Yo entiendo que muchos jóvenes necesiten un Mayo del 68, una caída del muro del Berlín o un asalto a la Bastilla para autoafirmarse como una generación útil, llena de vida y que sueña con un mundo más libre, más limpio y más justo donde vivir. También entiendo que haya algún iluminado que piense que están haciendo algo realmente importante, pero somos la generación de las acampadas, del “no estamos de fiesta, estamos de ocupación”, de lentejas, arroz con frijoles y tiendas de campaña Quechua. Ésta es la realidad y, por supuesto, cada uno la vive como quiere. Cuando para hacer una manifestación tienes que pedir permiso a las autoridades y que éstas te marquen la ruta y las horas en las cuales manifestarte, es como cuando te dejan un sitio controlado para hacer un botellón. “Sí, poneos aquí y no hagáis muchos ruido.” Las manifestaciones también son “pan y circo”.
Lo suyo es meterlo y sacarlo repetidas veces y seguidas hasta eyacular dentro, si quieres dejar a una mujer embarazada; si quieres engendrar algo. Meterlo y sacarlo una vez no sirve para nada, igual que una manifestación de un día. A eso se le llama “desobediencia civil” y sí, la policía pega y saca ojos y es represiva, porque ésa es su misión: salvaguardar el orden establecido como si fuese un perro pastor o la guardia pretoriana. El estado tiene el monopolio de la fuerza y la hace legítima para salvaguardar sus propios intereses. Esto siempre, siempre ha sido así, ya no hay que escandalizarse más. Hay un escena en El conde de Montecristo en la cual mientras Edmundo Dantés está siendo azotado, éste le reza a Dios y el que le azota dice: “Hagamos un trato: Tú reza y si tu Dios baja a ayudarte, yo pararé”. Así es: Seguid con las sentadas, seguid rezando, que ellos pararán.
El 1 de Mayo conmemora a los muertos de Chicago, en su mayoría inmigrantes de Europa, que se manifestaban y lucharon en la calle por una jornada de 8 horas bajo el lema de «8 horas de trabajo. 8 horas de sueño. 8 horas para la casa». Antes sólo existía una ley que impedía trabajar más de 18 horas. Sólo se cometía delito si forzaban a un trabajador a trabajar más de 18 horas al día. En Chicago las manifestaciones y la lucha duró varios días y los medios de comunicación calificaban la lucha de los trabajadores de «indignante e irrespetuosa», «delirio de lunáticos poco patriotas» y decían que era «lo mismo que pedir que se pague un salario sin cumplir ninguna hora de trabajo», entre otras portadas. Nuestra señora de las 8 horas no hubiese llegado sin esa lucha en la calle. Sin ese plantar cara a la tiranía y a sus lacayos, día tras día, escondidos tras los medios de comunicación. Un gato no hará una ley favorable para un ratón. Ningún avance social importante ha llegado sin lucha. Ni llegará.
La jornada laboral de ocho horas se implantó en España en 1919 después de una huelga general de 44 días.