Tras la ilusionante desilusión de Pekín cuatro años antes, Londres se planteó para muchos como la revancha necesaria. Estados Unidos acudía a Londres con un equipazo y una nueva estrella en el firmamento, Kevin Durant, dispuesto a demostrar que nada tenía que envidiar a LeBron James y Kobe Bryant. Pero esta selección española tiene una característica que sólo tienen los grandes equipos: se crecen cuanto mayor es el poderío del rival. Y así sucedió de nuevo aquel 12 de agosto de 2012 en el North Greenwich Arena londinense, ante más de 13.000 espectadores que volvieron a vivir en directo un duelo que ya se ha convertido en un clásico de las finales olímpicas.
Habían cambiado algunas cosas desde 2008. En lo político, Rajoy había ganado a Rubalcaba la pelea por la presidencia del Gobierno meses después de que surgiera el movimiento 15-M en la madrileña Puerta del Sol, año 2011. Montoro había puesto en marcha su “regularización de rentas y activos”, amnistía fiscal para los de la Logse. Urdangarín había pasado de Duque empalmado a Duque imputado, al tiempo que Jaume Matas era condenado a seis años por delitos de diversa realeza y Rato dimitía como presidente de Bankia. Un entretenimiento acompañado de estrenos como Lo imposible de Bayona, Django desencadenado de Tarantino o Argo de Ben Affleck, sin olvidarnos del acontecimiento que marcó aquel año a nivel mundial: el tercer álbum de estudio de Justin Bieber, Believe. Que era precisamente lo que sentíamos todos respecto a la selección española de baloncesto cuando se enfrentaba a EE UU. Justin, así, como hermeneuta de lo real, como intérprete del sentir general. Cuatro años después de Pekín, se podía ganar. Sólo había que creer.
España venía de ganar dos europeos consecutivos, el segundo en Lituania para desquitarse de la eliminación en cuartos contra Serbia en el Mundial de Turquía de 2010 (aquel triple de Teodosic), donde EE UU ganó el oro frente a los anfitriones. En cuanto a la rotación, ahora teníamos a un Marc Gasol más experimentado y a Serge Ibaka, tipos fundamentales a la hora de hacer frente a selecciones con mayor presencia física, con treses altos y una gran capacidad reboteadora. Y en el banquillo se sentaba en esta ocasión Sergio Scariolo, que a pesar de ser criticado por muchos (faltaría más), sólo sabía ganar desde que se había puesto al frente de la selección en febrero de 2009.
EE UU llegó a la final como un vendaval, con Durant como estilete. En la primera fase, superaron todos los récords frente a Nigeria. 156-73 en el marcador, 83 de diferencia, conseguidos en parte a base de meter 29/43 triples, diez de ellos de Carmelo Anthony, que terminó con 37 puntos. Al descanso, los yanquis llevaban 78 puntos, más de los que consiguieron meter los nigerianos en todo el partido. Un festival que intimidaba, por mucho que los nigerianos fueran una selección menor. Por su parte, España había resuelto la primera fase con dos derrotas frente a Rusia (74-77) y Brasil (82-88) en la última jornada del grupo. Los cuartos nos enfrentaron a Francia, 66-59 para los de Scariolo. Y en semis pudimos vengarnos de Rusia apeándoles de la final clavando casi el marcador del partido anterior, 67-59. Llegaba así de nuevo la reválida contra EE UU. ¿Podríamos con ellos en esta ocasión? Algo ya habíamos conseguido: que a nadie le pareciera una locura plantearse la victoria. Nos habíamos ganado el crédito internacional cuatro años antes obligando a los estadounidenses a jugar al límite para ganar el oro. Queríamos repetir el partido, sólo que modificando el resultado final.
