«No existen hechos, solo interpretaciones»- Friedrich Nietzsche.
Plaza de Cajamarca, 16 de noviembre de 1532. Luego de un ceremonioso encuentro, dos hombres conversan; el Inca Atahualpa y el fraile dominico Vicente Valverde. El sacerdote sostiene una cruz y una Biblia, de repente la Biblia cae al suelo y ese hecho desencadenará el infierno en la tierra, la guerra estallará, Atahualpa será capturado, sus seguidores asesinados y América definirá un nuevo destino, brutal, diferente, radical, obscuro.
¿Qué pasó?, ¿qué fue lo que ocurrió con esa Biblia?
Tomaremos cuatro versiones de un mismo hecho, cada una marcada con su impronta cultural, cada una escrita desde un lugar distinto, cada una definida como verdad:
La primera de Francisco de Jerez que escribe desde su visión de español y funcionario de Pizarro; que es la del conquistador con su impronta de superioridad sobre los pueblos indígenas, indignado porque Atahualpa no se asombra ante la palabra escrita. Jerez nos cuenta lo que Valverde le refiere a Pizarro: «Yo soy sacerdote de Dios, y asimesmo vengo á enseriar á vosotros. Lo que yo enserio es lo que Dios nos habló, que está en este libro»[…] «Atabalipa dijo que le diese el libro para verle, y él se lo dio cerrado; y no acertando Atabalipa á abrirle, el religioso extendió el brazo para lo abrir, y Atabalipa con gran desdén le dio un golpe en el brazo, no queriendo que lo abriese; y porfiando él mesmo por abrirle, lo abrió; y no maravillándose de las letras ni del papel, como otros indios, lo arrojó cinco o seis pasos de sí. E á las palabras que el religioso había dicho por el faraute respondió con mucha soberbia».
Las versiones posteriores son de autores nativos, ninguno es testigo directo y cada uno tiene sus particularidades:
Titu Cusi Yupanqui, descendiente del jefe Inca, tiene una visión crítica de la superioridad española y plantea ofensas recíprocas. Nos cuenta los hechos sucedidos el día anterior cuando Atahualpa recibe a los españoles «Mi tío Atahualpa… los recibió [a los españoles] muy bien y dando de beber al uno de ellos con un vaso de oro de la bebida que nosotros usamos, el español recibiéndolo de su mano, lo derramó, de lo cual se enojó mucho mi tío»[…] «y después desto, aquellos dos españoles le mostraron al dicho mi tío una carta o libro o no sé que, diciendo que eso era la quillca (dibujo o inscripción) de Dios y del rey, e mi tío, como se sintió afrentado del derramar de la chicha, que ansí se llama nuestra bebida, tomó la carta o lo que era y arrojólo por ahí, diciendo: «¿Que se yo que me dais ahí?. ¡Anda, vete!» Titu Cusi nos relata un hecho de reciprocidad por parte de Atahualpa, la chicha era una bebida sagrada que loe españoles no habían respetado, en consecuencia nos dice que Atahualpa actúa con los conquistadores de la misma manera que ellos, no respetando su religión.
A continuación, el relato de Garcilaso de la Vega, mestizo, que escribe desde su creencia de inferioridad de la cultura indígena y plantea los hechos desde un desencuentro cultural en donde no hay reciprocidad entre una cultura y lengua superior (la española) sobre otra inferior (la indígena) y le atribuyendo la culpa a Felipillo, traductor indígena de 20 años que no logró por impericia propia y por falta de herramientas en la propia lengua comunicar los dichos trascendentes de los españoles, leamos a Garcilaso: «La mala interpretación que Felipillo hizo no fue por culpa suya ni del buen Fray Vicente de Valverde ni de los españoles, sino por falta del lenguaje indiano, es de saber que aún hoy, con haver más de ochenta años que se ganó aquel imperio (cuanto más entonces) no tiene en indio las palabras que ha menester para hablar en las cosas de nuestra santa religión»[…] «la torpeza de aquel intérprete, que fue así, al pie de la letra, y no fue culpa suya, sino ignorancia de todos; que aún en mis tiempos, con ser veintinueve años más adelante de los que vamos hablando, y con haver tratado los indios a los españoles y estar mis acostumbrados en oír la lengua castellana, rentan la misma torpeza y dificultad que Felipillo»[…] «Lo que pasó fue que Fray Vicente de Valverde se alborotó con la repentina grita que los indios dieron, y temió no le hiziecen algún mal, y se levantó a priessa del assiento en que estava sentado hablando con el Rey, y, al levantarse soltó la cruz que tenia en las manos, y se la cayó el libro que havia puesto en su regazo, y, alzándolo del sucio, se fue a los suyos, dándoles voces que no hiciesen mal a los indios, porque se havia aficionado a Atahualpa»[…] «Nosotros dijimos que cuando d Padre Fray Vicente llegó a hablar con el Inca, el Inca enormemente admiró la apariencia del fraile dominico»
El más entretenido, y probablemente el que menos se acerque a lo que realmente ocurrió, es el relato de Guaman Poma de Ayala, cercano al pensamiento de Yupanqui, cuestionador de la superioridad española y reivindicador de la oralidad incaica. Ayala escribe su crónica desde esa creencia de igualdad entre las dos culturas. Atahualpa está enojado con el fraile porque este proclama la superioridad de su Dios sobre los dioses Incas y desde ahí describe los hechos: «Y preguntó el dicho Irga a fray Vicente quién se lo había dicho. Responde fray Vicente que le auía dicho evangelio, el libro. Y dijo Atahualpa «Dámelo a mí el libro para que me lo diga». Y ancí se la dio y lo tomó en las manos, comensó a oxear las ojas del dicho libro. Y dize el dicho Inga: «¿Qué, cómo no me lo dize? ¡Ni me habla a mí el dicho libro! «Hablando con grande magestad, asentado en su trono, y lo echó el dicho libro de las manos el dicho Ynga Atagualpa».
Cada uno de ellos escribió desde un lugar; Jerez, conquistador; Garcilaso, familiar de Atahualpa pero formado en la cultura española a la que consideraba superior; Cusi Yupanqui desde su lugar de descendiente directo de Atahualpa y parte de la aristocracia Inca, y Guaman Poma desde su fuerte pertenencia incaica, convencido de los valores de su cultura. Nos dice Patricia Seed: “La esperanza general de los escritores europeos de que los pueblos analfabetos serían sometidos al enfrentarse con la escritura, surgió más probablemente de la propia experiencia europea. Contrariamente a la visión de Sepúlveda o aún Levi-Strauss, la posesión de alfabetización no distingue civilizados de bárbaros (o «primitivos» modernos) pero sí diferenció a las élites gobernantes europeas de sus campesinos analfabetos. La fascinación fue la respuesta que las élites europeas letradas esperaban de los pueblos analfabetos, bien al corriente de la creencia en la maravillosa supremacía de la escritura alfabética. Su transformación en manifestación simbólica de la hegemonía de las clases dominantes europeas, creó la expectativa de que «maravillarse» era la respuesta apropiada de aquellos socialmente inferiores. Entre estos, los nativos americanos, eran en el siglo XVI, simplemente los últimos.”
América en el momento de la conquista tenía alrededor de 80 millones de habitantes; Europa, 100 millones. Pasados unos 20 años esa población se redujo a alrededor de 15/20 millones de personas.
No es el objetivo de este ensayo hacer un estudio historiográfico, ni sociológico; tampoco tiene intenciones apologéticas. En realidad tienen dos objetivos, contar y contarme una historia que me gusta y recordar que el valor absoluto de la verdad no existe, pero eso ya es materia de otras líneas.