“Todos, todos somos libaneses. Todos somos crueles, perversos y sucios”.

El paraíso infernal de los periodistas – Tomas Alcoverro

La autopista que une Beirut con el sur del Líbano es una sucesión de banderas de grupos chiítas: Hezbollah, Amal e incluso la República Islámica de Irán. Los 92 kilómetros que separan el pueblo costero de Tiro de la capital libanesa son una exaltación de propaganda, un ejemplo maestro de comunicación y, por qué no, una infalible “arma de guerra”.

Hassan Nasrallah, secretario del grupo Hezbollah, nos saluda en cada puente que pasamos. Su imagen se alterna con la de aquellos considerados mártires que han perecido tanto en Siria como en la guerra contra Israel y con esporádicos posters de Khamenei, el actual líder espiritual de Irán. Ya lo decía Tomás Alcoverro: “En Beirut nadie es anónimo y todos se sienten protagonistas”.

Nasrallah_by_Vinoba

En estos días se conmemora el 14 aniversario de la liberación del sur del Líbano de las tropas israelíes. Efeméride marcada en el calendario como “resistencia de liberación”. En esta zona sureña, feudo del chiísmo, sus habitantes se preparan para ovacionar el discurso de Nasrallah y celebrar en la calle “una victoria histórica y estratégica, una victoria para todo el Líbano, para toda la resistencia y para la Umma [comunidad de musulmanes]” como afirmará el secretario chiíta.

A pocos kilómetros, las playas de Tiro rebosan de bañistas. Espectaculares mujeres en bikinis y tacones se pasean por la costa mientras beben sofisticados cócteles, hombres dedicados al culto del cuerpo se exhiben por la playa. Todos ellos rebosantes de narcisismo y, particularmente, de operaciones quirúrgicas ya que el Líbano es el paraíso de los cirujanos. En un momento dado, una joven portadora del niqab se adentra en la playa con un grupo de niños. Es una estampa surrealista, reflejo de un mundo polarizado y difícil de comprender. Los bañistas miran con extrañeza y recelo a esa mujer, lo mismo que ocurriría si alguna de esas mujeres en bikini se adentrara unos metros en el interior del pueblo de Tiro.

Y así, entre desproporcionados carteles de Nasrallah y la escrutadora mirada del líder religioso Khamenei, algunos libaneses presumen de sus trabajados cuerpos. Para algunos es un día sagrado, para otros un simple día de playa.

Y es que en el Líbano todo es posible.

Ilustración: Wiki Commons

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