Una marabunta antracita de nubes trae consigo un ocaso repentino y prematuro. Jordan maldice por la atmósfera granulada y el déficit lumínico. Hornet se abalanza sobre él haciendo que se revuelque por el prado. Jordan sonríe cansado, pero sonríe sincero. Con esa misma sonrisa con que convence a los mejores corredores de montaña para que se dejen llevar por sus ocurrencias; con esa misma sonrisa con que los espera en lo alto de una cima, en el trazado de un “ultra”, para inmortalizar sus gestas e insuflarles ánimos; con esa misma sonrisa con que transmite la pasión que le lleva a por más y más instantáneas en la naturaleza.
Hornet despierta y sale a trotar mientras Jordan fusiona su mirada con el amanecer a través de las ópticas de su réflex. Les gusta, a ambos, la lucidez que aporta el ayuno en sus rituales matutinos. Una hora más tarde, engullen un copioso almuerzo, estilo americano, cocinado en sendos hornillos. Good damn coffee, muchas tortillas, Nutella, huevos con bacon, pa amb tomaca y delicioso embutido de Vic.
La sesión de hoy en unas crestas le sirve también a Jordan para comprobar sensaciones en su rodilla maltrecha. Consciente de que las cualidades innatas de tipos como Hornet son extravagancias genéticas con ingentes dosis de adiestramiento, intenta adaptarse a un adecuado ritmo para su organismo tras la severa lesión. Cuenta con Hornet, un guía excepcional que se amolda y anima, que comprende por experiencia propia el renacimiento progresivo de una pierna inestable, que es el mejor en lo suyo, y ayuda a su amigo Jordan, acelerando su recuperación a lo largo de un incesante juego de desniveles.
Uno de esos hombres apostado tras su cámara, con la humildad y la entrega de un artesano de la imagen, que suda, trepa y se embarra, casi tanto como los propios atletas a los que retrata. Un escultor en los procesos posteriores, para dotar a la luz de los debidos matices, en pro de ser lo más fiel posible a lo que su ojo humano contempla cuando acciona el obturador. Un testigo privilegiado en las cimas o en las profundidades de los valles, como un rapaz nocturno que contempla y alcanza cuanto acontece en el bosque que se extiende bajo sus alas.
La captura precisa en la fracción idónea. El salto grácil. La zancada infinita. La tensión muscular para lección anatómica. El impulso y aquello que decía Cartier-Bresson del instante decisivo inmediatamente anterior. El semblante en rictus de tristeza fatigada, o bien, exultante. El vuelo a contra luz.
Su estudio fotográfico es un abanico de paisajes a lo largo y ancho del planeta y se siente complacido por ello. Por vislumbrar, en su día, que la fotografía era más que un entretenimiento y pasaba a convertirse en un modo de vivir y de ver. Aquella primera cámara que su padre le dejo sostener marca una existencia asociada a ese artilugio en torno al que Jordan hace orbitar sus andanzas, desde que tiene recuerdos.
En los últimos tres años las principales carreras de montaña por Europa, además de una incursión en el Far West, han sido inmortalizadas por este adorador de las lentes y los montes. En este tiempo ha logrado formar parte de una especie de circo ambulante familiar –en el equipo de una marca de montaña– que le lleva aún más lejos, a la superación de sí mismo a través de su cámara, en consonancia con la superación de sus compañeros a través de sus marcas. Esta familia itinerante de trailers expanden sus logros y su deporte a través de la obra de artistas como Jordi Saragossa.