plantearse su vocación religiosa. Sin embargo, el camino hacia la ordenación como sacerdote no fue corto ni fácil. Llega con su motocicleta al barrio del Poblesec, donde le citamos para la entrevista, y el Pare Manel, como le conoce todo el mundo en los barrios de Verdún y Roquetes, tarda poco en empezar el relato de su vida, que es el relato del trabajo en favor de los más desfavorecidos que realizan varias decenas de voluntarios en su fundación. Su existencia se ha hecho mediática en Catalunya durante los últimos años gracias a su fama de poco ortodoxo y a la amistad que ha cultivado con rostros del cine, la música o la comedia como Pepe RubianesJoan Manuel SerratManuel Huerga, el TricicleAndreu BuenafuenteManel Fuentes… De estos ayudantes accidentales en el festival solidario que organiza desde finales de los 90 habló durante la charla con Negra Tinta, pero antes analizó otro tema en profundidad: el duro mundo de las prisiones, espacios que visita desde hace más de 40 años para intercambiar esperanza y vivencias con los internos.

–Usted nació en Granada y llegó con solo cuatro años a Barcelona. Era 1949. ¿Su infancia se pareció a la que canta su amigo Serrat en Temps era temps?

–No demasiado. Para entendernos, la mía era una familia de clase media. Recuerdo que cuando llegamos a Barcelona fuimos a parar una temporada a casa de mis abuelos mientras nos terminaban la casa donde pasaría toda mi infancia y juventud, en la calle Bruc con Còrsega. Recuerdo también el colegio en los tiempos de niñez –íbamos a los Maristas–, te puedo contar historias de la familia, pero no tengo una imagen de la Barcelona de aquel tiempo. De pequeñajo, un tío me llevaba a ver al Europa, y por eso se convirtió en el club de mis amores. Intenté incluso jugar allí en mis tiempos de infantil, pero era muy malo y me descartaron rápidamente.

–Cuando usted iba a ver al Europa debía haber gente en el club que hubiera vivido los años gloriosos de antes de la Guerra Civil, cuando el equipo jugó en Primera División.

–Sí, se podía ver incluso a exjugadores de aquella época, pero no me acuerdo de sus nombres. El máximo esplendor que recuerdo del Europa fue en Segunda, llegando a jugar alguna promoción. El campo que se utilizaba ya era el Nou Sardenya.

–¿Cómo cambia el sueño de ser futbolista por la vocación religiosa?

–Es un proceso largo. En el colegio ya hice un primer acercamiento a la vocación. Tuvo varias fases el deseo de querer ser hermano, que era algo que nos pasaba frecuentemente a los que estudiábamos en los Maristas. Para lo que se daba en la época, comparando con otros testimonios de compañeros que también fueron a colegios religiosos, ya me di cuenta entonces de que los hermanos maristas eran bastante abiertos. Aprendí con ellos matemáticas, física y química. Las aprendí de verdad porque cuando llegué a la universidad me di cuenta de que el nivel de preparación que llevaba era superior a la media. A los catorce o quince años quería ser marista, pero mis padres me tranquilizaron. Vivieron el tema de la vocación siempre con naturalidad y respeto. Son muy liberales (que mi madre vive aún). Me decían que me lo pensara, que acabara primero el bachillerato.

–¿Eran católicos practicantes?

–No mucho. Diría que más de un domingo no iban a misa. Nosotros ya íbamos a misa en el colegio. Sí que recuerdo haber vivido de niño el tema de ir a misa y la idea de Dios con mucha naturalidad. No tuve la experiencia ni en casa ni el colegio que otros tuvieron, gente a la que acojonaban con el infierno y el pecado. Es entonces cuando vuelvo a plantearme la vocación religiosa al acabar el bachillerato. Salía con una chica, tonteábamos. Era yo precoz para algunas cosas y muy ingenuo para otras y debía tener dieciséis o diecisiete años. No hago el PREU y decido estudiar para sacerdote. Conozco entonces a un colectivo en proceso de renovación: era la época del Concilio Vaticano II. Este colectivo se llama La Casa de Santiago y aún sigue siendo un movimiento dentro del clero donde he conservado amigos. En esa época, con ellos, empezamos a hacer muchos cursos de cristiandad, una cosa que aunque parezca lo contrario era muy liberal. Paradójicamente, íbamos a menudo al bar a bebernos cuatro coñacs. Lógicamente todo el mundo se confesaba e iba a misa, pero no nos cortaban en nada y el ambiente que se respiraba allí era muy divertido. Visto tantos años después se puede deformar el análisis a la hora de explicar en qué consistían aquellos cursillos, pero sí que recuerdo vivir en esa época una cosa fundamental: el concepto de vivir mi fe en libertad. Sin embargo había aspectos negativos, como el hecho de que a algunos dentro de los grupos se les despreciara por rojos al estar comprometidos políticamente. Eso hizo que mi convicción se enfriara mucho, pero sí puedo decir que fue en aquel ambiente donde decido ordenarme, pese a no dar ese paso hasta el año 75. Antes, Paco, un amigo, lo cambió todo. Él me sacaba unos años, trabajaba de perito industrial y quería hacerse cura también. Curiosamente luego fue padre del cantante y actor Andreu Rifé. Nos salimos del colectivo y a través de él conocí a un obispo de Uruguay que resultó ser un tipo extraordinario. Queríamos ir a visitarlo a la diócesis de Melo, que era donde residía el obispo en cuestión, pero antes de hacerlo empezamos los estudios en Salamanca. Allí no estudiábamos en el seminario sino en un colegio mayor para completar la Teología y acabar en Uruguay. Ese fue el plan teórico que hicimos, pero yo, que lo había dejado con la novia, duré tres meses en Salamanca. Aquello eran clases en latín y seminaristas con sotana.

