Existen las sociedades que aman a sus ricos y las que los odian. Y, entre unas y otras, hay toda una gama variopinta. Por supuesto, si usted vive en una sociedad donde los ricos tienen buena fama, le parecerá complicado explicarse por qué en otros lugares los odian. Y viceversa: si usted vive donde los ricos son odiados, le parecerá casi imposible de concebir que existan sociedades que tengan una relación, incluso, más o menos armónica con su clase alta.
Peor aún, cuando una persona ha crecido en uno de estos polos y luego va a vivir al polo opuesto, por lo general buscará a esas minorías que compartan su modo de pensar en lugar de tratar de entender por qué esa sociedad es diferente a la suya. Eso ayuda a mantener la conciencia tranquila, pero no aporta mucho al análisis. Así, a continuación trataré de mostrar qué hacen los ricos de cada tipo de sociedad. Hablaré, por supuesto, de sociedades imaginarias y, si recurro a un ejemplo que parezca real o le suene conocido, le ruego tomarlo con pinzas.
Los “buenos” ricos
Los “buenos” ricos, dice la teoría del capitalismo altruista, tratan de retribuir a su sociedad. Así, si a un ricachón le gusta mucho la pintura, por ejemplo, a parte de tener su gran colección privada, lo más seguro es que también funde un museo (o se asocie con otros ricarditos para hacerlo) e, incluso, que un día dicho museo abra sus puertas gratuitamente a la prole. Si le gusta la ciencia, puede que mantenga un observatorio o unos museos de historia natural, algo así como el Planetario Alfa de Monterrey o, mejor, como la red Smithsonian de Washington DC. Si le gusta la lectura, una o varias bibliotecas públicas. Si la naturaleza, un aviario, un jardín botánico o un zoológico. Si la música, la orquesta de la ciudad, la ópera, el coro de niños cantores, la casa de grabación de su rancho. Y así, un largo etcétera de opciones (compañías de danza, revistas de ciencia o de literatura, premios y becas para artistas…) en eso que ahora se llama “mecenazgo” en honor, precisamente, a unos ricachones que les daba por patrocinar las ciencias y las artes hace varios siglos en algún lugar del Mediterráneo. Es decir, pareciera que a estos muchachos no sólo les gustan las ciencias y las artes, sino que además tratan de facilitarles a sus coterráneos menos favorecidos (pero más hábiles) los medios para desarrollarlas.
Lo anterior es como la primera parte, porque resulta que los “buenos” ricos no suelen quedarse ahí sino que además fundan escuelas, universidades e institutos tecnológicos, hospitales, hospicios, asilos de ancianos, fondos para investigación. Pagan de su bolso a los historiadores para que hagan libros harto representativos de su rancho. También les da por invertir en la infraestructura urbana y pavimentan calles, hacen puentes, crean parques y reservas naturales, ponen bancas en las plazas y fuentes y estatuas para que la ciudad se vea chula de bonita. En resumen, parece que a los “buenos” ricos les gusta el ranchito en el que viven y se preocupan porque éste cada vez esté más guapo.
Peor aún, algunos de estos “buenos” ricos incluso tienen la desfachatez de donar el 10% de su capital a alguna de estas fundaciones. O el 20%. O, dicen, que hasta existe un tal Warren Buffet quien ya tiene todo previsto para que el 99% de su fortuna vaya a parar a alguna de estas cosas. Es decir, parece que a estos “buenos” ricos les queda claro que no se van a llevar ni un centavo a la tumba.
Por último, resulta que estos “buenos” ricos también procuran que, tanto en sus industrias como en las leyes del rancho (porque, claro, en una y otra sociedad los ricos siempre forman parte del gobierno), estén dadas las condiciones para que la mayoría de las personas tengan un presente y un futuro tranquilo. Imagínese: incluso cuentan historias de que en algunas de estas fábricas y empresas, luego de 5 años de trabajo, un obrero recibía como premio a la constancia una casa de tres recámaras totalmente gratis y a su nombre. En resumen, parece que estos “buenos” ricos saben que su tranquilidad y la de su familia está en estrecha y directa relación con la tranquilidad de la gente de su sociedad.
