El día que terminé la selectividad llegué a casa y entré en mi habitación y puse Las consecuencias y bajé las persianas y me tumbé. Me desperté con el ruido de la aguja cuando terminó el disco. No, es mentira. No era vinilo, pero te juro que algún día escribiré: Me desperté con el ruido de la aguja cuando terminó el disco. Y será verdad. Yo qué sé, me despertaría con las perdices de mi vecino o algo. Me dije que había terminado una etapa y que ya no era un adolescente. De paso, decidí que iba a pasarme la retórica de Florentino Pérez por el hueco que hay entre mis dos nalgas.
¿Conoces a ese tío al que llevas un montón de tiempo diciéndole que se dé cuenta de algo y él no se da cuenta y un día se da cuenta y de pronto se convierte en el defensor más acérrimo y tozudo de esa idea? Ese soy yo. Los miércoles y los jueves teníamos Filosofía después del primer recreo. Mi colega Cuco y yo decidimos que Filosofía bien podría sustituirse por Actividades lúdicas de la mente y el corazón. Él nunca aprobó que me convalidase Educación Física con el puto conservatorio –Santicos, hay que cultivar tanto el cuerpo como la mente, solía decirme-, y si no tengo ni puta idea de filosofía es por su culpa, pero, joder, qué bien lo pasábamos. En todo el bachillerato solo discutimos dos veces: cuando yo dije que Chad Kroeger es el tío más gilipollas de la historia del mundo y cuando el Madrid le metió cuatro al Athletic y yo me mofé de Amorebieta. Los martes y miércoles lo petábamos: días de Champions. En clase de Actividades lúdicas de la mente y el corazón elaborábamos un cuadro con los nombres de las personas de clase y de los otros seres que campaban por allí y que olían a cerdo violado y podrido y quemado y bañado en coliflor. Poníamos los partidos de esa jornada y… ¡a jugar!
Fueron años jodidos. Me identificaba más con el Madrid por su tendencia a boicotearse a sí mismo que por sus éxitos deportivos. Mi jugador favorito era Gaby Heinze. Vaya risas. El caso es que los días de Champions, cuando todos ponían que el Madrid iba a perder, yo ponía que iba a ganar. No solo que iba a ganar: el día del chorreo, el día que el Liverpool nos metió cuatro en Anfield, yo puse en la puta porra que el Madrid iba a ganar 0-5. Por entonces ya se me consideraba bastante trol, pero aquello era verdad. Te juro que decía gilipolleces rollo: “Si el Madrid es el equipo más grande de la Historia es por noches como esta; cuando todos pensamos que le van a dar por culo, pega un golpe en la mesa y da una lección”. Quizá la repetición de esa frase cada dos semanas durante dos años sea la razón de que no me hable casi ninguno de mis compañeros de instituto. Teníais razón, chicos. Por favor, si me veis en Mula la noche de los tambores, no giréis la cabeza. Porque teníais razón, chicos: el Madrid da puto asco.
En primero y segundo de Periodismo pasé un poco del fútbol. Me sonaba manido. Estaba a otras cosas: me enamoré –y esta vez la chica también se enamoró de mí–, hice mi primer grupo, banda, tribu de colegas, empecé a beber (un poco) más de la cuenta, leí la biografía de Keith Richards y me creí eso de que hay que poner a prueba al cuerpo y pillé mononucleosis, descubrí millones de bandas y de autores que me cogían del pecho y me hablaban en mi idioma. Seguramente llevé demasiado lejos aquello que me dio por decir de que Nirvana es una banda sobrevalorada, pero esa es otra historia. El Madrid seguía siendo una gran mierda, y al puto Barça le dio por jugar al fútbol. Madre mía. Era un reto intelectual argumentar por qué el Barça no molaba. Bueno, eso no es del todo cierto. Siendo respetuosos con la palabra molar, el Madrid siempre ha molado mucho más que el Barça. A no ser que seas de esas personas que se enfadan porque alguien deje el bote de champú abierto, claro.
Fíjate: el Madrid de Capello. No he visto en mi vida un equipo que mole más. Me sentía identificado, joder. Lo tenía todo. Para empezar, estaba representada toda la puta humanidad. ¿En qué otro banquillo ha coincidido gente como Raúl Bravo y David Beckham? ¿Cómo no estalló aquello? ¿Cómo Beckham no reventaba cuando veía a Raúl Bravo correr con esa forma de correr de eslabón perdido? Luego tenías a Míchel Salgado en el papel de alcaldable de Marbella, Robinho en el papel de abuela de Billy Elliot, Cannavaro en el papel de asesino sexy, Cassano en el papel de El Nota, Gago en el papel de versión china de Redondo, Ronaldo en el papel de Elvis en Las Vegas, Van Nistelrooy en el papel de Leónidas, Guti en el papel de Dios –como siempre, por otra parte–, Raúl en el papel de Ulises en el papel de perro moribundo, Casillas en el papel de Meadow Soprano y –redoble, redoble– ese doble pivote formado por Mahamadou Diarra y Emerson. Madre mía. Sangre, sudor, uñas, calvicie, medias llenas de barro. Menudo espectáculo. No sé cómo el balón pasó de la línea de centrales a la punta de ataque en todo el año. Y, mira, ganaron una liga. Guapísimo.
Pero aquello fue un espejismo. Florentino volvió con su retórica de mierda. Volvíamos a ser el mejor equipo de la Historia al mismo tiempo que volvíamos a no ganar nada. Y, además, dando asco. Terminé la carrera y me vine a Barcelona a hacer un máster. A los pocos meses el Madrid le metió 3-1 al Barça y yo disfruté como un gorrino y, esa noche, un paki del Clot me vendió un litro de cerveza por un euro. Llevaba una camiseta de Van Nistelrooy. Pensé que molaba un capazo ser del Madrid en Barcelona, que aquello estaba más acorde con mi personalidad por ese componente de tocar los cojones. Pero no.
No es que ahora el Madrid sea una multinacional y que Florentino Pérez represente todo lo que odio, no es solo lo de Fly Emirates, ni siquiera la posibilidad de que Aznar sea presidente. Ni siquiera que no juegue a nada… joder, llevamos quince años sin jugar a nada. Es la acumulación de todo eso y la certeza de que jamás dejaré de ser del Madrid. Es un sentimiento demasiado fuerte, ¿sabes lo que te digo? A mi vida llegan personas por las que parece que voy a dejar todo y al final esas personas pasan y yo sigo mi camino, leo, veo pelis, escucho discos… y solo me quedo con los que molan. Lo del Madrid es otra cosa. Me he tragado toda la mierda, he visto cómo su palco se llenaba de imputados, cómo lo presidían auténticos mafiosos… y no me ha importado. Jabois escribió algo así como que hay gente que ve a su equipo de fútbol para ver su vida. Ese rollo. Miro hacia atrás y veo que el Madrid ha estado en mi vida a un nivel que solo han estado mis padres, mi hermana y Bob Dylan. Vivo a gusto con mis contradicciones, pero esta me duele. Ser del Madrid es Manuel Molina cantando que él no manda en su corazón. Y me jode sentir algo tan profundo, porque sé que el Madrid da asco.