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–¿Se estrelló contra el nacionalcatolicismo?

–Eso es algo que no sé. No sé si fue contra el nacionalcatolicismo como lo entendemos actualmente, pero sí sé que era un mundo extraño en el que se hablaba en latín.

–¿Cree que era un mundo ajeno a Dios?

–Para mí, sí. Para ellos, no lo sé, quizás no. En esas lo dejo y Paco creo que acabó el curso pero también lo dejó. Vuelvo a casa por Navidad, empiezo el PREU y retomo la relación con la novia. Hice los exámenes de ciencias para entrar en la universidad y comienzo primero de Arquitectura. Entre medias, la novia me deja, no la dejo yo. Acaba hasta el gorro de mis historias.

–Le iba a preguntar si ella tenía paciencia.

–Mucha. Pero supongo que todo evoluciona y ella buscaba otras cosas. Murió, pero siempre conservé la amistad con ella y con su marido. También con su hija, que es abogada. En esas, haciendo Arquitectura, me vuelvo a enamorar de una chica, salgo con ella para a los cuatro meses decirle que me hago cura. Lo dejo todo. Con un grupo que venía también del ambiente de los cursillos me marcho a París. Allí estudiamos el primer ciclo de Estudios Eclesiásticos. El curso del 68 acaba con la Revolución de Mayo y volvemos a Barcelona a terminar el segundo ciclo.

–¿Cómo era el París de los 60? ¿Hasta qué punto era diferente de la Barcelona que dejaba atrás?

–Eran dos ciudades muy diferentes. Yo conecté enseguida con el mundo de la inmigración allí en París a través de unas trabajadoras sociales que conocimos. Me impactó. Hay una anécdota al respecto que es anterior en el tiempo. Cuando estaba en el colegio quería ser catequista antes de cumplir la edad recomendada. Lo conseguí y me enviaron a Verdún, donde después he pasado la mayor parte de mi vida. Ese mundo me impresionó: hacíamos ir a los chavales a misa a cambio de un trozo de bocadillo. Era una misa insoportable de más de una hora de la que yo me escapaba. Pero para un niño bien del Eixample impactaba ver cómo la aguantaban aquellos niños de Verdún por un trozo de bocata. Con un hermano que era muy espabilado me puse de acuerdo para organizar alguna actividad que fuera más divertida para los chicos y en una explanada con dos piedras fabricamos un campo para organizar un campeonato de fútbol. Un equipo se pedía al Barça, otro al Madrid, el Espanyol… y el mío, ¿cuál era?

–Supongo que el Europa.

–¡El Europa! Además yo me agenciaba a los mejores chavales y siempre quedábamos campeones.

–Ya veo que buen jugador no fue, pero como entrenador o secretario técnico sí que se daba maña.

–Y como mafioso, porque siempre llevaba caramelos o tabaco escondido y así todo el mundo quería venirse a mi equipo.

–¿El Evangelio lo comprendió de golpe o según lo fue leyendo entendió que tenía que compartir su vida al lado de las personas más desfavorecidas?

–Creo que el Evangelio se entiende a medida que se va viviendo. Pienso que se adapta a todas las edades: nunca he creído en el demonio con cuernos pero sí que he evolucionado. En el Evangelio es evidente para mí que Jesús no origina una religión, origina una forma de vivir y representa el enfrentamiento contra la religión, establecida como estructura de poder y control de la gente y la libertad a la que él cita. Que dijera “Dios padre”, su padre, “mi padre y yo somos lo mismo”, ya es una herejía en aquel mundo religioso. Así, considero que en nombre de Jesús y el Cristianismo se han ido montando religiones en el sentido peyorativo de la palabra. La religión para mí es un conjunto de reglas, liturgias, rituales, normas de moral… Si existe la vida auténtica yo ya tendré mi espacio y mi rito, ya que el símbolo es necesario para vivir y comunicarnos. Pero cuando ese rito se convierte en algo absoluto que se olvida de la vida interior y la diferencia entre los seres humanos, va contra los principios de Jesús y el Evangelio.

–Entrevistamos también al exsacerdote, teólogo y periodista Juan Arias y nos dijo que todo aquello que se institucionaliza se acaba corrompiendo.

