Fotografías: Carlos G. Onetti
La primera vez que vi a Leila Nachawati era otoño en Beirut. Hacía calor y ambas acudíamos al 4M Beirut Forum, una serie de conferencias para abordar los riesgos y prácticas del periodismo en el mundo árabe. Ella no paraba de hablar con los ponentes y asistentes de la sesión y es que esta sirio-hispana es realmente activa: fundadora de la plataforma SyriaUntold, colaboradora con varios medios, profesora de la Universidad Carlos III de Madrid… Un torbellino.
Un año después nos hemos vuelto a encontrar. Es otoño en Madrid y esta vez ambas vamos más abrigadas, el clima no es tan benigno. Leila nos recibe en su apartamento y paseamos hasta el Parque del Retiro. Aunque estamos a miles de kilómetros del Líbano, lo que ocurre en Oriente Medio parece estar más cerca que nunca.
–¿Qué queda de las revueltas árabes? Muchos usan la metáfora “de la primavera árabe al invierno islamista”
–Lo que preguntas tiene mucho más que ver con la impaciencia mediática a la hora de tratar procesos muy complejos que con los propios procesos en sí; nadie dijo que fuese fácil pasar de unos contextos controlados por dictaduras durante décadas a democracias parlamentarias. La Primavera Árabe fue un término acuñado de forma muy sexy por los medios de comunicación occidentales y, del mismo modo que elevaron esas protestas ciudadanas y esa euforia de ver caer a un dictador tras otro, las enterraron un poco después. No hubo esa paciencia de seguir el proceso, de intentar entender cuáles son las causas políticas, económicas, sociales que lo han provocado. Hemos vuelto a los viejos filtros con los que se entiende el mundo árabe. Son dos. Uno: el filtro de la violencia sectaria. Es decir, los árabes son inherentemente violentos y están condenados al continuo enfrentamiento sectario. El otro es la geoestrategia: los árabes son marionetas al servicio de otros grandes imperios. Tan racista es pensar que los árabes son responsables del mal y de todo lo malo que estamos viviendo como que no tienen agencia o responsabilidad en nada de lo que ocurre en sus propios contextos.
–Tomando ese pensamiento neocolonialista u occidental, ¿la guerra en Siria es más una guerra civil o una guerra de rapiña de la OTAN?
–El contexto sirio hay que entenderlo a tres niveles. Tenemos el nivel local, un enfrentamiento interno que empezó siendo una lucha contra un régimen fascista de décadas que controlaba absolutamente todos los movimientos. La cuestión religiosa no es la que determina el conflicto interno en Siria, es el status quo. Por ejemplo, en 1982 bombardearon la ciudad de Hama porque hubo un intento de levantamiento y fue considerado por los historiadores como el ataque más mortífero de un gobierno árabe contra su población. El hecho de que prácticamente nadie haya oído hablar de Hama 1982 da muestras de hasta qué punto era eficiente este régimen en su control de las comunicaciones. Las dictaduras que de verdad funcionan bien son esas de las que no oyes nada. De Siria durante 50 años no se oyó absolutamente nada. Se oía hablar de Petra, del turismo, de la comida, de la deliciosa gastronomía siria pero no se explicaba lo que ocurría adentro. Entonces, ¿qué ocurre ahora? Que cuesta entender lo que está pasando internamente porque nos faltan 40 ó 50 años de comprensión para saber de dónde viene este país. Luego, por encima, tenemos a los que dicen apoyar a la revolución, a los rebeldes… aunque en realidad no apoyan a los rebeldes, tienen su propia agenda y dan soporte a los extremistas. Por otro lado están los que dicen apoyar la soberanía de Siria, cuando lo que hacen realmente es sostener a un dictador. Finalmente, está el nivel supranacional con Estados Unidos y Rusia. ¿Quién está con la población siria? Nadie. Hablamos de Siria sin tener en cuenta a los sirios.
–¿Qué debemos esperar de el congreso de Viena? John Kerry dijo recientemente que lo único que sabían es que no estaban de acuerdo.