Si a usted todo esto le suena a fantasía, o a casos excepcionales, entonces lo más seguro es que, a parte de vivir en una sociedad que odia a sus ricos, también le parezca que todo esto sería insuficiente para que se den a querer. Pues en los casos en que las sociedades odian a sus ricos no sólo importa lo que no hacen ellos sino, y peor aún, lo que sí hacen.
Los “malos” ricos
Por supuesto, difícilmente hacen algo de lo que se dijo anteriormente. Y, cuando lo hacen, lo hacen mal o no dura. Si el abuelo hace un hospital de maternidad para atender gratuitamente a personas sin recursos, el hijo comienza a cobrar y el nieto lo vende a una transnacional extranjera (no estoy hablando de Puebla). Si el abuelo hace una universidad y crea un fondo de becas para personas sin recursos, el padre comienza a repartir las becas entre los hijos de sus amigos y el hijo decide que mejor sea una universidad súperexclusiva, de altísimo costo, para que sus chamacos no tengan que mezclarse con la perrada; si las becas subsisten, se convierten en un gancho para el expolio con intereses altísimos o, mejor, cortando la beca del todo y sin previo aviso cuando el estudiante pobre va a tres cuartos de la carrera (no estoy hablando de ninguna universidad privada del centro del país). Es decir, estos ricos no creen que su tranquilidad radique en la tranquilidad de su sociedad, sino en el número de guaruras y lo alto y electrificado de sus bardas, pues su sociedad sólo sirve para extirparle todo atisbo de riqueza.
Respecto al mecenazgo, es nulo. Son los primeros en regatearle al artista el precio de su obra o el costo de sus honorarios y, si existen becas o premios (gubernamentales, siempre gubernamentales en estos casos), son los primeros en hacer chanchullo para que los reciban sus propios hijos por pintar unas acuarelitas y para presumir que son recultos. Los museos en estas sociedades son también pagados por el pueblo, es decir, por los impuestos y administrados por el gobierno. Y los ricos rehuyen de ellos como de la lepra: aunque no queda claro si lo que les da más miedo es mezclarse con la plebe o acercarse a las ciencias y las artes. Así, el fomento a las ciencias en estos lugares es también casi nulo y las profesiones en boga son las que tienen que ver con la administración y las leyes, con las leyes de la administración o con la administración de las leyes o con la versión que se quiera para sacarle más dinero al pueblo. En resumen, o a estos ricos no les gustan las ciencias y las artes o creen que los únicos capaces de desarrollarlas en su rancho son sus hijos que pintan acuarelitas.
Los “malos” ricos no sólo no mantienen reservas naturales sino que, aprovechándose de que también detentan el gobierno, se van a vivir a ellas y las destruyen para convertirlas en lujosísimos complejos residenciales de los que prefieren no salir nunca (salvo que vayan “al extranjero”). Y, como de ahí no salen y ahí todo está muy lindo, nunca se preocupan por invertir en infraestructura urbana. Ni hacen puentes ni parques ni plazas ni bibliotecas ni nada salvo, claro, que sea mediante un contrato leonino del que sacarán harta ganancia. De ahí que, entre otras cosas, las calles de este tipo de sociedades sean por lo general un asco. Como lo único que parece que les gusta a estos muchachos es su propio barrio privado y ese lugar extraño que llaman “el extranjero” y que, por lo general, se reduce siempre a unos ocho países (ya dijimos que son malos para las ciencias, así que no es de extrañar que sean tan ignorantes en geografía) en cuanto pueden, compran una casa en “el extranjero” para ir de vacaciones o “por si las dudas”, es decir, por si de plano la vida en su rancho se vuelve “insoportable” y tengan que irse al exilio. Como “el extranjero” es un lugar maravilloso fuente de toda dicha, estos ricos no dudan en enviar para allá a sus hijos por temporadas, no importa que vayan de peones o de sirvientas: están aprendiendo el idioma o van de nannies. Asimismo, siempre preferirán que se casen sus vástagos con algún “extranjero” que con un lugareño pobre. Incluso, en ocasiones, preferirán al “extranjero”, sin importar que en su rancho éste sea repartidor de refrescos, que a un candidato de una “familia bien” local bajo el extrañísimo argumento de que eso va “a mejorar la raza”.