–Eso se da cuando la ley es lo absoluto, cuando la norma manda; algo que en el ámbito político se ve a menudo. Está muy bien, pero una ley puede ir contra los derechos humanos. De echo muchas están en contra. Quizás deben existir un mínimo de estructuras que no ahoguen en cambio la vida de la gente y la pluralidad. Lo que creo es que en nombre de la unidad de la Iglesia hemos uniformizado, confundiendo la forma con el fondo. Respeto a la gente a la que se le podría calificar como más de derechas eclesiásticamente hablando. Me refiero a los que hablan todavía de un cielo y un infierno. Los respeto pero no noto que me acepten. Y no solamente a mí, claro, sino a todas las corrientes que son más liberales y abiertas. Lo que quiero decir es que no podemos contestar con palabras de ayer los problemas de hoy. No es cuestión solamente de adaptarse a los tiempos sino de ser fieles a los orígenes y al Evangelio. ¿De qué pasaje del Evangelio se puede desprender que los homosexuales son antinaturales? ¿De qué actitud de Jesús, si justamente una de sus condenas le llegó por juntarse siempre con la gente pecadora? ¿De dónde se puede sacar que Jesús instruyera el matrimonio? Si tenemos un sacramento como el matrimonio o una institución como esta será por una serie de razones, no porque Jesús la fundara. No instituyó nada. El Evangelio más antiguo está escrito 30 años después de la muerte y resurrección de Jesús. La gente que lo conoció se iba muriendo y por eso se escribían los Evangelios, para que la gente que no lo había conocido supiera de su vida.

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–¿Con la mentalidad que posee nunca tuvo la tentación de dejar el sacerdocio cuando vuelve a España desde París? La Iglesia española y, sobre todo, la mayor parte de sus jerarcas apoyaron tradicionalmente al régimen de Franco, que no compartía prácticamente nada de la idea evangélica que usted defiende.

–Mi visión política es todavía inmadura porque la he vivido de adulto. Estoy de acuerdo con que gran parte de la jerarquía está del lado del poder. Si repasas las últimas legislaturas, la Conferencia Episcopal recomienda votar a un determinado partido. ¡Oiga, en el nombre de Dios y del Evangelio no puedo recomendar a ningún partido! ¡Ni aunque yo sea de un partido! Debo recomendar a la gente que tenga compromiso político y social para que tengan una actitud humana y, por tanto, evangélica. Cuando vuelvo a Barcelona poco a poco fui adquiriendo conciencia política y me decía: “Dios mío, en qué institución eclesiástica he entrado”. Lo que a mí me ha salvado a la hora de estar dentro y me ha dado una experiencia positiva de Iglesia, sin hacer proselitismo ni demagogia, es que me he encontrado con gente que me ha ayudado mucho pese a que reconozco que hubo gente que no tuvo la misma suerte. Desde el director que tuve en el seminario –situado en la calle Diputació– todos me dejaron ser yo mismo. En algunas cosas pensábamos distinto, en otras coincidíamos, pero respetaban la pluralidad. Estamos acostumbrados a defender o atacar a la Iglesia y yo lo que hago es analizar la realidad, que consiste en que dentro de una institución como la nuestra hay de todo. Una persona es evolutiva y debe evolucionar. El hecho de que sea capellán no quiere decir que lo tenga que ser toda la vida. Puedo ser el presidente de la asociación de vecinos o alcalde durante una legislatura y dejarlo de ser en la siguiente. El concepto este de que tengo que ser eternamente sacerdote es un lenguaje que no me va. Eso sí, haciendo ciencia ficción, ¿si volviese a nacer sería cura? Hombre, por supuesto. Quizás lo que me ahorraría serían algunos errores.

–También hemos conversado en Negra Tinta con una persona católica, barcelonesa y de su quinta: el profesor y activista Arcadi Oliveres. Le preguntábamos por la difícil relación que tuvieron la II República y la Iglesia en España y él nos contestó que Dios es republicano porque tanto la República como Dios son humanistas y defienden la vida.

–Considero que el rey ha sido una figura de poder que ha evolucionado dentro de la vida humana, pero no me verás defender a monarquía alguna. No tengo nada contra el Rey o la Reina, pero no me dicen nada. Creo que un sistema de sociedad debe ser republicano. El resto de sistemas me parecen mundos extraños, mundos de poder. Si en la época medieval necesitaban reyes para vivir, muy bien; pero ya hemos dejado esa época atrás.

–En los medios, la tarea pastoral que usted hace en Verdún o la que llevan a cabo otros curas, como los de la parroquia de San Carlos Borromeo de Madrid, les hace quedar como bichos raros dentro de la iglesia. Seguramente haya más sacerdotes parecidos.

–Con todos los respetos: para mí bicho raro es quien se pone una sotana de tres millones de pelas para celebrar una eucaristía. Es tan contradictorio eso para mi modo de entender la eucaristía… Ahora bien, ¿por qué hay gente así? Es un hecho histórico y creo que estamos en un proceso que se tiene que ir desarrollando poco a poco. Lo que pasa es que lo de la sotana es parte de un fenómeno cultural, lo que estoy explicando no es que no se quiera entender, es que algunos no pueden entenderlo. Están en otra galaxia.

–¿Y el Papa Francisco lo entiende?

–Por supuesto.

–¿Qué sintió el día que lo eligieron?