–Claro. “The only thing that we can agree on is that we don´t agree”. Sobre todo parece que la cuestión más divisoria es si Assad se va o se queda. Que esto sea un debate a día de hoy es muy preocupante; no para los sirios, sino porque se ha elevado muchísimo el umbral de la impunidad. Algo que era excepcional, que desataba condenas, que movilizaba tribunales y organizaciones de derechos humanos, ahora en Siria se ha convertido casi en una commodity. Si después de medio millón de muertos y de millones de refugiados (ya es la catástrofe humanitaria más terrible desde la II Guerra Mundial), hemos permitido llegar hasta aquí, ¿qué mensaje estamos enviando al próximo dictador de turno? Que se puede llegar muy lejos en la violación de los Derechos Humanos sin que pase absolutamente nada.
–Has hablado antes de ese pensamiento occidental: “Los árabes son malos por naturaleza y no se puede hacer nada”. ¿Qué es peor: esta islamofobia o el islamismo radical?
–Yo al Estado Islámico no le llamo islamismo radical, es otra cosa. Hay islamismo radical que no mata, que no es terrorista. Un amigo mío lo explicaba diciendo que con Al Qaeda se puede negociar dentro del horror porque utilizan la violencia como un medio para conseguir un fin. En cambio, para el Estado Islámico la violencia es su fin si no no destruirían Palmyra. Cuando hablamos de islamismo radical yo no me refiero al Estado Islámico, que es otra categoría. Pero el auge cada vez mayor del islamismo radical no sé si es menos peligroso que la islamofobia. Creo que son dos caras de la misma moneda, que se retroalimentan. Cuando tú bombardeas poblaciones en nombre de no sé qué soberanía, de no sé qué democracias… ¿Qué crees que va a ocurrir? ¿Crees que la población se va a transformar hacia unos procesos democráticos o crees que se van a refugiar en los recodos que ellos encuentren digamos para expresar esa rebeldía, ese descontento, ese malestar en el que no les damos más opciones? Ahora mismo a los sirios se les da a elegir entre un fascismo de rostro supuestamente laico, que es el de Assad, y un fascismo barbudo ¿Tú crees que esas pueden ser dos opciones para alguien? Cuando das a elegir entre esas dos opciones tú mismo corres el riesgo de que la gente elija lo que tú no quieres.
–Ahora, con toda la crisis de refugiados, tanto sirios, libios o afganos se han convertido en ciudadanos sin país. ¿Oriente Medio se va a convertir en una región de apátridas?
–Se va a convertir en una región probablemente vacía porque se está quedando la gente más humilde, la gente que no se puede permitir un viaje. Es la clase media-alta siria la que puede meterse en esos barcos, aunque sean botes inflables que están destinados a naufragar. Son decenas de miles de euros las que se están gastando en pagar a las mafias, en pagar los pasajes. En Siria, en Líbano, en Palestina, en toda la región se están quedando los pobres, los que no tiene nada que perder y ya saben que tampoco tienen nada que ganar. En Siria no hay ahora mismo dónde esconderse, no hay dónde huir y por eso la gente se tira al mar.
–En una entrevista recalcaste una frase que decía: “Qué más dónde vaya… es un gusto sentir que nos movemos”. ¿Nos estamos moviendo en una dirección equivocada?
–No nos hemos equivocado de dirección. Creo que fuimos ingenuos, pero es que la ingenuidad no es algo que yo descartaría como herramienta y forma de resistencia. Yo, de forma egoísta, no estoy agusto viendo torturas a mi alrededor, viendo gente durmiendo en la calle, viendo que a mi vecina de 80 años la echan de su casa… Yo, Leila, egoístamente no quiero ver horror a mi alrededor y no soy feliz si a mi alrededor no veo más que desgracias. Estamos viviendo el fin de una era y, si en una imagen se puede capturar el fin de la civilización occidental, es en la de esas barcas hundiéndose y esos sirios ahogándose en el mar por culpa de la necesidad de llegar al otro extremo. Nosotros nos estamos moviendo hacia dónde hay que moverse. Ahora, quizás hemos subestimado la capacidad del status quo, de volver a través de distintas formas y manifestaciones; quizás hemos sobreestimado nuestras fuerzas utópicas y las capacidades de las fuerzas reaccionarias de destruir. Quizás ha fallado esa idea de yo tengo un bolígrafo, yo tengo un lápiz, yo tengo un mensaje en una red social, tú tienes las armas y mi boli puede más que tus armas. ¿Nos hemos equivocado diciendo eso? Yo prefiero pensar que no.
