Marc Caellas, barcelonés de 40 años recién cumplidos. Vecino, en algún momento de su vida, de ciudades como Londres, São Paulo, Caracas, Bogotá o Buenos Aires. Suficientes lugares como para ver su ciudad natal con el prisma de un extranjero. Por esa razón, al volver a Barcelona en 2009 tras pasar más de una década dirigiendo obras teatrales por América del Sur su mente entró en estado de shock. ¿Dónde estaba la ciudad que había dejado atrás? ¿Por qué la Barcelona de sus 25 se parecía tan poco a la de sus 35? Sus reflexiones sobre la decadencia del modelo turístico post Olimpiadas se volcaron durante un tiempo en un blog bautizado como Carcelona. Haciendo gala de la misma fina ironía que gasta en su conversación con Negra Tinta, Caellas fue describiendo el «civismo» que hacía imposible «follar», «tomarse unas copas» o «promover una cultura libre e ingeniosa» en una ciudad que se jactaba de ser «la más genial del mundo» mientras se entregaba a los brazos del turismo. El blog se reformuló en 2011 en un pequeño libro, editado por Melusina, que vuelve a estar más de actualidad que nunca tras las manifestaciones que desde hace ya meses se reproducen por los barrios turísticos de la ciudad (Raval, el Born, la Barceloneta…) para protestar contra el modelo de explotación turística que creó y perpetuó el PSC y que CiU mantiene en la actualidad desde la alcaldía barcelonesa. Este director teatral es un habitual de ese tipo de manifas y no tiene pelos en la lengua para decir que Barcelona no es tan cool como pretenden vender los carteles municipales que llenan las calles del Eixample.
–Naciste en esta ciudad y te criaste aquí. ¿Cuándo tuviste por primera vez la sensación de vivir dentro de una cárcel?
–Lo de la cárcel lo sentí cuando volví en 2009 después de vivir cinco años en América, en Caracas y Bogotá, principalmente. Sentí cierta opresión física y mental. Es la idea de entrar en Barcelona y sentir que vives en un lugar donde existen límites. Se parece un poco a lo que pasa en El gran exterminador, la película de Buñuel. A veces me he sentido así.
–¿Cuando vivías en América del Sur volvías a menudo en Barcelona?
–Cada año volvía al menos quince días. Pero, claro, entonces vienes y estás viendo a la familia y los amigos y no tienes tiempo para pensar. Ya estaba viendo pequeños cambios; vienen a buscarte al aeropuerto y ves los nuevos edificios de la Gran Via, pero tampoco me paraba mucho a analizar lo que ocurría. En aquellos años no había llegado a estas conclusiones y antes de partir a América estaba demasiado preocupado por mi microcosmos personal.
–¿Cuando Barcelona se convierte en Carcelona?
–A partir de los Juegos Olímpicos. Dentro de lo que cabe, si hacemos un balance, los Juegos son positivos en parte. Pero la segunda oleada, la del Fórum de las Culturas en 2004 (y los años de antes) es la definitiva y cuando realmente el modelo se va de las manos. Una cosa es hacer unos Juegos Olímpicos y aprovechar para mejorar infraestructuras –el aeropuerto, el puerto, las rondas…– y otra, cuando no han pasado ni diez años, hacer otro súper evento para tapar un sistema de especulación de una manera bastante marrullera. Manuel Delgado lo explica muy bien en su libro La ciudad mentirosa.
–Para un extranjero que llegaba hace unos años a Barcelona, los Juegos Olímpicos se le presentaban como una especie de mantra de progreso que no se podía criticar. Algo parecido a lo ocurrido en el conjunto de España con la Transición. Los Juegos eran el comienzo de la historia de gloria de la ciudad como referente turístico y económico mundial, mal que pesara en Madrid. Más allá de la mitomanía, ¿qué tuvieron de bueno los Juegos?
–Lo que te decía antes de las infraestructuras. Era una ciudad bastante limitada en muchos aspectos. Yo de pequeño recuerdo que Barcelona vivía de espaldas al mar. Hice la primera comunión y fuimos a comer con la familia a la Barceloneta porque mi padre trabajaba allí. En el año 83 ir a la Barceloneta para una familia de clase media era como ir a un lugar extraño. Nadie iba a la playa, te olvidabas de que vivías en una ciudad con mar porque nunca lo veías. Pero hoy en día piensas que era mejor entonces cuando ves en qué se ha convertido la playa con todo el show que hay allí abajo.
–¿El peor pecado de los barceloneses en este tiempo ha sido la autocomplacencia?