–No sentí nada hasta que me enteré de quién era. Es un hombre natural y da la impresión de haber sido siempre así. Pero, mira, en la Iglesia el problema no es el Papa. Si tenemos que tener Papa mejor que sea así, como Francisco. Lo que creo es que tendríamos que volver a escuchar por qué los evangélicos y luteranos abandonaron Roma. No puedes decir toda la vida que actuaron por interés.

–Una de las cosas que hizo Francisco el año pasado cuando estuvo en Brasil para celebrar la Jornada Mundial de la Juventud fue reunirse con los evangélicos, una iglesia que le está quitando muchos fieles en América Latina a la Católica.

–Mientras el motivo del encuentro sea el Evangelio –y date cuenta de que eso no me separa precisamente de otras religiones– ya me parece bien. Que haya competencia entre las iglesias del planeta para captar clientes es lo que me parece triste. Una persona puede cambiar de iglesia como lo hace de parroquia porque sabe que la manera de celebrar en el Eixample se entiende mejor que la del Poblesec y al revés. Debemos de ir hacia lo que nos une y entender que no tiene razón de ser la Iglesia uniforme que ciertos sectores católicos pretenden. Yo tengo mucha relación con musulmanes y ellos mismos son los que me cuentan que su religión es la religión perfecta. Aunque claro, yo he escuchado cuatrocientas mil veces eso de que la Iglesia Católica es la verdadera y que fuera de ella no existe la salvación. Eso formaba parte del esquema de los catecismos que estudié. No estamos hablando de la Edad Media.

–Me ha dicho que no ve la tele y que tampoco se maneja bien con las redes, pero imagino que leerá los diarios en papel para estar informado. Cuando ve que la mayoría de las noticias califican a los musulmanes como practicantes de una religión muy retrógrada, ¿qué piensa?

–Que es una lástima. Están como nosotros hace cinco siglos. Si repasamos la historia tendríamos que ser honestos y entender que creer que uno dice la verdad conduce a la violencia. No sé quién decía que hasta que no desaparecieran las guerras de religión no se acabarían las guerras, pero no seamos ingenuos. ¿Son las religiones los detonantes de las guerras? ¡No! Es el capitalismo, ¿eh? Es el poder político que paralelamente suele ir ligado al poder religioso. Cuando veo esos países integristas donde impera el menosprecio al diferente, no solamente con las ejecuciones tan lamentables que estamos viendo, sino con el papel que tiene la mujer, pienso que tendrían que leerse de nuevo el Corán. El Corán no ordena hacer todas esas cosas. La guerra santa no es lo que están llevando a cabo los grupos yihadistas e integristas. Es una lástima, esperemos que no se propaguen más estas ideas intransigentes.

–¿Hace cuánto que no viste con sotana?

–Eso mismo me lo pregunta mucha gente: nunca me he sentido cómodo, no he tenido nunca sotana. He conocido a curas con sotana o que llevan clériman que son muy auténticos. Creo que lo mío con la sotana es más una cuestión de sensibilidad o de manera de ser propia. La realidad puede llegar a ser muy diferente dependiendo de tu punto de vista. Muchos curas –muchos de ellos son amigos– sostienen que no nos tenemos que esconder a la hora de dar testimonio. Yo lo veo como un retraso, como una diferenciación, pero no se puede elaborar una ley universal para decir sí o no a la sotana. Ponértela o no dependerá de cómo seas. De dónde vivas. Del país en el que hayas nacido. Teniendo en cuenta que tú no eres el protagonista, me parece que llevar sotana sería tratar a la gente como si fuera de segunda categoría. Es establecer distancias y relaciones de poder. Esta mañana he estado en Brians [un centro penitenciario] y dos chicos me han pedido si podía confesarles y hemos estado hablando. A uno le he dicho: “Confesarse es celebrar que Dios nos quiere, no es necesario que me digas tus pecados, si le has tocado el culo a la novia o te has metido un dedo en la nariz”. ¿Tú crees que una chiquilla me tiene que explicar a mí, un abuelo, si su novio le hace daño o no le hace daño? Toda esa información es poder y ya ves que he puesto unos ejemplos que tienen que ver con el sexto mandamiento. Yo no tengo por qué estar escondiéndome por no llevar sotana porque cuando salgo de casa ya hay cuatro esperándome que saben que soy cura. Lo que quiero recalcar es que el testimonio lo tenemos que dar con nuestra forma de vivir y compartir, no por la forma de vestir; eso sí, ¿con todo esto me estoy cargando la sotana? No. Uno puede ser un hombre limpio y llevar sotana, pero yo no la vestiré ni aunque me obliguen. Soy libre y puedo vestir como me dé la gana.

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–¿Cuándo entró por primera vez en una prisión?

–¡Aún no era ni seminarista! Me llevó [CarlesFlavià.

–¿Cuántos años tenían?

–Fue al volver de París, estamos hablando del año 70. Tendríamos unos 25 años cuando empecé a visitar la Modelo. Entonces me encargaban que fuera a ver a los jóvenes que estaban a punto de salir y no tenían familia. Les proponía acogerlos en un piso para que hicieran su vida allí y buscaran empleo. Vivía con ellos. Mi primera tarea entre comillas fue esa. Todavía tengo relación con alguno de aquellos personajes y ya hace treinta o cuarenta años de aquello.

