En la película Blue Chips (1994), Ganar de cualquier manera en España, Nick Nolte interpreta a Pete Bell, el entrenador de un equipo universitario venido a menos después de años de gloria. En el primer partido que aparece en la película, el entrenador rival es Rick Pitino as himself, el único técnico que ha llevado a la Final Four a tres universidades diferentes. Y en el último, el que decide el campeonato, el coach al que se enfrenta Bell/Nolte es un tipo que aparece en pantalla de camino a la cancha, saliendo de vestuarios precedido de tres o cuatro sombras: parece el presidente de los EEUU rodeado de sus guardaespaldas y asesores, salvo porque no lleva traje, sino una sudadera roja arremangada. Entonces, el narrador que retransmite el partido nos aclara: ese tipo es Bobby Knight, El General, interpretándose también a sí mismo, es decir, a uno de los entrenadores universitarios más legendarios y polémicos; además de ser el tipo que entrenaba a la selección de EEUU cuando España ganó en Los Ángeles´84 la primera de sus tres medallas de plata en unos Juegos Olímpicos. En las otras dos, 2008 en Pekín y 2012 en Londres, el entrenador de EEUU era Mike Krzyzewski, discípulo e íntimo amigo de Knight. Pero quedémonos por ahora en Los Ángeles. En 1984.
Aquel año en el que España consiguió su mayor triunfo hasta la fecha baloncestística, Joaquín Sabina jugaba a La ruleta rusa con las palabras y Siniestro Total advertía que Menos mal que nos queda Portugal, mientras, al otro lado del Atlántico, El Jefe le cantaba al mundo que él había nacido en USA. En los cines se estrenaron futuros clásicos como Terminator, