Me dijo un amigo el porqué no le gusté a una chica concreta. A punto de coger un avión hacia Roma reflexioné sobre ello.
Y en ese frenesí que prende un aeropuerto me deslicé en lo que recordaba o podía sospechar haber hecho mal o no bien del todo. Al parecer, según se me había dicho, la chica no había vuelto a escribirme ni querer saber de mí por “chapas”. Que le di mucho el coñazo la noche que pasamos juntos, vaya.
Antes de despegar, el comandante excusa el retraso que seguimos, pues alguien ha facturado una maleta y no se ha presentado al vuelo. Deben retirar tal equipaje, por temas de seguridad, y de momento no lo encuentran. Hago tiempo leyendo a Pla, pero pronto me amenaza el sueño posterior a un McDonald’s y me vence, claro, que se me cierran los ojos. Y cuando despierto, pensando que han debido pasar semanas por el bienestar que siento, me asombro al ver que aún no nos movemos.
Me gusta volar, bastante, incluso me resulta relajante, y quizás lo que se me torna más pesado de todo el proceso en sí de este tipo de desplazamientos sea el aeropuerto. Aunque uno le llega a coger cariño cuando ha pasado 17 horas haciendo escala en Bérgamo. Pero aquello es otra historia. Y lo de volar, creo que lo hablé también con la chica aquella, no sé. Me quiere sonar. El caso es que de pequeño también me gustaba. Después le cogí miedo, avanzada la adolescencia, tras el accidente de Spanair creo que fue, y todo el alarme informativo dado que se me incrustó como si cada avión saliente hubiera de caerse. Y tiempo después lo perdí, supongo que al final sin mayor truco que el de seguir viajando y subiéndome a aviones; y a sabiendas de lo poco que sirve agarrarse a los reposabrazos apretando el esfínter…
Aunque sí soy de esos que con facilidad llegaría a pensar que si ha de caerse algún avión, será el suyo. Y antiguos soldados romanos, por hablar de la ciudad, se acompañaban en ocasiones de gentes que, tras sus grandes victorias, les recordasen su condición de mortales, y así leí una vez que ejercía la hipocondría, con esa tilde cómplice que a mí se me antoja de buen gusto. Siempre y cuando no dieran el coňazo, claro, pero evita confusiones como saltar de un avión en marcha pensando que nada puede pasarte, y a la hora de asimilar ciertas cosas se asimilan mejor, como que te toque un pistacho agrio de toda una bolsa que haya. Pero si alguien te dice que cuidado con las chicas, un amigo que cuidado con tu dinero y los ahorros, cualquiera que cuidado con los aviones, o con perder el móvil nuevo, o cuidado en lo que sea, te ruborizas un poco, claro, cansado de que tengamos que andar siempre con cuidado, ahora que, en este siglo, el mundo parecía más seguro de lo que fuera nunca. Y cuidado con perder pelo, anuncian por la tele, y te enfadas, obviamente, y paseas por la calle atizando los sombreros de los hombres calvos.
Entiendo que la chica no me escribiera. Pero espero que entienda ella también que, si no me dejó hacer el amor y ni siquiera perfilarlo de modo alguno, y así no pasar de besos y torpes caricias, qué carajo quería que hiciera desvelado en una cama, con ella al lado, semidesnuda, y yo con una erección esperpéntica y todavía borracho. Las opciones fueron claras: o una paja en su cuarto de baño, o contarle mi puta vida. Tal vez hice inciso en exceso sobre temas de escribir y guitarra. Lo de dármelas de escritor porque me gusta ese aire del que no ha llegado a estrella del rock porque no canta bien, pero tuvo dotes de compositor, y buscó quizás en la prosa organizarse un poco, que nunca mucho (por ello dejo mi cuarto un poco patas arriba con calzoncillos en la cama y la cama en el suelo, el armario en las toallas y los cajones vacíos en el balcón, y libros entre calcetines y calcetines colgando en la pared, para evitar caer en ese orden excelso de la vida que tan poco me entusiasma). Y lo de la guitarra como una ristra de baldosas amarillas que demuestre lo que digo, que las intenciones eran claras. Y que sí, puñetas, que no hay nada que más me guste que desgranarme en una desconocida a las seis de la mañana y en su cama, y a lo mejor hablarle de esas cosas de las que nos da vergüenza hablar en la normalidad de la rutina, y si acaso prometerle amor eterno, porque estás borracho y envalentonado, vas lanzado, y si no entonces ¿cuándo lo vas a hacer? Ya resolverás las variantes luego, cuando todo falle.
Fotografía: Augusto de Luca