–Barcelona antes era una ciudad como cualquier otra, como Valencia, Tarragona… Pero llegó un punto en que alguien pensó que aquí éramos demasiado geniales y nadie lo sabía. Entonces comenzó esta campaña que nos empuja a alegrarnos cada día por la mañana cuando nos levantamos y dar gracias por haber nacido en Barcelona, la mejor ciudad del mundo. «Tenemos una arquitectura magnífica y un clima que nos hace unos privilegiados». Así empezamos a creernos que somos más que los demás. Si encima fabricas una maquinaria institucional al servicio de este discurso el ciudadano lo acepta todo. Aceptas que cueste vivir más aquí que en Berlín.
–Cuando la gente cobra mucho menos que en Berlín.
–¡Claro! Y encima cobras menos [en proporción] porque tampoco hay unos sueldos más altos en Barcelona que en Valencia.
–¿Todo esa campaña tapaba una gran mentira especulativa?
–Es la gran mentira de que el turismo beneficia a todos. El turismo beneficia a quien tiene hoteles y restaurantes y luego, obviamente, los turistas pueden ir a comprar a una tienda y se dejan allí un dinero. Pero mira, hoy leía que todo lo que recauda la tasa turística se reinserte en promoción turística. ¡Es para hacer anuncios! No deja ningún beneficio para la ciudad cuando la tasa debería ser para reparar los desajustes que provoca el turismo y paliar sus molestias. Simplemente sirve para aumentar la pelota. Yo confío en que algún día alguien hará una auditoría de la propaganda institucional que se hace en Barcelona y que no es necesaria. ¿Hay que llenar la ciudad de banderolas para decir que tenemos un nuevo tipo de semáforo? ¿O esa campaña de ‘Me gusta vivir contigo’, que es como para niños tontos? ¿Hay que gastarse dinero para decir «me gusta que vayas por el carril bici»? Son cosas de cajón. Evidentemente, detrás hay una empresa en la que si rascas seguro que encuentras como dueño al cuñado o al hijo de algún concejal. ¿El turismo es beneficioso? Sí, para las empresas que viven del turismo. Tienen una especie de tinglado que está muy bien montado.
–¿Los resultados a la baja del PSC desde 2007, incluida la pérdida de la alcaldía en 2011, confirman que esta llama de autocomplacencia se está apagando? ¿La gente ha tomado conciencia de que Barcelona no es la ciudad perfecta?
–El PSC ya… Ada Colau ya lo dijo: «Lo mejor que podrían hacer es desaparecer». Seguramente acabarán desapareciendo porque llegará un momento en que no tendrán prácticamente votos. Tienen ellos más responsabilidad que CiU. Ahora me hace gracia cuando critican a [Xavier] Trias por su modelo de ciudad cuando el modelo lo han estado gestionando ellos durante 30 años y es el mismo modelo el que sigue vigente. Cuando uno empieza a mirar la evolución de los alcaldes se da cuenta de que una cosa es tener a Pasqual Maragall, dentro de sus defectos, un tipo con un discurso, pero que después ya vamos degenerando con Joan Clos –y sus bailes de samba en el Paseo de Gracia– y Jordi Hereu, al que ya nadie menciona pero que pasó por allí también.
–Esa escena del baile de samba de Clos en la carroza de Carlinhos Brown, que mencionas a Carcelona sin dar nombres, ¿es la representación visual del proyecto que tanto criticas?
–¡Sí! ¡Hombre! Como diría Schuster: «No hace falta decir nada más». Se resume todo con una imagen. Pretender convertir el Paseo de Gracia en el Sambódromo… Es como el tema de la venta de sombreros mexicanos, que ya se ha criticado mucho pero sigue siendo un absurdo, o como los trajes de flamenca. ¡Así estamos!
–También describes cómo los cuatro alcaldes socialistas que ha tenido Barcelona desde el franquismo se han pasado el cargo en medio de una legislatura para que el sucesor estuviera preparado para ganar las siguientes elecciones.
–Es una moda que la instauraron ellos. Era una buena estrategia porque que el nuevo alcalde le quedaban dos años para hacerse autopromoción con dinero público. Después se ha hecho en Madrid y todo el mundo ha criticado a Ana Botella pero eso ya se hacía aquí desde hacía siglos. Los de Barcelona han sido alcaldes muy personalistas.
–Defínelos
–Narcís Serra después fue ministro de Defensa y ha acabado presidiendo Catalunya Caixa, que se ha convertido en lo que ya sabemos. No entiendo cómo no sale más en los periódicos el caso de Catalunya Caixa cuando estamos hartos de oír hablar de Rodrigo Rato y Bankia. Catalunya Caixa se la cargó Narcís Serra y parece que se obvia. Se repite la historia de que aquí somos más europeos que el resto de españoles y somos mejores gestionando cuando la Generalitat es la institución autonómica más endeudada. Luego te dicen que eso ocurre por culpa del déficit fiscal.
