«Un clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir»
Italo Calvino
Hablemos del milenarismo (sólo un momento). Conocido popularmente por la irrisoria algarada que protagonizó en su momento Fernando Arrabal, el milenarismo es, o eso dice la Wikipedia, la doctrina según la cual Cristo volverá para reinar sobre la Tierra durante mil años, antes del último combate contra el mal. El penúltimo fin de semana de noviembre de 2015, Juan Carlos Navarro, Juanqui, La Bomba, jugó su partido número mil como jugador azulgrana (más de 600 en ACB y casi 300 en Euroliga). No son mil años, de acuerdo, ni Navarro es Cristo, suponemos, pero son mil partidos reinando con la camiseta de uno de los mejores equipos de Europa en las últimas décadas. Durante sus dos primeras temporadas, el del Baix Llobregat alternó el primer equipo con el filial (fue Aíto García Reneses quien lo ascendió de forma definitiva en la temporada 1999/2000). Ya en su primer partido, con 17 años, dejó en la estadística 10 puntos en otros tantos minutos de juego. Y la sensación de que el milenarismo podía llegar al Palau de manos de aquel chico flaco con el ‘5’ a la espalda. Más adelante luciría el dorsal ’11’. Y con él se forjaría un clásico como pocos quedan.
Con la selección española ha ganado tres Europeos, un Mundial y dos platas en los Juegos de Pekín y Londres. A nivel de clubes, siempre con el Barcelona excepto el año NBA en Memphis, tiene ocho Ligas ACB, seis Copas del Rey, dos Euroligas y una Copa Korac. En el terreno individual, Navarro ha sido escogido MVP de la ACB en 2006, de la Euroliga en 2009 y del Europeo de Lituania en 2011, además de ser el jugador más valioso en la Final Four de 2010 y, en tres ocasiones, en la final de la ACB (2009, 2011 y 2014). A los datos, a los que siempre les falta un contexto, hay que añadir múltiples momentos y jugadas inolvidables, sin olvidar esa “bomba” que ha hecho famosa y que ha acompañado su nombre a lo largo de una trayectoria brillante. Si esto no es un clásico, que venga Jordan y lo vea.
Su primer título ACB fue en Sevilla, en 1999 (3-0 al Caja San Fernando). Pero no jugó ni un solo minuto en toda la final. Era el momento de Djordevic, de Alston, de Dueñas. Navarro se quedó en el banquillo, aprendiendo e imaginando cómo serían tantas finales en las que luego sería dueño y señor del cotarro. Dice Calvino que los clásicos «ejercen una influencia particular ya sea cuando se imponen por inolvidables, ya sea cuando se esconden en los pliegues de la memoria mimetizándose con el inconsciente colectivo o individual». Uno de esos pliegues nos traslada hasta la mayor exhibición de su carrera hasta ahora. Lituania. Septiembre de 2011. El día 14 le metió 26 puntos a la Eslovenia de su amigo Bozidar Maljkovic. Dos días más tarde le endosó 35 a Macedonia, 19 de ellos en un tercer cuarto mágico (aquel triple a una pierna con dos defensores encima). Y en la final aportó 27 puntos para ganar a Francia y hacerse con uno de los MVP más evidentes de los últimos años.
Navarro ha dominado desde el tiro y el conocimiento del juego, armas diferentes a las que hoy prevalecen en el baloncesto: la potencia y la velocidad (aunque por otro lado, son los triples los que toman cada día mayor protagonismo en los partidos, y uno de los equipos NBA más laureados en los últimos tiempos son los Spurs de Greg Popovich, paradigma de la inteligencia aplicada al juego colectivo). En el año que pasó en Estados Unidos, en los Memphis Grizzlies (con un sueldo de 540.000 dólares brutos, menos de la mitad de lo que ganaba en el Barcelona), fue escogido en el segundo quinteto de rookies y hasta hoy es uno de los novatos que más triples ha metido en un partido, ocho. En Memphis compartió vestuario con Pau Gasol, hasta que el de Sant Boi fichó a mitad de temporada por los Lakers, dejando solo a Navarro en la aventura americana. No se perdió ni un partido a pesar de la exigencia física al otro lado del Atlántico y dejó 11 puntos de media. Pero aquello no era para él ni para su familia, y decidieron volver. Europa y Barcelona esperaban con los brazos abiertos el regreso del clásico.
Solía plantearse el gran Andrés Montes qué íbamos a hacer cuando no estuviesen Pau Gasol y Juan Carlos Navarro. El ‘4’ y el ‘7’, Daimiel, ¡el ‘4’ y el ‘7’! Por suerte aún no ha llegado el momento de que los dos mejores jugadores de la historia del baloncesto español dejen las canchas, pero lo cierto e irrefutable es que cada vez va quedando menos. Aunque cualquiera lo diría, en el caso de Pau, después del último Europeo de Francia. ¿Y en el caso de Navarro? Se perdió el Europeo por lesión y ha comenzado la temporada de forma prudente, con pocos minutos. Su estado de forma y el papel que jugará este año en el equipo, con los juegos olímpicos como paisaje de fondo, es todavía una duda.
Lo más probable es que veamos un Navarro menos anotador y más generador de juego, en la línea de sus últimos años, en donde se ha confirmado como un excelente asistente a la altura de los diez mejores de la historia ACB, el único jugador que no es base en esta lista (¿terminará su carrera jugando en esa posición?). En este sentido, no hay que olvidar la exhibición de Navarro en la final de los Juegos de Pekín en 2008, contra EEUU (sí, aquella final). Contexto: EEUU nos había ganado bien en la primera fase (82-119), y mediada la final, las perspectivas no eran las mejores. Aíto, que conocía el material, decidió dar descanso a Ricky Rubio y colocar de base a Navarro. Y Juan Carlos respondió. Ni Chris Paul, ni Jason Kidd ni Deron Williams eran capaces de parar los fundamentos del de Sant Feliu, que no había alcanzado su nivel habitual a lo largo del torneo. En la final, 18 puntos y 4 asistencias, y aquellos flagrantes pasos (no pitados) en los últimos segundos del partido, como última ironía resignada frente a una derrota que se creía injusta.
En esta temporada, puede también que veamos un Navarro más decisivo y puntualmente utilizado, reservado para los minutos y los partidos importantes, vital al final de temporada y en esa Final Four que ya espera en Berlín. En cualquier caso, pase lo que pase y le quede el tiempo que le quede jugando al baloncesto, lo mejor que podemos hacer es disfrutar de cada una de sus acciones. Es un clásico, y como dice Calvino, un clásico nunca termina de contarse, de decir lo que tiene que decir. Yo permaneceré con el oído bien abierto, no vaya a ser que nos sorprenda aún con uno de los mejores capítulos de su obra deportiva. Porque a Navarro le pasa algo similar a lo que declaraba aquel lema para promocionar a Lola Flores: no es el más alto ni el más rápido, pero oigan, no se lo pierdan. En efecto, no es el más fuerte ni se acerca (no obstante, según dicen quienes saben, tiene un físico privilegiado) y es bajito para las alturas baloncestísticas. Pero con todo y con eso, hablamos del segundo mejor jugador de la historia del baloncesto español, y uno de los perimetrales, como diría Manel Comas, más destacados de la historia del baloncesto europeo, sin entrar en comparaciones ni clasificaciones. Navarro es otra cosa.