El estallido de la Guerra Civil en Marruecos también quebrantó el día a día de los colonos que se habían asentado en el Protectorado. Una de estas familias eran los Muriarte Friera, un clan vasco-asturiano que había recorrido medio mundo como consecuencia del trabajo de Andrés, el padre, un ingeniero, vizcaíno de Begoña, que participó, unas décadas antes, en la construcción del canal de Panamá. A principios del siglo XX, Andrés Muriarte se mudó a África, donde no faltaba trabajo. La zona, fuertemente militarizada, requería inversiones en infraestructura para el gran contingente de soldados que la monarquía de Alfonso XIII tenía desplegados por una colonia propensa a la reivindicación de los derechos de los nativos. Andrés trabajó en la construcción del ferrocarril francoespañol (de Tánger a Fez, pasando por el puesto fronterizo de Alcazarquivir, donde tras una famosa batalla Portugal se quedó sin rey en 1578 con la muerte de Don Sebastián). Andrés, junto a sus dos hijos, Amado y Gabriel, y a Adelina, su mujer, se estableció en Arcila.
Ciudad costera, de blancas casas y ocres murallas, Arcila se ha caracterizado históricamente por pasar de manos musulmanes, a portuguesas y españolas. Allí fue donde a los jóvenes Amado y Gabriel les sorprendió el levantamiento militar –que se adelantó en aquellas tierras al 17 de julio–, dos días antes de que el ‘Dragon Rapide’ aterrizara en Tetuán para poner a Francisco Franco al frente del golpe antirrepublicano por el frente del Sur. El grupo de conspiradores militares, políticos, banqueros y terratenientes que llevaban meses organizándose ya estaba listo para la acción. De hecho, del puerto de la misma Arcila partieron varios barcos de la marina rebelde durante los tres años de conflicto.
En aquellos días, Amado Muriarte fue capaz de escapar de África y entrar en la zona que había permanecido fiel a la República. Su hijo Luis, una de las pocas personas que en España siguen portando este raro apellido euskaldun, afirma, casi 80 años después de aquellos sucesos, que su padre nunca habló de la Guerra Civil. “Una de las pocas cosas que supimos es que llegó a ser sargento de Artillería y que corrió esos riesgos para luchar contra los sublevados por convicción y compromiso con la legalidad republicana”. Imborrables fueron, desafortunadamente para Amado, los dos años que tuvo que pasar, una vez acabada la contienda, en el Monte Hacho de Ceuta: un penal militar en el que acabaron muchos excombatientes republicanos. Afortunadamente para él, pese a haber sido suboficial del Ejército rojo, no recibió penas más severas y en 1941 quedó libre. Se estableció en Madrid, en la calle del Doce de Octubre.
Amado Muriarte no era muy amigo de hablar de su vida como sargento en el Ejército republicano. Sin embargo, no olvidó sus dos años preso en Ceuta
A la capital llegaría, 15 años después, su hermano Gabriel. Mecánico de profesión, trabajaba para el Ejército español en el momento del alzamiento, y fue reclutado a la fuerza por los golpistas, con los que luchó durante todo un conflicto fratricida que los Muriarte representaron involuntariamente a la perfección, igual que ocurrió con otras miles de familias a lo largo y ancho de todo el Estado. “Cuando acabó la Guerra Civil, mi tío se quedó en Marruecos hasta la independencia del Protectorado [1956]. Allí tenía a su pareja y formó una familia”, comenta su sobrino Luis, el descendiente de esa generación de vascos que, después de haber recorrido medio mundo, tuvieron que colocarse en lados diferentes de la trinchera.