En resumen, a estos “malos” ricos parece que no les gusta el ranchito en el que nacieron ni nada que tenga que ver con éste, ni su cultura ni su entorno natural, y buscan distanciarse de éste por todos los medios (si de pasada lo convierten en un lugar peor, ni modo: ellos ya tienen su casa en “el extranjero”).
Por último, ya se imaginará cómo son las condiciones de trabajo en las empresas de estos ricachones y cómo son las leyes de dichas sociedades: hechas para la máxima explotación de la gente. Pero vale la pena explicar un poco por qué son así pues, si usted vive en el otro tipo de sociedad, seguro le seguirá pareciendo una estupidez. Y es que resulta que los “malos” ricos nunca están seguros de ser lo suficientemente ricos. Como lo oye. Un rico en el primer tipo de sociedad sabe que es rico y actúa en consecuencia. Pero un rico en este segundo tipo no lo sabe y siempre vive en la eterna angustia. Cuando lee las estadísticas del ingreso promedio o del salario mínimo de su rancho (si es que lee), no se las cree pues él le paga mucho más que el salario mínimo a sus sirvientas. Incluso, cuando hace números (para eso sí que se siente bueno) no le cuadran las cifras pues le parece que un ingreso de tres o cuatro salarios mínimos al mes no alcanzan ni para comer (no, no me estoy refiriendo a esos millonarios de izquierda mexicanos que dijeron algo similar de ganar seis mil pesos al mes, recuerde que hablamos de sociedades imaginarias). Estos ricachones siempre tienen la vista puesta en otros aún más ricachones. Siempre se sienten pobres o, a penas, clase media, basta con escuchar sus charlas de sobremesa: “qué dura está la cosa”, “no hay dinero”, “Esthercita va a tener que decidir entre ir a Orlando o a París porque ya fue a Tierra Santa y a Houston de shopping y ya no le alcanza para los dos viajes, ¡a dónde vamos a parar!”.
Por lo anterior, eso dicen, nunca tienen dinero para hacer lo que hacen los otros ricos (pues han oído hablar de ellos, claro). Y también, por eso, es que buscan la exclusividad “legal” de sus negocios, para alcanzarlos más rápido.
Colofón
Yo no sé dónde viva usted. Pero a mí me ha tocado vivir en un montón de ciudades donde a veces hay más de un tipo de ricos que de los otros y, a veces, al revés. Obviamente, son más seguras, tranquilas y agradables las sociedades del primer tipo que del segundo (y, claro, ya entrados en gastos, me gustaría que todas las sociedades fueran igualitarias). Por supuesto, cambiar de raíz la cultura de una sociedad es harto complicado y lento pero, quién sabe, si usted vive en una del segundo tipo, tal vez valga la pena que revise de nuevo esas estadísticas de ingresos promedio de su rancho y si resulta que, oh maravilla, usted es rico y no se había dado cuenta: actúe en consecuencia y haga algo por su sociedad, va a ver que no se va a arrepentir.
PS.- Si no sabe en qué tipo de sociedad vive, pregúntese esto: si hace 160 años un millonario hubiera donado una fortuna para hacer unos museos en su rancho, ¿cómo estarían ahorita?, ¿serían un referente mundial?, ¿serían gratuitos?, ¿o se estarían cayendo de viejos? O, dicho de otro modo, que habría pasado si James Smithson hubiera donado su fortuna a su rancho en lugar de donarla a la ciudad de Washington.
Fotografías: Wikicommons. Emilio Botín, Carlos Slim y David Rockefeller.