«La ponencia es muy sólida pero el país aún no está preparado para esto” dijo el conjuez Herrera, cuyo voto definió que la Corte Constitucional negará a los niños huérfanos de Colombia el derecho a ser adoptados por parejas del mismo sexo. La actitud paternalista del conjuez es condescendiente con la sociedad colombiana. Una cosa es que unos estemos de acuerdo y otros no, pero ¿es el lugar del juez decirnos para qué estamos preparados? Su trabajo, en abstracto, era decidir en derecho, sopesar unos argumentos, escoger precisamente el más sólido y encontrar el equilibrio entre derechos para balancear la situación. Claro, ningún juez juzga en abstracto, los jueces son personas con creencias, historias de vida e intereses personales. Digamos que el conjuez habría podido creer honestamente que la adopción conjunta por parte de parejas del mismo sexo es una mala idea y en tal caso podría inclinarse a negar la adopción a pesar de que los argumentos a favor sean impecables y contundentes. Pero, este no es el caso del conjuez, que con su voto más o menos nos dijo que los colombianos no estamos preparados para la igualdad; nos dijo que como país, somos -en el sentido kantiano- menores de edad.
Tras el anuncio del fallo por Twitter, varias personas celebraron cruelmente que muchas familias y niños en Colombia quedaran desprotegidos. Según estas personas, se alegran por “los niños” con quienes “no se debe experimentar”. No se dan cuenta de que esto que llaman experimentar viene sucediendo de manera orgánica en Colombia desde hace años. Las personas homosexuales existen desde siempre, siempre han podido tener hijos pues la orientación sexual no atrofia el aparato reproductor, y han sido buenos y malos padres y madres, estables o no con sus parejas, al igual que los heterosexuales. Toda familia es una experimentación, y en un país de madres solteras, los colombianos hemos crecido, casi todos, en familias diversas, criados por las abuelas y la tía, por el papá y el primo, y también por parejas de homosexuales cuyas familias están desprotegidas.
Es una mentira muy cínica decir que el bienestar de los niños es el motivo para estar en contra de la adopción conjunta por parte de parejas del mismo sexo. Colombia es un país en donde los niños se mueren de hambre. ¡De hambre! Esto debería ser una alerta contundente sobre el inmenso problema de desamparo que enfrenta la niñez. Los opositores no tienen pretensiones de adoptar a los niños que se quedarán sin posibilidades de un hogar en donde crecer protegidos y con amor. Los opositores, que dicen estar tan preocupados por el matoneo escolar, podrían criar a sus hijos para ser personas respetuosas y empáticas, pues son sus hijos, esos que han crecido en un entorno de homofobia, los que le harán la vida más difícil a los demás. Más honesto sería aceptar que le tienen miedo a todo lo que no pueda acomodarse a su marco de vida heteronormado. Mejor que admitan no son capaces de tomarse el trabajo de cuestionar sus prejuicios en aras del verdadero bienestar de las niñas y los niños; prefieren que Estado paternalista que los trate como menores de edad.
Columna publicada el 21 de febrero de 2015 en El Heraldo de Colombia y cedida a Negratinta por la autora.