Se llaman Stephen Meyers, Doug Stamper, Kasper Juul, Leo Notte, Leo McGarry o simplemente Saunders. Para la gran mayoría son nombres desconocidos. Les reconocerán quienes hayan visto la serie o la película a la que pertenecen. Son personajes de ficción, algunos más protagonistas que otros, pero la mayoría no son la figura central en sus respectivas tramas, lo que no quiere decir que su importancia sea secundaria. Todo lo contrario. Su labor está peor iluminada, nada más. A los actores les sucede así lo mismo que a los personajes que interpretan: bombillas en la sombra. Son los asesores: consejeros, secretarios, publicistas, periodistas, escritores que dirigen los hilos mediáticos de su protegido sin salir en los créditos. El cine se ha encargado de mostrarnos cómo son estos Don Draper de la política. Los encargados de fabricar las historias que compramos. Que sean verdad o no carece de importancia.
El comienzo de la serie danesa Borgen resulta revelador: una sala de maquillaje. Vemos el rostro de una mujer, la protagonista, interpretada por Sidse Babett Knudsen. Es candidata a la presidencia del país. Mientras la maquillan, puede ver en una pantalla lo que está sucediendo en directo en el plató al que ella va a salir en unos minutos. Dos periodistas están hablando sobre las elecciones, faltan tres días. Una de ellas, la más veterana, dice: “El objetivo final de la campaña electoral es la simplificación de las cosas. Colocar dos o tres mensajes clave y hacer que tu oponente parezca un estúpido”. En el plano siguiente se ve la silueta de un hombre que camina hacia la cámara hablando por teléfono, la otra mano en el bolso. Camina firme y elegante, con la seguridad de quien sabe lo que va a pasar antes que los demás. A medida que se acerca al espectador, la luz comienza a iluminar su cuerpo y su rostro. Es un tipo joven, con barba: el jefe de prensa de la candidata. El responsable de otro tipo de maquillaje. Kasper Juul (magnífica actuación de Johan Philip Asbæk), además de pelear con sus demonios personales, no sólo se encarga de colocar los focos mediáticos allí donde menos deslumbren a la candidata, también influye (y cómo) en las decisiones políticas que afectan a todo el país.
Influyen en la mentalidad y en las ideas del público ciudadano, en sus miedos y deseos, en la agenda mediática y en eso de lo que todo el mundo habla y tiene una supuesta opinión original e intransferible, esas discusiones que se escuchan desde la barra del último bar que vimos abierto hasta el primer consejo ejecutivo del país. Suyas son las ideas que luego otros nos trasladan para que las discutamos, como si hubiera algo que decidir. Su objetivo es político y electoral, pero actúan igual que si trabajaran para cualquier compañía comercial. Un asesor de este tipo, un publicista al fin y al cabo, no vende un refresco o un coche. Hace ya tiempo que la publicidad no consiste en esto. Se vende una historia y la idea que ahí, tras esa historia, llega al espectador a través de las emociones. No hay nadie más populista que un publicitario o un asesor político, no pueden no serlo, y lo saben. El populismo vende.
Un coche y un candidato son una idea que vender y una ficción que comprar. “Soy yo quien decide hoy lo que os gustará mañana”, dice el publicista que narra 13´99, la novela de Frédéric Beigbeder. Eso debe pensar Leo Notte, uno de los protagonistas de la serie italiana 1992, interpretado por Stefano Accorsi. Trabaja en Publitalia, el brazo publicitario de Berlusconi. A Notte le encargan un ejercicio visionario: adivinar por dónde va a caminar la política italiana en los próximos años para poder empezar a ejercer la influencia necesaria. Notte, tras una serie de encuestas, sorprende proponiendo al propio Berlusconi como principal candidato para gobernar ese futuro. Luego descubre que en realidad no es una idea que le haya surgido de la nada: Berlusconi, seguramente también aconsejado por otro asesor, hace años que viene “vendiéndose” a través de la televisión y los medios para presentarse ahora como el político necesario con Forsa Italia (maravilloso final el de la primera temporada).