–¿Qué le empujó a empezar a visitar las prisiones?

–Al principio lo hice porque me lo dijo Flavià, pero después me enganchó. No puedo soportar lo que ocurre allí dentro. Básicamente, lo que haces cuando estás allí es hacerles compañía, llevar ropa o ayudar a sus familias. Nunca les pregunto por qué están allí. Muchas veces tienen necesidad de explicártelo. Es una comunicación muy interesante la que se da: los sacerdotes y las monjas creemos a menudo que nosotros somos los buenos de la película por visitar la prisión y confundimos al personal, incluso son ellos, los chicos, los que te dicen: “Soy un delincuente”. “Eh, tú eres Ezequiel, no un delincuente”. Este que se me ha confesado hoy tiene una petición –lo puedo explicar porque no es un caso conocido y no rompo ningún tipo de sigilo– y tendrá un juicio dentro de poco. Me decía que su libertad está en manos de Dios y le contesté que está en manos del juez. Es como la quiniela y los chicos lo saben. Depende todo del juez que te toque. Puedes robar millones y no te pasa nada y después se roban cosas más pequeñas y les caen cuatro años. No digo que esté bien lo que hacen, pero este muchacho ha cometido varios robos de pequeña escala y la petición total de condena son 23 años. Lo que le tienes que pedir a Dios son fuerzas para afrontar la realidad. “¿Tú crees que Dios quiere que estés allí dentro 23 años? ¡Pues no!”.

–¿Cuándo se libera totalmente una persona? ¿Se ha encontrado con gente que años o décadas después de salir de la cárcel sigan siendo presos?

–Sí. No sé realmente cuándo se libera una persona, pero el efecto es…

–Lo nota.

–Mucho. Por ejemplo, aún me encuentro a chavales en el barrio que fueron toxicómanos. Llego a Verdún en 1975 y la heroína ya está haciendo mucho daño por aquel entonces. Hay tíos de 45 ó 50 años que aún viven y que han pasado por prisión por culpa de un atraco, algo para lo que hace falta tener algo que yo no tengo. Todavía viven con su madre, hacen su vida en casa y solo salen a tomar un café… con su madre. Se han destruido como personas. No digo que la sociedad sea mala, pero la prisión les destruye como personas. No digo que no tuviera que existir la cárcel; si existe, como pasa con el cáncer, afrontémoslo, no digamos que es un castigo de Dios para la gente mala. Si la prisión existe intentemos que nos joda lo menos posible. Esa comunicación con los presos no se da solamente conmigo o con los voluntarios. Veo cómo tratan como personas a los chavales los funcionarios de azul, los que tienen que controlarlos. Ese mito de que el funcionario y la policía son los malos… Mira, hay tanto facha a la derecha como a la izquierda, incluso religiosamente.

–¿Qué debe de tener en cuenta un funcionario de prisiones a la hora de desempeñar su trabajo?

–Entiendo que se encuentren a veces con gente inaguantable y que se repartan hostias, pero claro, es que quizás un interno te ha soltado una patada en los cojones o te ha estado provocando, provocando, provocando. Es muy difícil ese trabajo porque como profesional que eres tienes que aguantar todas estas historias. Incluso me toca aguantarlas a mí. Cuando te mueves por una prisión te tienes que acostumbrar. Alguien me decía hoy que los internos solo saben pedir cosas y le he contestado que sería lo último que ellos nos dieran 50 euros a cada uno por ir allí a decir misa. Están allí en plena miseria y cuando ven a alguien con cara de buena persona le piden un cigarro o cinco euros para llamar a su madre –lo que no suele ser verdad.

–Hablaba de ladrones y atracos. ¿A causa de los recortes que en muchas ocasiones vienen motivados por las deudas que han dejado los casos de corrupción ha aumentado el trabajo en su fundación de Verdún?

–Ocurre que nuestro público viene de un entorno difícil donde se dan atracos, peleas y familias desestructuradas. Tengo a niños de 18 años con una muerte a las espaldas porque los pobres iban ciegos y se vieron en medio de una pelea con una navaja entre las manos. ¡Se arruinan la vida! Dentro de las cárceles, eso sí, no le aparto la cara a nadie y he atendido a gente rica que entra por otras cuestiones. En las prisiones me intento centrar en la gente que es de Verdún y los barrios cercanos para que a sus niños no les falta de nada allí fuera: libros, comedor, escuela… Entre las familias, en vez de repartir estampitas, reparto tarjetas de T-10 para que vayan a la prisión los días de visita. Hay gente que no tiene siete euros para ir a Granollers a ver al padre o a la madre.

–El barrio de Verdún de los 70, donde usted empezó como cura, me lo imagino como el prototipo de barriada de inmigrantes que explica Francisco Candel en Els nous catalans. ¿Ha mejorado la vida allí en estas cuatro décadas?

