Haber nacido en España, haberte criado en España, que casi la totalidad de tus amigos sean españoles; que, incluso, escribas mejor en castellano que muchos de aquellos que te miran con recelo, y que pese a esto gran parte de la sociedad y de las fuerzas del orden te miren con desconfianza cuando de tratar contigo se trata; y tiran de prejuicios y estereotipos sólo por tu nombre o por tus rasgos físicos, te puede llegar a hacer la vida cotidiana realmente insoportable.
En una ocasión, hace tiempo, un tipo me pegó y la Guardia Civil, en vez de detenerle a él, me detuvo a mí. Lo normal, igual que la incredulidad del policía nacional cuando voy a renovar el DNI o sacarme el pasaporte. En una ocasión le dije a uno: “No lo mires tanto, que si no fuese obligatorio no lo llevaría”. Por no decir la revisión que me hacen de las maletas cuando bajo de un barco: quizás esperan encontrar TNT o droga, pero sólo encuentran los calcetines sucios que he dejado adrede. Honestamente, no sé si en la academia les explican qué es un prejuicio o si estos cacheos son órdenes que vienen de arriba, como antes pasaba con los gitanos. Estas acciones, se quieran admitir o no, sólo generan odio. Y el odio se expande tan rápido como la electricidad en el hierro, sobre todo sobre población en exclusión social, afinada en guetos que, aún siendo de ese mismo país, se siente inferior, vigilada y menospreciada por cuestiones raciales o religiosas.
Una escena habitual. Estoy en la vía pública y sucede esto:
–A ver, tú, papeles.
–No tengo
–Dese la vuelta y ponga las manos sobre la pared. ¿Qué? Paseando, ¿no?
Me doy la vuelta, pongo las manos sobre la pared, empieza a registrarme bruscamente y encuentra cosas en mi bolsillo.
–Veamos que tenemos aquí.
Sólo saca mi DNI.
–Pero esto que es?
–Un DNI.
–¿Pero usted no me ha entendido cuando le he pedido los papeles?
–Pero es que yo no tengo papeles, soy ciudadano español. ¿Qué quieres de mí?
Le da dos golpes con el dedo mientras los mira, me lo devuelve, dice “buenas noches” y se va. Se va sereno, tranquilo y altivo pero no se ha dado cuenta de que al DNI le falta una esquina, que está caducado desde agosto y que tiene el chip pegado con pegamento. Me gusta Ispania.
Los inmigrantes, los hijos de inmigrantes y los nietos de inmigrantes nos estamos convirtiendo en los afroamericanos de los EEUU; y con eso hay que tener mucho cuidado. Supongo ahora que con los asesinatos de París las detenciones aleatorias, así como los registros y el acoso y derribo, estarán a la orden del día. Pero bueno, ya estamos acostumbrados: otra vez somos los sospechosos habituales. Pero a nadie le tiene que extrañar; que le pregunten a un argelino, cuando Argelia formaba parte de Francia hace apenas medio siglo, qué le venía a la cabeza cuando escuchaba la tan hipócritamente exaltada proclama de: «Liberté, egalité, fraternité«. Sí, «liberté, egalité, fraternité» si eres francés y tu árbol genealógico coincide con el de Astérix. Si no, no eras más que una mierda.
Supongo que a bastante gente le parecerá bien, que dirán que es bueno para prevenir y salvaguardar la seguridad nacional. Dirán que sí, que todos somos susceptibles de ser terroristas y que por eso a todos nos tienen que vigilar, menospreciar y acosar, como si fuésemos asesinos, sólo por nuestro nombre o nuestros rasgos. Dirán que son necesarios Guantánamos y atentar contra nuestra libertad individual a favor de la seguridad colectiva. Yo les diré que si José Emilio Suárez Trashorras no hubiese vendido explosivos a islamistas, no hubiese existido el 11 M.