En los Idus de marzo, Ryan Gosling se mete en la piel del joven Stephen Meyers, miembro del equipo de prensa de Mike Norris (George Clooney), candidato demócrata a gobernador. Stephen trabaja codo con codo con otro asesor, Paul, interpretado por Philip Seymour Hoffman, y con todo un ejército de asalariados y voluntarios que tienen una sola tarea: cuidar de la imagen del candidato y asegurarse de que el relato que hace la prensa concuerda con el discurso que se quiere trasladar. Al comienzo Meyers cree en el gobernador y en su proyecto, pero el propio sistema y la estrategia del equipo asesor republicano terminan por aflorar el cinismo que parece necesario adoptar para entender las entretelas del poder. Al final, el personaje aparece liberado de cualquier romanticismo y compromiso ideológico. En la última escena, se ve su rostro mientras se escucha la voz del gobernador dando un discurso que el propio Stephen ha escrito. Sabe que son palabras vacías, sabe que lo único que significan es que no significan nada. “No podemos creer todo lo que leemos”, le acaba de decir a una periodista en la escena anterior. Última imagen: primerísimo primer plano de Stephen mirando a cámara, apelando al espectador. A su capacidad para discernir el grano informativo de la paja mediática. El cinismo de la honestidad.
Una de las pocas excepciones femeninas la encontramos en el papel de Saunders interpretado por Jean Arthur en Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington), de Frank Capra. Su profesión oficial es la de secretaria pero ella es la espada que le falta al caballero, ella es quien aconseja y dirige a un James Stewart tan espigado como ingenuo en su papel de Jefferson Smith, un joven congresista recién llegado a Washington que pretende llevar a cabo la osadía de defender aquello en lo que cree.
En la película francesa El ejercicio de poder (L’exercice de l’État) de Pierre Schöller se da una de las claves del oficio: “En la comunicación la realidad no cuenta, sólo cuenta la percepción”, dice el ministro de Transportes. E inmediatamente comienzan a fabricar la correspondiente ficción. Lo que le preocupa al gabinete de crisis y al grupo de asesores del ministro no es la gestión de la propia realidad (un accidente de autobús con fallecidos) sino la manipulación de esa realidad en la opinión pública. El final de la película resulta al mismo tiempo catártico y poético: la realidad se impone, y el político no puede sino lamentar la ficción que le sostuvo. “A veces es la sombra la que sostiene la luz”, nos había advertido el protagonista al comienzo de la historia.
En una de las primeras películas de Michael Moore, Operación Canadá (Canadian Bacon), se aborda el tema desde el punto de vista de la comedia. Stuart Smiley, interpretado por Kevin Pollack, es el consejero de seguridad nacional del presidente de los EEUU, que necesita una nueva causa militar para elevar sus índices de popularidad y poder aumentar así el gasto de defensa. Tratan de provocar a la URSS para retomar la guerra fría, pero no lo consiguen. Entonces se le ocurre un plan a Smiley: declarar la guerra a Canadá. Otro asesor se cuestiona la viabilidad de la tarea: “¿Pero cómo vamos a hacerlo para que el americano medio odie al canadiense medio?”. Contesta el propio Smiley: “Déjeme una semana, señor presidente”. El siguiente plano muestra al presentador de un telediario. La noticia de portada es que Canadá ha comenzado una escalada militar destinada a atacar a los Estados Unidos de América. Sigue un vídeo en el que se bombardea al espectador con imágenes y datos negativos para Canadá. Al mismo tiempo, comandos especiales organizan un falso atentado por parte de falsos terroristas canadienses a la central hidroeléctrica de Niagara Falls, en la frontera entre ambos países. Por último, se empieza a sospechar que el país vecino tiene la bomba atómica. La campaña está en marcha.
Otra serie que trata el tema de los asesores es House of Cards, protagonizada por Francis y Claire Underwood (interpretados con excelsa frialdad por Kevin Spacey y Robin Wright), tanto monta, monta tanto. En el caso extremo de Francis, su mano derecha en el cínico camino hacia el poder es algo más que un asesor. Doug Stamper, interpretado por Mike Kelly, es desde el principio uno de los personajes más oscuros de una serie en la que no destacan precisamente las luces éticas. Un estilo muy diferente al de Leo McGarry en su función de asesor (y mejor amigo) del presidente en El Ala Oeste de la Casa Blanca. Una serie opuesta a House of Cards en su tratamiento de la política. Si la primera muestra cómo debería ser la política (en la línea idealista de su creador David Simon), la segunda prefiere utilizar una especie de neorrealismo sucio que huye de cualquier visión romántica.
Son muchas las películas o series que de una u otra manera tratan el tema de los asesores y consejeros políticos. Primary Colors, La cortina de humo, Ciudadano Bob Roberts, Ciudadano Kane, La relación especial, El candidato, El escritor, Diplomacia, Tempestad sobre Washington, In the loop. En cualquier caso, hay una certeza que comparten todos los asesores, reales y ficticios: la verdad es algo que puede trabajarse. Y quien diga lo contrario, miente. Y necesita un asesor.