–Sí y se ha hecho muy bien. A veces criticamos a la Administración pero el 50% del núcleo de Verdún estaba formado por unas viviendas que se conocían como las del Gobernador. El gobernador Correa empezó a derribar las barracas que había en el barrio con motivo del Congreso Eucarístico [que se celebró en Barcelona en 1952]. En su lugar construyó unos edificios muy deficitarios que se fueron derribando a partir de las Olimpiadas. En su lugar fueron apareciendo otras viviendas nuevas. Bueno, es que hablamos de una época en la que recuerdo barracas incluso en la Avenida Tibidabo. La otra mitad de Verdún son edificios de obra sindical que sí son dignos y en los que he vivido bastantes años. Es decir, la gente sigue siendo la misma pero las casas ahora son mucho más adecuadas. Con la crisis sí que es verdad que hemos notado el aumento de la gente que se busca la vida y, por tanto, el tráfico de drogas. Es evidente. Tenemos hecha una estadística que corrobora que muchos de los jóvenes de Verdún que habían empezado a trabajar y ya iban trampeando ahora se dedican al trapicheo.

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–¿Los medios de comunicación se empezaron a preocupar por su trabajo cuando hizo relación con gente de la cultura y del espectáculo?

–Siempre me he juntado mucho con Carles Flavià y él siempre me ha asesorado y aconsejado. También he salido mucho, pero no tanto como él. Se produce un efecto que vosotros, los periodistas, conocéis y que a mí me puede y me cansa. Pero en nuestra historia personal a ese efecto mediático yo lo llamo ‘efecto Rubianes‘.

–Pepe Rubianes lo cambia todo.

–La historia ha ido evolucionando, nuestro trabajo no se hizo conocido de la noche a la mañana. Le pedí una vez a Rubianes que hiciera una actuación en la prisión de jóvenes. Cuando ya habíamos cerrado la fecha, el contable me dijo que las últimas colonias de verano –la época del año en la que más trabajamos porque los chicos no tienen cole– nos había dejado una deuda por pagar. Entonces le digo a Pepe que quiero pagar esa deuda y nos entendemos para que haga otra actuación en el Ateneu. Lo que ocurrió fue que al salir de la prisión me dijo: “Si quieres, el año que viene hacemos otro espectáculo, pero nunca más me vuelvas a pedir que vaya a la cárcel porque no iré”. Se quedó impresionado después de pasar horas hablando con los chicos. Le impactó y no lo pudo soportar. No es raro porque yo mismo no me acostumbraré nunca a la prisión. Hay días en los que salgo mejor y días en los que salgo peor. Ves tantas historias de vida y juventud rotas. ¿Quién está en la cárcel? ¿Gente que ha tenido una familia que le ha querido? ¡No! Todos tienen alguna tara de infancia, alguna historia rara. Si lo único que sabemos hacer es enviar a gente a la prisión…

–¿No tiene la sensación de que se habla más de aumentar las penas e instaurar la cadena perpetua que de reformar las prisiones?

–Desde mi visión parcial –no puedo decirle al legislador cómo debe ser la prisión– lo único que puedo lanzar es una especie de lamento. La aplicación de la norma no arreglará la sociedad. El gran secreto es educar y trabajar para que la gente no acabe allí. Es lo que intentamos hacer nosotros, aunque yo dedique gran parte de mi vida a la prisión. Se debe intentar que los chicos tengan trabajo, educar a la juventud en el sexo y la droga, estar a su lado. He ido a alguna charla informativa y por lo que sé lo que pretende hacer el Gobierno del PP es aumentar las penas. Creo que gran parte de las prisiones catalanas han mejorado mucho. No es por hacerle la pelota a la Generalitat. Además, hace tiempo que me he limitado a visitar las de Barcelona y esporádicamente las del resto de Catalunya cuando antes iba por toda España. Se gastan mucho dinero y esfuerzos para ofrecer mejores instalaciones y trabajos remunerados dentro de las cárceles. ¿Son suficientes? No, hay mucha gente que se queja, mucho interno que asegura que los empleos son solo para enchufados y chivatos. Nosotros no sabríamos de la misa la quinta parte ni aunque fuéramos allí cada día. Lo que hacen las mafias de puertas para adentro no lo conocemos.

–Acabo de leer en El Mundo que no va a salir adelante el proyecto de ley del aborto. ¿Qué le parece este debate?

–Creo que la ley está hecha desde un punto de vista lejano a la realidad y que tampoco se ha escuchado a los médicos. En nombre de Dios no puedo yo decir cuándo se puede abortar y cuándo no. A mí Dios no me ha comunicado si ese ser tiene vida. Además, el aborto es una realidad y de lo que se debe encargar la ley es de controlar y regir la realidad con la educación como trasfondo. Si se miran estas palabras de forma aislada pueden decir que estoy a favor del aborto. Eso no es cierto. No le cortaría el cuello a una persona que hubiera abortado y, por lo poco que he leído y por lo que me han asesorado médicos objetivos y creyentes, la ley se ha hecho a partir de un desconocimiento muy grande. Dejar que la gente se muera de hambre no es pecado. ¿Desea Dios que los niños se maten y se hagan soldados? Se da una hipocresía muy grande en torno a la ley del aborto cuando se trata de un problema serio. A lo largo de mi historia como sacerdote he podido intimar con mujeres que han abortado y no conozco a ninguna que estuviera feliz después de hacerlo. Cuando la Iglesia, hace diez o veinte años, dio permiso para abortar a unas monjas que habían sido violadas no se les preguntó si querían o no abortar. Es una historia oscura como tantas otras que se han dado dentro de la Iglesia. Que no me vengan con puritanismos. ¿Qué palabra es la que cuenta? La del científico y la de quien crea una ley que debe comprender la realidad. Hay circunstancias en las que se debe justificar el aborto porque además es necesario acompañar a la persona psicológica y religiosamente, si es creyente, debido al concepto de culpa que se le queda dentro. La mujer se siente culpable quieras o no quieras a causa del instinto maternal. No hay ninguna mujer en el mundo que aborte por gusto. [Nota del redactor: La entrevista fue realizada hace dos semanas en Barcelona. Por lo tanto, la marcha atrás en la reforma de la ley y la dimisión de Gallardón como ministro de Justicia eran solo conjeturas].