–¿Crees que es mentira el lema ‘España nos roba’?
–Lo que sé es que las competencias en Educación y Sanidad están transferidas y si se gestiona mal, se gestiona mal. Dejémonos ya de hipocresías. Nosotros no somos alemanes, en el supuesto de que los alemanes sean mejores gestionando.
–Volvamos con Narcís Serra.
–Este tipo salía en TV3, en los primeros tiempos de la tele, tocando el piano como si fuera un político ilustrado. Esa estrategia es muy típica del PSOE y del PSC, como cuando Felipe González fue a un programa de libros de la televisión francesa y aquí decíamos: «Hostia, tenemos un presidente que lee». Ahora, Rajoy y Zapatero no es que no lean, es que no hablan ningún idioma además del castellano.
–Pasqual Maragall.
–Podríamos decir que Maragall es el menos malo de todos los que han pasado por la alcaldía. Es un político alocado. Su vídeo de «ustedes tienen un problema que se llama 3%» me lo pongo a menudo en Youtube y me río. Es muy divertido.
–Es más propio del Polònia.
–Sí, pero aquí todos nos hemos estado riendo cuando él ya dijo lo que ocurría. Y ahora recogemos lo de Pujol. ¿Por qué hemos esperado todo este tiempo cuando aquel señor ya dijo lo que pasaba en el Parlament?
–¿Sabes que le contestó Artur Mas, no?
–Que debería retirar la acusación, ¿no?
–Sí y que en CiU estaban dispuestos a «colaborar» con el tripartito pero que Maragall había enviado la legislatura a «hacer puñetas».
–Es que no lo negaron y encima le obligaron a rectificar. Así [los convergentes] ganaron tiempo.
–La confesión de Pujol le ha dado la vuelta a todo.
–Recuerdo que cuando era pequeño y salía Pujol en la tele daba la impresión de ser un hombre que se pasaba el día dando lecciones, usando una forma de ser muy moralista y católica. Cuando te das cuenta de que todo es una mentira el golpe es más fuerte porque si te la clava otro que no te ha dado el sermón, todavía, pero él iba dando clases de ética cuando después por detrás ya sabemos lo que pasaba. Todo esto ya se había dicho pero nadie quería escucharlo. Es sorprendente que la gente no vea lo que es evidente y la capacidad que tienen los medios para taparlo. Si no sale en La Vanguardia será que es mentira. CiU defendía una cosa aquí y otra en Madrid y todo el mundo se lo tragaba. Con el PSOE y el PP se fingía que se discutía.
–Volvamos a Barcelona y sigamos con los alcaldes. Llegamos a Joan Clos.
–Son los años donde yo estuve fuera, pero es el alcalde del Fórum. Me parece que ahora empieza a destaparse toda la mierda que había detrás. Es el gran engaño porque unos Juegos Olímpicos son al final una competición deportiva que, te puede gustar más o menos, pero contiene ciertos valores detrás. Con el Fórum la cosa ya es más retorcida y se intenta utilizar la cultura, la cooperación y las ONG para crear un envoltorio que lo justifique todo. Se organizó después en Monterrey y Valparaíso y el proceso fue el mismo. Se aprovechó el evento para construir edificios y limpiar zonas. Pero claro, ¿alguien recuerda el Fórum? ¿Salió algún artista de allí? El Fórum ha muerto definitivamente.
–En Carcelona te detienes a analizar el hemisferio conservador de la ciudad. Una burguesía que no quiere oír hablar de palabras como autogestión, subversión, libertad. Pero, a pesar de ello, señalas que es la misma parte de Barcelona que intenta abrirse al mundo con un talante tolerante, abierto y cosmopolita.
–Me irrita un poco este punto. El libro Ciudad rebelde de Guillem Martínez cuenta la historia de la ciudad a partir de los momentos en que Barcelona se ha intentado levantar para rebelarse y protestar. Lo vemos en los años 30 y tras el franquismo nos encontramos con las jornadas anarquistas del Parc Güell, pero es el último momento en el que hay un movimiento claro de protesta. Desde entonces hemos entrado en una etapa de nuevos ricos donde ya no creíamos que era necesario cambiar las cosas. La ciudad se ha aburguesado de una manera clara.
–¿El movimiento independentista es una huida hacia delante más de esta burguesía?
–A mí me hace gracia cuando amigos míos como Antonio Baños, que son de ideología libertaria, están tan a favor de la independencia que tienen que pactar con esa derecha de la que hablo para sacar adelante el proceso. ¿Primero no sería mejor sacarlos del poder y entonces ir a por la independencia? Porque si no se hace así todo seguirá igual. No le veo la gracia a una república catalana independiente gobernada por CiU o el PSC.