–En todo ese movimiento pacifista los activistas han tenido un papel primordial. ¿Qué deben esperar los activistas de los medios de comunicación? ¿Pueden confiar en ellos?
–Lo que hacéis vosotros, con entrevistas como esta, es la excepción. La mayoría de la gente de la región no confía en los grandes medios porque van a la caza de la explosión. Las cosas no acabaron en 2011 y no se resume calificando aquella primavera que ellos inventaron como «el otoño islamista» o «el fin de la primavera». El problema sirio no se resume con frases apocalípticas como esas, hay que seguir el día a día de los conflictos, de los procesos. ¿Qué ha sido de toda esa gente que estaba luchando por un cambio? En Siria sigue habiendo mucha gente pero nadie les escucha. El problema es que hay cientos de miles de vídeos de YouTube demostrando las torturas tanto de Assad como de ISIS; también manifestaciones de la población siria contra ambos y sólo las cosas más sensacionalistas venden. Sobre todo hay una especia de fascinación occidental con ISIS.
–¿Estamos ante el fin de los corresponsales de guerra? ¿Nos adentramos en una nueva era del periodismo donde sean los activistas los que den las noticias?
–Es una tragedia si estamos ante el fin de los corresponsales de guerra porque juegan un papel clave. Lo que ha hecho gente como Javier Espinosa o Mónica Prieto en Siria, lo que hizo Marie Colvin (que murió en Homs en 2012) no lo puede hacer igual una persona que no tenga cierta formación, cierta trayectoria. Un español tiende más a fiarse de un reportaje que haga Javier Espinosa, que se lo cuenta en su idioma, que se lo cuenta desde un contexto que él conoce y con unas ciertas claves. Un sirio cuando cuenta lo que ocurre en su país, lo puede contar muy bien y, de hecho, muchos son excelentes, pero para un español es o más fiable o más asequible, o más fácil de digerir, una crónica que le cuente un corresponsal de su país.
Yo creo que las crónicas de los corresponsables de guerra juegan un papel importantísimo. El problema es que los medios ya no invierten en esto. ¿Quién está yendo a países como Siria? Freelance sin cobertura, a veces sin chaleco antibalas, sin nada, sin un seguro, sin una protección. El problema que tiene el periodismo es que se ha convertido en simple información mainstream.
–En cambio están surgiendo muchas iniciativas en Oriente Medio como Mashallah news, Visualizing Palestine o KnoozRoom que presentan las noticias de una forma diferente, con big data, con más profundidad que ciertos medios españoles. Es un periodismo de más calidad.
–Claro. Ellos son conscientes de que hay tanto ruido en torno a sus países que es importante intentar analizar ese ruido, intentar filtrar el grano de la paja. Hay cientos de miles de vídeos, de mensajes, de comentarios… Entonces, esa labor de filtrar, del content curator, es cada vez más importante. Cada vez va a tener más peso esa figura de entrar en ese océano que es Internet y saber distinguir lo que es información, lo que es propaganda, lo que es fiable, lo que está verificado y lo que no. Eso lo están teniendo muy claro los periodistas y los comunicadores de la zona que ven como su región se explica muy mal al resto del mundo y están tomando cartas en el asunto.
–¿Crees que avanzamos hacia un periodismo más comprometido?
–Comprometido… No sé lo que significa.