–¿Hasta qué punto se enfadó cuando se sacó de contexto la ayuda que le ofreció a una chica de Verdún que pretendía abortar? La historia se contó en el libro que explicaba su vida, publicado hace tres años.

–En el libro está muy bien explicado, pero se sacó de contexto. El libro explica perfectamente cómo yo, que no soy abortista, me encontré con que una chica iba a ver a una mujer que practicaba abortos caseros en el barrio. Una buena mujer que creo que aún vive y que es buena persona, ojo. No es el demonio, ¡eh! Que esta no cobra, no hace negocio del tema. Claro, yo en aquellas condiciones había visto cómo se desangraba una chica. Lo que ocurrió es que se sacan cosas de contexto para ir en contra de Catalunya y de mi obispo, no solamente con lo que hago o digo yo, también le ocurre a alguna monja. A la chica le dimos toda clase de opciones para que no abortase; por ejemplo, dar el niño en adopción. Para mí, el que sigue escrupulosamente una ley o una norma se olvida de la realidad. Esta chica ahora es una madre trabajadora que adora a sus hijos. Nosotros la ayudamos con aquel problema y punto: la hemos ido siguiendo, ayudando y educando. Ahora es una madre feliz.

–Volvamos con Rubianes. Hace tres años Manuel Huerga sentó a manteles al grupo de amigos del humorista y convirtió en documental una cena en la que se habló mucho “del Pepe”. ¿Cómo recuerda aquel momento?

Huerga sabe hacer muy bien su trabajo. Nosotros nos reunimos de tanto en tanto desde que empezamos con la coña de que éramos las viudas de Rubianes. Bueno, tengo que decir que a mí me invitan porque me tienen cariño y no lo digo por modestia. La gente más cercana a Pepe eran Serrat, Flavià, Tricicle, Pep Molina, gente de toda la vida. Creo que Pepe me tenía más admiración y estima por maratoniano que por cura. Ellos me invitan a esas cenas y como me lo paso bien voy siempre. Huerga quería hacer un reportaje sobre él y se acordó de una película de Woody Allen que sigue el mismo esquema. Uno se muere y los amigos se reúnen para hablar del difunto. El documental está hecho con mucha gracia porque se van intercalando también gags de él, aunque ya te digo: yo soy un convidado de piedra.

–Bueno, tiene usted también sus cuotas de protagonismo en el documental. Explíqueme alguna anécdota de Rubianes, seguro que conserva alguna buena.

–Con Rubianes había conexión porque los dos teníamos una sensibilidad muy humanística. Yo le explicaba cosas y él de vez en cuando me hacía preguntas. Era muy aprensivo. Recuerdo que te solía decir: “Oye, que me duele aquí”; y yo le contestaba: “Ve al médico, cabrón, tú que puedes”. No tengo ni idea de cómo se cura ese “tirón” que tienes ahí por muy maratoniano que sea. Rubianes no me picaba demasiado. A veces, cuando concedía entrevistas iba de coña y decía que él era el demonio. Mi relación con él fue muy natural. Nunca noté que tuviéramos una relación de superior a inferior, de decirme a mí mismo “ostras, que es Pepe Rubianes”.

–Al Palau Sant Jordi subió mucha gente a colaborar o a ver el espectáculo que se organizó para homenajearlo póstumamente.

–Ya teníamos organizado el ‘Guanya’t el cel’ de aquel año y el Tricicle, [Joan LluísBozzo y todos los que habían estado siempre con Pepe me propusieron unir el homenaje con la gala benéfica. Juntamos las dos cosas en el Palau Sant Jordi.

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–¿Qué representa Joan Manuel Serrat para un barcelonés nacido a mediados de los años 40?