–Las encuestas no dicen eso
–Muy bien, estaría Esquerra en el poder. Pero no sabes muy bien qué piensan en ERC. Como no han ganado nunca no sabes realmente qué proyecto tienen. El efecto Guanyem-Podemos creo que hará saltar por los aires toda esta historia. Me parece que esto es lo que no esperaban y lo que puede cambiarlo todo.
–¿Dónde está la fuerza que podría tener Guanyem Barcelona de cara las próximas elecciones municipales?
–La fuerza está en la ciudad auténtica, dentro de los ciudadanos que ya están cansados de la farsa de vendernos como lo que no somos y que quieren tratar de resolver los problemas de la gente. Ada Colau con la PAH luchó para arreglar un tema que nadie podía entender: ¿cómo puede ser que estemos rescatando a los bancos y desahuciando a gente? Es una demanda social y todo el mundo entiende que hay una lucha concreta que todo el mundo puede entender. El modelo de lucha contra las hipotecas se puede aplicar a muchos otros temas.
–¿Qué es la Barcelona auténtica? ¿En qué barrios de la ciudad la encontramos?
–Es la ciudad de las personas que llevan una vida normal. Hay muchos barrios en la ciudad, pero Barcelona es una ciudad muy pequeña en cuanto a territorio y todavía se hace más pequeña porque los barrios por los que se mueven los turistas son pocos. Poblenou, Horta o Sant Andreu dan la impresión de estar lejos si organizas un espectáculo cultural porque parece que todo tiene que pasar en el Eixample, el Raval o Gracia, una zona que ya forma parte del eje turístico. La cultura debe estructurarse a partir de cosas más pequeñas en las fábricas de creación que están apareciendo y que no deben estar controladas por el Ayuntamiento. Una cosa es que la Administración ponga el equipamiento y otra es que aplique un dirigismo cultural para controlar todo lo que se hace en Barcelona.
–Eres director teatral, pero la mayor parte de tus montajes los has hecho fuera. Desde la perspectiva, ¿qué te parece el teatro que se hace y se ofrece en Barcelona?
–Tenemos mucho teatro, pero el problema es que todo el teatro sea del mismo tipo. Aquí hay un problema de gestión que puede conducir a que en el teatro público y privado sean iguales. No se entiende. A veces tienes la sensación de que en todos los teatros de la ciudad la programación la hace la misma persona con la única diferencia de que a unos les da más dinero y a otros menos. Por eso el director del Lliure puede dirigir después el Romea. Se van intercambiando favores unos con otros. Funciona la lógica del amiguismo. Tenemos el Teatre Nacional de Catalunya para defender la dramaturgia en catalán, el Lliure para buscar ópticas más contemporáneas… Pero, ¿por qué todos los teatros privados que reciben dinero público para hacer una programación de supuesta calidad acaban haciendo lo mismo? En tercer lugar tenemos a las salas alternativas que también hacen lo mismo pero con menos dinero, con actores que cobran menos y con unos decorados más pequeños y modestos. Al final todos hacen costumbrismo, obras donde se cuenta una historia. Hay muchos géneros teatrales. Se puede hacer teatro documental, pero parece que nadie se ha dado cuenta. También se puede hacer teatro de ciencia ficción o teatro de creación donde no se explique una historia y simplemente se reconstruya.
–¿No te gusta nada de lo que se está haciendo aquí?
–Hay un movimiento que se organiza alrededor de Teatron, que es una comunidad escénica que sirve para dinamizar obras sin mucha visibilidad pero que funcionan bien en lugares como el Antic Teatre o el Mercat de les Flors. Hubo un intento de que funcionara el microteatro, pero no salió adelante. Tampoco me interesaba mucho porque no se arriesgaba. Es como hacer un corto a imitación de un largo. La palabra clave es riesgo. Es mejor hacer cosas arriesgadas y no cosas bien hechas. Aquí tenemos obsesión por los acabados, pero una obra con buenos acabados no aporta nada. Lo que me gusta es que en Barcelona se esté ampliando un circuito alternativo post 15-M bastante interesante. Es gente que se sale de la institución y hace teatro en las terrazas de los bares. Estos proyectos cuesta financiarlos, pero son necesarios para romper el sistema.
–¿Estas iniciativas culturales espontáneas son más fáciles de poner en marcha en América del Sur?