De entrada, Scariolo puso en pista a Calderón, Navarro, Rudy y los hermanos Gasol. Empezamos muy bien, aún mejor que en Pekín. Navarro inauguró el marcador español con un 3+1 sobre Kobe Bryant. Las canastas estadounidenses eran contestadas una tras otra con solvencia. Un gancho de izquierdas de Pau y otros dos triples de un inspiradísimo Navarro (19 puntos en la primera parte) colocaban el 12-7 que confirmaba la candidatura al oro. ¡El ‘4’ y el ‘7’, Daimiel, el ‘4’ y el ‘7’!, que decía Andrés Montes. Pau y Navarro, Navarro y Pau. Entre los dos sostuvieron en ataque las embestidas iniciales de los pupilos de Mike Krzyzewski, que cuatro años después repetía presencia en la final al frente del team USA. Pero otra pareja que tal baila, Kobe Bryant y Carmelo Anthony, querían colgarse su segundo oro. Y malo cuando dos tipos como estos quieren algo. Malo si estás en el equipo contrario, claro; como espectador es una delicia. Entre ambos lideraron a los estadounidenses para imponerse en el primer parcial. 35-27. Nos esperaba otra final con marcador alto.
El segundo cuarto arranca con Ibaka y Sergio Rodríguez en pista. Y España se pone a cinco con triple de Rudy. Y a tres después de una canasta de Pau sobre un impotente Kevin Love. Las sensaciones eran muy buenas, le jugábamos de tú a tú a un equipazo. Y así fue hasta el descanso. Si Chandler palmeaba en ataque, Chacho contestaba con un triple liberado. Si Kobe anotaba en suspensión, Sergio Llull clavaba un triple lateral. Si Durant corría el contraataque como pantera desbocada, Ibaka lo emulaba en defensa taponando los caminos hacia el nido español. Así hasta el apretado 58-59 con el que los jugadores se fueron a vestuarios. Todo podía pasar.
El tercer cuarto fue el cuarto de Pau. Quince puntos para él sin fallo en el tiro, incluidos cuatro tiros libres. Canastas de todos los colores, por aquí, por allá, otra vez por aquí pero de otra forma, y ahora un mate en estático, ahora uno en contraataque, pero ojo que también te la meto de gancho con la izquierda. ¿Qué más quieres, quieres más?, que le decía Chavela a La Llorona. Seguramente Chandler y Love, los defensores de Pau, aún recuerdan con cariño aquellos diez minutos de master class del mayor de los Gasol. Y mientras tanto, España a un punto, 82-83, a falta tan sólo de un cuarto para el final. Sólo había un problema: los triples. Ni uno sólo en toda la segunda parte. Demasiado lastre en tiempos posmodernos.
El último cuarto comienza a rodar con canasta fácil de Lebron bajo el aro, contestada por una penetración de Llull. Cinco puntos seguidos de Chris Paul ponen a EE UU seis arriba. Nadie anota en los siguientes dos minutos, parece que empieza a notarse el cansancio y los nervios. Rompe la sequía Marc con una canasta marca de la casa. 86-90 y faltan seis minutos y medio. Kobe falla el triple, pero cogen el rebote en ataque y Durant sí acierta desde más allá del arco. Tiempo muerto en pista, y como advierte el Martín Fierro, «atención pido al silencio y silencio a la atención, que voy en esta ocasión, si me ayuda la memoria, a contarles que a esta historia le faltaba lo mejor».
España era incapaz de meter desde fuera. Había que defender como nunca y tirar de garra como siempre, sacar el incansable talento de este equipo para no desfallecer. Y eso fue lo que se hizo. Una canasta de Navarro y otra de Rudy a la contra nos ponen a seis a falta de menos de cuatro minutos, 91-97. Carmelo pierde el balón y Krzyzewski pide tiempo muerto. Señores, que nos la lían, debió de decirles, o algo semejante. En el banquillo español se volvía a creer, se seguía creyendo. Los estadounidenses vuelven con el puñal entre los dientes y el codo a la altura del cuello. Marc machaca para mantener la desventaja en seis puntos, pero a España le cuesta un mundo anotar, la zona es territorio comanche. Entonces Lebron se viste de Kobe en Pekín y enchufa un triple letal a falta de dos minutos, 93-102. La final se escapa de nuevo. Una bandeja de Paul sentencia el partido definitivamente. Otra vez el mismo braceo, la misma orilla. Por un momento parece que Bill Murray va a aparecer para narrar los últimos instantes junto a la marmota. De nuevo, no pudo ser. De nuevo, medalla de plata. Y tan bien, porque aunque la plata duela, plata se queda, que diría Justin.
Fotografía Miguel Fernández en Flickr