–Le escucho desde que tengo catorce años. Desde que empezó. Siempre me gustó y cuando lo conocí si que fue un poco como decir “hostia, he tocado al Serrat”. Él es también muy natural, pero lo que pasa es que esta gente tiene una popularidad que no le permite ir por la calle. Sin embargo, yo le he visto ir a comprar a la pescadería de su barrio y habla con unos y otros. Enseguida se estableció esa conexión de naturalidad entre los dos. Él me ha reñido a veces y me ha señalado cosas que no he hecho bien en los festivales. Cuando se establece una relación y conoces a la gente, la persona suele ser mucho más natural de lo que pensamos. Eso mismo lo aplico para los chavales de la calle como para todos estos personajes famosos. ¿Qué conseguimos nosotros en la prisión? Establecer una relación de crecimiento, positiva, de tirar hacia adelante. Pero no quiero engañarme: no siempre se pueden dar esta clase de relaciones. Si yo tengo una empresa y el chaval me llega una hora tarde a trabajar le tendré que decir: “Si sigues así voy a tener que echarte”. En la vida no siempre se pueden provocar situaciones positivas, pero ya que me preguntas por mi relación con el mundo del espectáculo te diré que sin ellos no hubiéramos hecho ni la mitad del trabajo que llevamos realizado. Lo que tengo hacia ellos es una actitud de agradecimiento irracional. Un año resulta que no llamo a Serrat y eso que me ciño normalmente a lo que me dicen Pep Molina y el resto de personas que organizan el evento. Pues hace tres, cuatro o cinco años no avisé a Serrat. Él me llamó y me dijo: “Cabrón, ¿no quieres que actúe?” “No, Joan Manuel, no quería molestarte”. “Pues sí que voy, aunque te sepa mal, voy a ir”. ¡Fantástico! Yo más contento que Dios. No le había avisado para no molestarle, pero se enteró de que se iba a hacer el festival porque es amigo desde siempre de todos estos.

–Para finalizar la entrevista me gustaría poner unos nombres sobre la mesa de personas vinculadas a la Iglesia Católica para que usted me dé su opinión. ¿Qué le parece su arzobispo, el cardenal Martínez Sistachs?

–Es una buena persona. Lo que ocurre es que ellos están en un mundo donde domina la jerarquía y para mí la jerarquía no es lo fundamental dentro de la Iglesia. Unidad no quiere decir uniformidad.

–¿Qué le une con Rouco Varela?

–Nada. [Pausa] Ninguna simpatía. Pero quieras o no entiendes que hay gente que está en una determinada galaxia. Él, dentro de su conciencia, seguro que debe pensar que actúa bien. No creo que tenga millones en Suiza. Pero creo que este tipo de gente se equivoca cuando piensa que necesitan del poder y del dinero para mantener la fuerza de la Iglesia.

–¿Qué le parece la monja que últimamente está teniendo bastante repercusión mediática…

–¿Lucía? [Sonríe]. Somos muy amigos. Vuelvo a insistir en el concepto del pluralismo. Ella políticamente se define y ataca mucho a los políticos, algo que yo no sé hacer públicamente. Ella es muy valiente y lleva hábito. Se lo debe quitar solo para dormir porque lo lleva siempre. ¿Te acuerdas de lo que hablábamos antes del hábito y la sotana, no? Ella hace un trabajo… Mira, creo que esa es nuestra manera de entender el Evangelio y de vivir. Lucía [Caram] es de ese tipo de personas que no lleva a cabo una obra social para que la gente después vaya a misa. Además se está acercando al musulmán, al ortodoxo y al evangélico. No convertimos en un problema la diferencia de credo.

–¿Conoce también a Teresa Forcades?

–Sí y ella tiene la ventaja de saber de lo que habla. Científica y éticamente sabe bien lo que dice. El tema de la gripe A, tela marinera. Algunos la critican por haber creado su plataforma independentista con Arcadi [Oliveres] cuando yo veo positivo lo que han hecho.

–Usted estuvo presente en la última manifestación que se convocó con motivo de la Diada.

–Sí, siempre me gusta colaborar. Me encantaría que Catalunya fuese independiente. Quizás soy un mar de dudas, pero encuentro una dificultad en este tema, ¿qué entiende la gente por independencia? Para mí es poner las cosas en su sitio, no romper o separarnos. ¡Si ya estamos separados! Yo no quiero saber nada del nacionalcatolicismo ni de ir a bautizar negros, lo siento mucho. Que se lo hagan mirar si aún piensan que ese es el camino. Desde mi independencia puedo ser libre y solidario manteniendo relación con el resto de España.

–¿Qué tendría que cambiar en este país para que fuera libre?

–Primero, que nos dejen decidir, pero independencia debe significar ir hacia una sociedad nueva. Ahora nos atacan con Pujol, pero una cosa es que los gobernantes sean corruptos porque si avanzamos la sociedad se desmarcará de ellos. Hacia ahí apuntan colectivos o partidos nuevos como Podemos. No es un cambio el que se pretende para seguir por el mismo camino, hemos de intentar que las cosas funcionen. Los de Guanyem Barcelona, por ejemplo, vienen de la PAH y en esa plataforma ya han trabajado mucho en este sentido. A veces no tengo tiempo para participar en tantas manifestaciones como las que me gustaría, pero creo que es bueno que la gente diga basta, que estamos atados y eso no se puede consentir. Este proceso necesita de un trabajo y un compromiso en el tiempo. Si queremos una sociedad mejor tenemos que pringar todos, que el vividor ya se introduce a todos los niveles y en todas las clases, siempre pendiente para decir: “Que trabaje Rita”.

Fotografía: Annachiara Ramalho – Momo-Mag

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