–Allí he hecho varios proyectos teatrales prácticamente sin presupuesto. Salían simplemente cuando conocías a alguien, hablabas de teatro y alguien decía: «¿Por qué no lo montamos?» Después ya pensaremos en cómo la exhibiremos. Aquí, en cambio, impera el modelo de que alguien te llame y te diga que tiene 10.000 euros. «¿Qué podrías hacer con ese dinero?» Allí ya sabes que no hay dinero, ojalá lo encuentres. Cuando el motor principal es que te ofrezcan dinero para hacer el proyecto… Se trata de un tema de energía. Allí se ríen un poco de la crisis que tenemos aquí porque allí siempre están en crisis. Se da por hecho que el entorno será difícil y, no importa, se trabaja. Me gustaría que me explicaran el estudio que dice que Barcelona es la cuarta ciudad más creativa del mundo.
–¿Qué ciudades tiene por delante?
–No me acuerdo. Hace unos días lo vi anunciado en uno de los carteles de publicidad que cuelgan por la ciudad. Mi experiencia tanto en Caracas como Bogotá o Buenos Aires me ha permitido aprender mucho y vivir en contextos complicados. Me ha pasado de todo. Me han hecho un paseo millonario, que es una especie de secuestro exprés. Subías a un taxi normal, se detenía en una esquina y subían dos tíos que te obligaban a sacar al menos un millón de pesos de un cajero, que son aproximadamente 400 euros, para dejarte bajar. También me han puesto una pistola en la cabeza dos o tres veces. Eso lo hizo la policía de Caracas. Aquí lo peor que te puede pasar es que te apalee un Mosso d’Esquadra. Si no vas a manifestaciones y eres un ‘buen ciudadano’ es difícil que te pase algo, incluso los atracos son bastante profilácticos en Barcelona.
–¿Caracas es tan peligrosa como dicen algunos?
–Yo viví allí desde el 2003 al 2008. Creo que ahora el tema está mucho peor. Es una pena porque llamaban a aquella ciudad La sucursal del cielo. Tiene un clima increíble, de los mejores del mundo. La gente es fantástica y tiene la ciudad una sensualidad muy particular. Hoy en día, por lo que me cuentan los amigos, es complicado vivir allí. En mi época ya no se podía caminar de noche. Es insoportable que en una ciudad donde siempre tienes entre 20 y 25 grados no se pueda caminar por sus calles. Aquí somos unos privilegiados en ese sentido. En Caracas hay muchas armas y desigualdad social. Aunque se puede aceptar que el chavismo ha mejorado la calidad de vida de las clases más bajas de la población, ha fracasado en el tema de reducir las diferencias sociales. Las ha reducido en un porcentaje pero a base de igualar a la baja, a cambio de atemorizar a la población y de provocar un éxodo de gente joven de clase media que no ve posibilidades de salir adelante.
–¿Por qué la figura de Hugo Chávez está tan polarizada en España?
–Es un fenómeno complejo. No creo que haya suficiente información al respecto. Cuando llegué allí simpatizaba con el chavismo y estaba muy de acuerdo, pero poco a poco me fui desencantando. No tanto por un tema ideológico sino por la gestión. Por su forma de ser, muy autoritaria, fue perdiendo muchos colaboradores y Venezuela se ha ido convirtiendo en un país ingobernable. Se ha desperdiciado mucho dinero que entraba gracias al petróleo. Los movimientos que Chávez hizo en política internacional eran interesantes porque parecía que se podría generar una alianza alternativa, pero luego te das cuenta de que eran de cara a la galería, que tenían poca base para tener influencia. Era una política de efectos especiales y show. Venezuela nunca ha roto relaciones con Estados Unidos. Cada país tiene sus problemas y contextos. Si miras a Colombia, durante muchos años ha gobernado la derecha o la extrema derecha y cuando un partido de izquierdas ha intentado llegar al poder han matado directamente a los candidatos, un problema que se ha mezclado con el tema del narcotráfico, conflicto que dura 50 años. El análisis debe ser muy diferente al de Argentina, que viene del peronismo y la dictadura. El problema es que desde Europa se ve a América como un todo y no se es consciente de que cada país ha sido muy autónomo a lo largo de su historia. El Mercosur no tiene nada que ver con la Unión Europea, es una unión mucho más débil. Si uno no vive allí, desde fuera es difícil saber qué pasa. No se puede viajar una semana a un país sudamericano y contar después cómo es ese país.
–Me sorprendió que dijeras que muchos colombianos no conocen casi nada de Venezuela y que prefieren ahorrar dinero para venir a Europa de vacaciones.
