Hastiados hasta la saciedad del manido recurso de que el femenino es el sexo débil, cuando ya se ha demostrado en innumerables ocasiones que no es así, en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro ha quedado latente, nuevamente, quién lleva los pantalones en el deporte patrio. Nueve de las 17 preseas de la representación española tenían nombre de mujer: Mireia Belmonte (por partida doble) (natación), Ruth Beitia (atletismo), Carolina Marín (bádminton), Maialen Chourraut (piragüismo), Eva Calvo (taekwondo), las chicas del baloncesto y de gimnasia rítmica y Lidia Valentín (halterofilia) vuelven de Brasil con más peso en sus maletas.
Esta recopilación de ideas que viene a continuación busca el reconocimiento que, en muchos casos, no se les hace a estas deportistas que han dado gloria a España. Históricamente, las deportistas han tenido que alzar la voz a través de sus resultados, ya que para los medios de comunicación (tanto tradicionales como especializados) no han tenido hueco para ellas. Los Juegos brasileños han vuelto a ser el mejor escenario para sacar músculo, pero, sobre todo, para reivindicar que no tengan que pasar otros cuatro años más para que ocupen portadas en los diarios (hecho poco probable ante el poder del fútbol, que lo fagocita todo). Alguno podría decir que sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena cuando, en realidad, está tronando más a menudo de lo que parece.
Los directores de periódicos, radios, televisiones y plataformas digitales, siempre pendientes de lo que vende (poderoso caballero…) deberían pararse a pensar si, por ejemplo, el atletismo con 70.911 licencias federativas, el taekwondo, con 38.908, la gimnasia rítmica, con 38.842, o el baloncesto, con 355.845 (o eso dicen los datos del Consejo Superior del Deporte de 2015), no merecen un mejor y más amplio trato.
En los deportes mencionados, más de la mitad de sus practicantes son mujeres. Además, si nos ceñimos a resultados, muchos de ellos podrían presumir de tener campeonas continentales o mundiales (caso de Carolina Marín, sin ir más lejos) y el bádminton tan sólo tiene 7.289 licencias en este país. Podríamos desglosar todos los méritos de las medallistas antes de llegar a Río, pero seguramente necesitaríamos tres artículos más debido a la extensión de esos logros. Muchas veces se aduce a que son deportes minoritarios que no interesan a nadie. Craso error. Aunque no vendan camisetas ni anuncien cuentas bancarias, el valor que cobra cada medalla de estas mujeres es mayor, puesto que, como ya han comentado muchas de ellas, han estado entrenando y preparándose duramente y en silencio durante cuatro años (a buen seguro que invirtiendo más horas que cualquier futbolista en muchos años de carrera).
Por no hablar de los medios económicos de los que disponen, que en muchos casos son limitados (el Gobierno ha endurecido los criterios generales para conceder las becas ADO). Una medallista olímpica como Mireia Belmonte ha llegado a costearse viajes en autobús por Europa para poder competir. Subir al podio en unos Juegos Olímpicos supone ingresar un dinero que, en la mayoría de los casos, se destinará a seguir costeando la disciplina que se practica.
Volvamos a los medios de comunicación. Si tienen curiosidad, echen un ojo a las hemerotecas de los periódicos deportivos para ver cuánto espacio han dedicado durante este año a los deportes donde las chicas han ganado algún metal en Río’16. Nula atención informativa. Obviamos, lógicamente, al resto de plataformas comunicativas de masas, que, ni por asomo, tienen un mínimo de interés por reseñar los logros de las mujeres españolas que triunfan en el deporte.
Un claro ejemplo (y creo que suficiente) lo tienen en el diario As del pasado 20 de agosto. La selección española de baloncesto femenino se colgó la plata en los Juegos y ocupó un pequeño destacado en la portada que abrían Sergio Ramos y James Rodríguez luciendo músculos y tatuajes ante la primera jornada de Liga, un partido donde no hay nada más en juego que los primeros tres puntos del largo y farragoso campeonato de Primera División. Nada más que alegar, señoría.
La pelea por llegar a la calle y contar con el altavoz que merece el deporte femenino no es nueva, es histórica. Hace 24 años, en Barcelona’92, los logros de nuestras chicas sirvieron para que disciplinas que hasta entonces eran prácticamente desconocidas, dieran un codazo de advertencia a la sociedad y se posicionaran entre las más practicadas años más tarde. Coral Bistuer en taekwondo, Miriam Blasco en judo o Carolina Pascual en gimnasia rítmica fueron la cara del deporte femenino. Precisamente la judoca nacida en Valladolid, pero criada en Alicante fue la primera mujer en este país en colgarse una presea en unas Olimpiadas, además de ser la primera campeona olímpica.
Sin dejar de lado la cita del «citius, altius, fortius«, locución latina que significa «más rápido, más alto, más fuerte» y que ejerció como lema en Múnich’72, la figura que dio una notoriedad mediática real a las deportistas españolas durante aquellos primeros noventa fue Arantxa Sánchez Vicario. La tenista catalana se bañó en éxito durante una carrera en la que fue tres veces campeona de Roland Garros y una del US Open, además de jugar finales de los otros dos majors de la WTA. También supo saborear el metal olímpico siendo bronce individual y plata en dobles en Barcelona’92, resultados que repitió en Atlanta’96, pero esta vez siendo plata en individual y bronce en dobles. Quizá, la diferencia entre ella y el resto de deportistas que hemos comentado anteriormente, es que el tenis sí tiene algo más de tirón mediático y eso también sirvió para que tuviera una mayor repercusión (aparte de ser la primera tenista que empezaba a ganar títulos en España, huérfana de raquetas femeninas de nivel desde los tiempos de Lilí Álvarez). Como ella, Conchita Martínez, actual capitana del equipo de Copa Davis, paseó el orgullo patrio por el mundo con sus triunfos, sobre todo porque fue la primera española en alzar el trofeo de Wimbledon en 1994. Otras sin menos reconocimientos ni galardones como la baloncestista Amaya Valdemoro (primera jugadora de nuestro país en pisar territorio NBA), o la ciclista de mountain bike Marga Fullana (bronce en Sidney 2000 y cuádruple campeona del mundo) también ayudaron a que las chicas hablaran con algo más de fuerza en los medios.
Queda mucho trabajo por hacer, sobre todo el de dejar de mirarse el ombligo en prensa, radio y televisión. De nada sirve que la final olímpica del básquet femenino fuera la más seguida de la historia por la tele si luego los canales públicos sólo tienen hueco para la Liga Femenina en horarios intempestivos (los mini resúmenes de partidos quedaron en el baúl del olvido). De nada sirve que ensarten la final del ejercicio de gimnasia rítmica entre el partido de básquet de los chicos y luego te repitan hasta la saciedad las dos mangas que dieron la medalla de plata a las nuestras si durante cuatro largos años no tienen ni un segundo de audiencia en el ente que pagamos todos. De nada sirve que para saber qué ocurre en la halterofilia, el bádminton o el piragüismo en aguas bravas tengamos que recurrir a canales como Eurosport, mientras que en prensa escrita estos deportes ni están ni se les espera.
Ni las 21 mujeres (contando las seis de gimnasia rítmica y las doce del básquet) que llevan colgada una medalla en el pecho hace apenas unos días en Río de Janeiro ni las miles que logran éxitos ni los millones de ellas que practican deporte en este país no pueden ni deben ser silenciadas porque han demostrado que merecen el podio a diario. Si se quiere igualdad, dejar de ningunearlas puede ser un buen camino para conseguirlo.
Fotografías: Wikimedia Commons