Apenas faltan diez días para que comience la Copa del Mundo en el Arena de Sâo Paulo, pero hay brasileños que siguen teniendo la esperanza de “parar” el torneo. “Nâo vai ter Copa, cara” [“No habrá Mundial, tío”], soltaba Renan, un joven de 21 años –botas altas de color negro, camiseta y gorro del mismo color– mientras sostenía una pancarta reivindicativa en el centro de Río de Janeiro. Él fue uno de los 300 manifestantes que se congregaron en el acto de protesta organizado el pasado viernes por el grupo anarquista Black Bloc. Renan, presente en Cinelândia, el lugar en el que se había convocado a los indignados, desde dos horas antes del inicio de la manifestación, aseguraba que se reunirían “unas 5.000 personas”. “Esa cantidad de personas ha confirmado en Facebook que va a venir”, corroboraba. Sin embargo, las redes sociales fueron esquivas en esta ocasión a los activistas que quieren evitar que el Mundial se celebre en Brasil. El acto de repudia al campeonato fue más simbólico que efectivo. La ciudad siguió con su actividad habitual. Apenas unos cortes de tráfico alteraron la marcha regular de la tarde carioca.
Al caer el sol, un tipo disfrazado de Batman que se ha convertido en un habitual de las protestas contra la Copa atraía la atención de las decenas de periodistas extranjeros que acudieron a Cinelândia. “Se gastan el dinero de los brasileños, nuestro dinero, en construir estadios. Le dan el dinero a la FIFA en vez de invertirlo en hospitales y escuelas”, clamaba bien alto el manifestante vestido de superhéroe. En su mano sostenía una pancarta en la que se podía ver la cara de Ronaldo Nazário de Lima, uno de los rostros que atrajo la atención de los medios la semana pasada en Brasil a causa de sus comentarios despectivos sobre sus compatriotas que están en contra del Mundial, un 47% según algunas encuestas. Parafraseando al exjugador de Barcelona, Real Madrid o Inter, en la pancarta se podía leer: “Ronaldo, te mereces tú la cachiporra”. “Fin de la Policía Militar” o “FIFA: queremos metro, barcas y autobuses, no estadios” eran otras de las proclamas que se podían leer en los cartones reivindicativos que alzaban algunos de los presentes.
Pese a que las personas que se habían congregado para protestar no pasaban de las dos centenas, los manifestantes más activos emprendieron una marcha que les llevó por las avenidas principales de Río de Janeiro hasta ganar la Presidente Vargas, la arteria más ancha de la ciudad, emblema de las protestas que se produjeron durante la Copa de las Confederaciones de 2013. “Entonces salimos a la calle un millón de personas, pero los grandes medios nos redujeron a 100.000 manifestantes. Los media están contaminados, solo sirven a intereses económicos”, explicó antes de que comenzara la marcha el joven Renan. Otras fuentes apuntan, no en vano, que durante los actos reivindicativos del año pasado pudieron juntarse más de medio millón de cariocas en la vía pública. Según sostiene el anarquista, por aquel entonces trabajaba en un hotel cercano a Cinelândia y allí fue la policía a detenerle en dos ocasiones. “Solo por participar en manifestaciones. Me tenían fichado y vinieron a por mí. Al final, dejé el trabajo”, se quejó.
Hasta alcanzar la avenida Presidente Vargas la comitiva solamente realizó una parada. Fue para quemar una bandera brasileña –y pisotear sus cenizas– al grito de “foda-se, Copa” [“Que le jodan al Mundial”]. Finalmente, avanzando por la interminable rúa que separa el centro de Río de su zona este, la marcha culminó su paso junto a la estación de metro de Cidade Nova, donde se agregaron otras 200 personas. Eran profesores en huelga por los recortes educativos. Entre cánticos contra el Mundial, la FIFA, Dilma Rousseff, Ronaldo y Sérgio Cabral, el gobernador del estado de Río de Janeiro, la protesta acabó sin incidentes. La capacidad disuasoria de las fuerzas del orden era más que evidente. Medio millar de efectivos de las policías Local, Federal y Militar cercaban a los activistas. Había presencia de agentes antidisturbios perfectamente acorazados, motocicletas y otros vehículos policiales de mayor tamaño. Incluso un helicóptero sobrevoló la comitiva durante el trayecto de tres kilómetros entre el inicio y el final de la protesta.
Los periodistas a los que ya les tocó cubrir las manifestaciones de 2013 opinan que la dura represión de la Policía Militar durante la Copa de las Confederaciones ha metido el miedo en el cuerpo a muchos de esos cariocas que no ven lógico el dispendio para organizar el Mundial en un país en el que hasta las grandes ciudades tienen déficit de servicios públicos. No obstante, las primeras manifestaciones que se produjeron el año pasado tampoco fueron nada multitudinarias. Fue el grado de violencia ejercido por las fuerzas del orden la chispa que calentó los ánimos y lanzó a millones de brasileños, ya durante el torneo, a las rúas de las urbes más pobladas del gigante sudamericano, como Sâo Paulo, Belo Horizonte o el propio Río. Aún quedan diez días para que comience la Copa del Mundo e indignados como Renan esperan que esos paseos reivindicativos vuelvan a producirse: “No estamos desorganizados ni nos hemos quedado callados. Se va a escuchar la voz del pueblo brasileño”. De momento, el principal dolor de cabeza para el gobierno Rousseff y la FIFA son los retrasos en las obras de las infraestructuras mundialistas, no la oposición activa de la sociedad brasileña.