–Es caro viajar entre países de América del Sur y hay resentimientos entre ellos. En los años 60, los colombianos eran los inmigrantes que trataban de entrar en la Venezuela ‘Saudita’ para trabajar. Ahora pasa lo contrario. Es complicado. Allí la gente valora mucho que tú puedas salir de casa a cualquier hora del día y de la noche, por eso la fascinación con Europa de una parte de la sociedad. Pero como explica en su libro Manuel Delgado, algo que esté vivo debe ser conflictivo. Claro, hay diferencias entre que algo sea conflictivo o violento y peligroso. Allí se reían del tema de Carcelona, de estar dentro de una cárcel. La cárcel de aquí es más mental y la de allí más visual, con vallas y perros. Hay gente que sale de su casa y va del parking de su edificio al del centro comercial sin pisar la calle. Es triste que veas una amenaza en el espacio público. Yo he caminado mucho por todas las ciudades donde he vivido, me he obstinado en ello y de esa obstinación salió, por ejemplo, una obra como El Paseo de Robert Walser, que consiste en una caminata. Reivindico poder caminar y pasear por las ciudades. ¿Para ir de un punto a otro por qué tengo que estar siempre protegido por la carcasa de un autobús o un coche? En Caracas unos amigos organizaban una jornada de cultura viva en la calle y les costaba mucho esfuerzo cerrar unas vías al tráfico para hacer algo que aquí se puede ver en las fiestas de Gràcia.
–El periodista brasileño Julio Ludemir nos dijo que en Brasil la gente ama las fiestas como el Carnaval porque se siente segura entre la multitud, todo lo contrario a lo que ocurre en Europa, donde nos dan miedo las aglomeraciones por culpa del fenómeno del terrorismo.
–No lo había pensado. Pero da que pensar si analizas cómo cien mil personas entran y salen cada dos semanas del Camp Nou y no hay ni un solo incidente. Cuando viene gente americana y los invito a ir al campo del Barça, flipan. Ir a ver un partido en Argentina o Colombia es una actividad de riesgo y te puedes ver metido en un follón. Aquí se hace de una manera muy limpia, es casi como ir al Liceo. Por un lado está bien porque es civilizado, pero por otro echas de menos ese calor que se ha perdido en el Camp Nou.
–Ahora que regresamos a Barcelona quiero pedirte la opinión sobre algunos personajes que tienen cuota de protagonismo a tu libro. Empezamos por Fèlix Millet.
–El show que hizo con la silla de ruedas fue la gota que colmó el vaso. Decían que se había roto el fémur, pero ya no sabes si se lo ha roto de verdad o hizo el numerito a propósito. Lo que quiero decir es que tenemos en la mente la imagen de Pinochet usando la silla de ruedas como efecto escenográfico para ir al juicio a causar compasión bajo el disfraz de anciano indefenso. Aunque sea verdad, parece mentira. Millet debería pasar sus últimos años en la cárcel y me da la impresión de que se va a escaquear.
–La extraña pareja Jaume Roures-Woody Allen.
–[Ríe] Yo era muy fan de Woody Allen y antes iba a ver sus películas cuando las estrenaban, pero después de Vicky, Cristina, Barcelona me llevé una decepción bastante grande. Pocas veces me he indignado tanto por culpa de una película. El hombre ya tiene una edad y ha inventado un nuevo género cinematográfico: el cine turístico. Hizo lo mismo después en París, Roma y creo que hará una película del mismo rollo en Buenos Aires. El argumento es muy parecido: mete tres chistes buenos, como suele hacer, y lo combina con una especie de trama que transcurre por los lugares de la ciudad. Es muy triste. Además, Allen parecía estar muy irritado durante el rodaje aunque tampoco debe ser fácil hacer una película donde la gente va a ver el rodaje. ¡Salía el plan de rodaje en el diario! ¿Jaume Roures? Hay un libro que se llama El millonario comunista, de Ramón de España, que aunque es una novela de ficción cuenta la vida de Roures. Lógicamente los medios obviaron el libro, pero yo lo recomendaría porque es muy divertido de leer. Trata toda esta historia de los millonarios de izquierdas y todo lo que [Roures] hizo con el diario Público, que es un poco vergonzoso. ¡Aunque también se lo tenemos que agradecer porque después salió Mongolia! De todo podemos sacar una lectura positiva.
–Una pareja más extraña con un hijo un poco cuestionable. Joan Saura, Felip Puig y los Mossos.