–Cuando eres freelance puedes llegar a sentirte más identificado con la situación que estás cubriendo, no estás tan sujeto a líneas editoriales.
–Yo creo que la diferencia está en hacerlo desde tu casa o hacerlo desde el terreno. La gente que conoce el terreno tiene una sensibilidad especial porque lo ha vivido, porque se ha codeado ahí con gente que sufre la guerra, porque lo ha mamado, porque ha comido con ellos… Yo creo que el periodismo debería ser en sí comprometido por defecto. Es preocupante que nos hayamos acostumbrado a considerar el periodismo comprometido como una categoría más dentro del periodismo cuando debería ser transversal. No pensemos que comprometido es ir con una bandera de no sé quien en la mano. Comprometido es ser comprometido con la verdad, con las víctimas, con los que sufren, con no ponerle el micrófono en la boca a las élites que ya tienen demasiados micrófonos y con intentar recabar otras voces. Creo que es sano estar un tiempo en un sitio y luego cambiarte a otro contexto porque te terminas apegando a ciertas cosas y ya no eres capaz de verlas con cierta distancia, porque ya normalizas. Al principio tienes la piel de gallina, a flor de piel, estás muy receptivo a todas las historias que te rodean. Después llega un punto en que ya no te empiezan a chocar las cosas y empiezas a vivir como cotidianas injusticias que claman al cielo.
–El periodista tiene que tener la piel de gallina siempre…
–Debe tener la capacidad de ver cuando algo es raro, cuando algo es una violación de los Derechos Humanos, cuando algo no es normal.
–¿Cómo de efectivas son las campañas que se crean en la red para la liberación de periodistas como Razan Ghazzawi o Alaa Abd El-Fattah?
–Desconozco su efectividad. Lo que desde luego no es efectivo es no hacer nada. Cuando me preguntan que para qué voy a una manifestación, yo respondo que, por lo menos, dejo constancia de que no estoy de acuerdo. Lo que viene siendo el derecho al pataleo que no nos lo quite nadie. Si llegamos al punto en que interiorizamos que, total, no lo vamos a decir o hacer porque no nos van a hacer caso, entonces ya han ganado.
–Hay un texto de la periodista argentina Leila Guerriero titulado Sálvame. Dice lo siguiente:
Sálvame de pronunciar, alguna vez, las frases «porque mi libro», «según mi obra» o «como ya escribí yo en 1998».
Sálvame de estar pendiente de lo que digan de mí, preocupada por lo que dejen de decir, horrorizada cuando no digan nada.
Sálvame de la humillación de transformarme en mi tema preferido, del oprobio de no darme cuenta, de la vergüenza de que nadie se atreva a advertírmelo.
Sálvame de esperar que lo que escribo –o digo– le importe a mucha gente.
Sálvame de necesitar la mirada de los otros.
Sálvame de ambicionar el camino de los otros.
No me salves de mí.
De todo lo demás: sálvame.
¿Leila Nachawati necesita que la salven?
–No, no. Lo que está diciendo es que no quiere estar sometida a las percepciones de los demás sobre ella. Que ella no es ni mejor ni peor. Yo me lo digo a mí misma todos los días: no eres ni mejor ni peor. Cuando tienes un comentario en tu artículo que dice que eres una diosa no eres mejor y cuando tienes otro que dice que eres una basura no eres peor. Eres lo que eres y ya está.
–Estás a punto de publicar una novela sobre la Primavera Árabe, ¿por qué?
–Acabo de terminarla. Es sobre el inicio de las protestas en 2011. Creo que tenemos una memoria muy corta y que ya nos hemos olvidado de cómo empezó todo. Como va todo tan deprisa y estamos sometidos a guerras, a contrarrevoluciones y a procesos tan difíciles es importante reivindicar esa memoria del principio cuando la gente dijo ya basta de dictaduras, desde el norte hasta el sur del Mediterráneo queremos un cambio, no nos representan las élites actuales y tenemos derecho a vivir con dignidad. Me gustaría honrar con esta novela esa memoria de 2011.