–Si fuera político lo que no quisiera sería ser conseller de Interior, o sea, ser jefe de la policía es el peor cargo del mundo. ¡Pero parece ser que les encanta ser el jefe de la policía! Debe darte una especie de subidón cuando eres conseller, como si te hubieras metido varias rayas de coca. «Aquí mando yo». Es un cargo muy impopular y desgasta mucho, pero cuando uno es Joan Saura y le llaman para ser conseller de Interior puede decir que no. No sé qué le pasaba por la cabeza a Saura, pero hay un antes y un después tras su paso por la conselleria. Nadie sale bien parado tras ser conseller de Interior. Nuestra policía tiene denuncias de tortura y tú eres la cara que tiene que salir a defender cosas que son indefendibles como las pelotas de goma. ¿Diferencias en las gestiones de Saura y Puig o Espalader? ¿Qué diferencia puede haber? En los tiempos del tripartito, creo que fue una especie de broma macabra lo que le hicieron a los de Iniciativa, que pretendían ser Gobierno y antisistema al mismo tiempo. Por eso Montilla les dio los Mossos. Si iban a manifestaciones contra el Gobierno, ¿qué hacían dentro? No se puede estar dentro y fuera, eso significa que te has vendido al sistema. Con los Mossos volvemos a lo mismo: si una policía es catalana es mejor que la española porque nosotros somos mejores. Al final ves que los Mossos se comportan de una manera que no te hace precisamente estar orgulloso de la policía catalana. La prensa las intenta tapar, pero estas historias salen en la prensa internacional. Ahora es muy difícil tapar estas cosas.
–En el libro dices que en Barcelona imperaba la Santísima Trinidad: iglesia, Barça y La Caixa. ¿Qué piensas de Josep Lluís Núñez e Ignasi Fainé?
–Josep Lluís Nuñez… [se calla y le cambia la expresión].
–Aquí sí que te has indignado de verdad.
–Es que encima soy culé y socio desde los ocho años. Realmente he sentido vergüenza ajena con Núñez. Mucha gente dice que es muy fácil ser del Barça porque gana siempre, pero recuerdo ir al Camp Nou, ver solo a 40.000 personas en el campo, y perder 1 a 2 con el Osasuna. ¡Llegamos a tener a Llorenç Serra Ferrer como entrenador! ¡Estuvimos a punto de bajar a Segunda! Cuando estaba Núñez muchas veces quería que perdiera mi equipo, un sentimiento muy fuerte. Es algo muy perverso, pero es que Núñez daba la impresión de ser el alter ego de Pujol: sólo ellos dos podían ser los presidentes. Por eso siempre defenderé a Laporta y eso que he tenido muchas discusiones con amigos míos. A nivel personal se le pueden achacar muchas cosas, pero como presidente tuvo una gestión impecable. Cuando llegó él no veníamos de Núñez sino de Gaspart y de Reyna, que eran como la degeneración de Núñez. Reyna fue grotesco. Eran aquellas épocas en las que ibas al campo para ver jugadores que nunca hubieran soñado con vestir esta camiseta. Hablo de Rochemback, Bogarde o del mismo Vítor Baia, que era nefasto y al que Pantic le marcó cuatro goles. Después de los años de gloria de Cruyff se tenía que pasar por esta decadencia. El problema es que con la llegada del Sandro Rosell vuelve el nuñismo. Con el Sandrusco vuelve incluso Núñez a escena y hace declaraciones, participa en actos y dice cosas delirantes. Es grave porque además tenemos como director deportivo a ese señor que se llama Zubizarreta. [Enrique] Vila-Matas me dijo que «Zubizarreta es un tío que lee y como lee, duda». De hecho Jorge Carrión se lo encuentra a veces en Laie. Está muy bien, pero yo preferiría que leyera menos y viera más partidos de fútbol. Que si fichara a alguien, que fuera alguien bueno. Nosotros preferimos, si perdemos, que sea con Sandro o Mounir en el equipo antes que con Hleb o ese Vermaelen al que hemos fichado cojo.
–¿La Caixa se ha salvado de la quema que ha acabado con el prestigio de los bancos?
–Tener trabajo en La Caixa era como ser funcionario. Tengo amigos trabajando allí que cobran una pasta y tienen un horario privilegiado. Supongo que ya habrán perdido parte de los privilegios que tenían. La escenografía del poder son los banqueros que dirigen La Caixa. Es increíble cómo pasaron de un día para otro las cajas de ahorros y pensiones a ser iguales que los bancos. Antes tenía sentido tener el dinero en la caja porque te decían que no había un consejo de accionistas y los beneficios irían al desarrollo de la obra social. Éticamente, la cuenta bancaria es un problema. Tengas poco o mucho dinero, en alguna parte tienes que meterlo, no puedes guardar los ahorros debajo del colchón.
–En Carcelona describes el trabajo de una serie de periodistas y novelistas que retratan la ciudad desde el punto de vista de las bajas pasiones, sin censuras ni complacencias. Curiosamente, las mujeres que citas son originarias de otros lugares, como Cristina Fallarás o Llucia Ramis.
–A mí me parece interesante la visión del que viene de fuera y se instala que la del que es de la ciudad de toda la vida. Yo no hubiera podido escribir Carcelona si no hubiera estado cinco años en Caracas. Cuando lo escribí veía la ciudad como un extranjero, con una cierta distancia. Ahora me he vuelto a ir [a Buenos Aires] y cuando he vuelto no me ha causado el impacto que tuve en 2009. Ahora no podría escribir Carcelona porque estas cosas solo se pueden explicar cuando te sorprende lo que ves. Quiero instalarme de nuevo en Barcelona pero con un espíritu más constructivo. El libro era como una especie de cabreo, de decir «me voy, ahí os quedáis». Es imposible estar de acuerdo con todo lo que escribo porque disparo temas para que se discutan. El tema de los toros sé que es muy polémico. Yo sólo he ido una vez a los toros y lo escribo tal y como lo sentí. Toreaba José Tomás. Es como si alguien al que no le gusta el fútbol entra en el Camp Nou y ve a Messi hacerle cuatro goles al Arsenal. Es difícil no emocionarse con ello. En Carcelona hay temas más reflexivos y otros son más viscerales, pero yo me lo planteaba como una especie de lanzadera para lograr lo que hemos comentado, conseguir que aquí haya un poco de autocrítica, algo que nos falta en Catalunya. No somos los más geniales y si somos más críticos con nosotros mismos podremos mejorar nuestra historia. Recuperando el tema de la gente de fuera, cuando hago una fiesta en casa siempre encuentras gente que no se ha criado en Barcelona y me lo agradecen. Me suelen decir que es muy difícil entrar en los círculos de los catalanes, es como si todo el mundo tuviera su círculo de amigos de siempre y fuera muy difícil romper la barrera. Lo que busco es devolver lo que me han dado los nativos de las ciudades donde he vivido.
–Ahora que hablas de ser optimista hacia el futuro, ¿qué opinas de Ada Colau?
–Tengo buena impresión de ella, pero no la quiero idealizar ni pensar que es ‘la líder’. Ella quiere aprovechar su fama mediática para sacar adelante un proyecto que en principio es transversal, horizontal y de colaboración. Si hace unos años creía que tenía que escribir Carcelona, quizás ahora me implique de alguna manera en Guanyem. Hasta ahora no me había implicado en un proyecto político, pero me gusta la filosofía de Ganemos y, al fin y al cabo, ella pone la cara porque alguien la ha de poner. El movimiento asambleario está muy bien, pero a la hora de la verdad necesitamos un alcalde. Me da esperanzas, pero le doy un apoyo crítico. Le damos un margen. Es un buen momento para ir cambiando comenzando por el ámbito municipal. Es obvio que hay que cambiar todo, pero por algún lugar hay que empezar.
–¿Qué se puede aprovechar de aquella Barcelona de los 70 que hervía culturalmente?
–El riesgo. No podemos ser tan pragmáticos y calculadores. Hay que vivir más libre, con libertad de pensamiento. En aquella época se salía de una dictadura y se pensaba que todo era posible. He leído recientemente Los mares del sur de Vázquez Montalbán y está muy bien, pero no podemos sentir una nostalgia extrema de aquella Barcelona. Sí que podemos rescatar el espíritu de ciudadanía, plantear los problemas reales de la gente y no estar haciendo un show todo el día. Si convertimos Barcelona en un parque temático, que nos paguen unos sueldos de extras. ¡Ya me pondría disfraces si fuera necesario y animaría a la gente! Si los extranjeros creen que esta ciudad es muy divertida, que nos paguen y ya nos esforzaremos para que lo sea. Hablando en serio, lo que podemos hacer es no dejarnos doblegar por este exceso de cordura que nos dice lo que está bien y mal. Pensemos nuevos modelos. Hay cosas que no tienen sentido. Soy de Gracia y cuando era pequeño iba a jugar al Parc Güell. Ahora tengo que pagar para entrar o apuntarme en el Ayuntamiento y enviar un mail para informar de qué día iré. Tengo un proyecto para trasladar el comportamiento guiri al teatro, sobre todo para reflexionar cómo el comportamiento de los turistas se traslada al ciudadano. Ya no es sólo el problema de la invasión, es que todos tenemos el riesgo de guirizarnos.
–Del espectáculo turístico no se salvaba ni Copito de Nieve.
–Todos los años íbamos con la escuela al zoológico y el pobre estaba cada año más enfadado. La orca Ulises era el otro galáctico del zoo y ya la hemos olvidado. Se la llevaron a Orlando y no supimos nada más. Estamos un poco huérfanos de un animal símbolo [ríe].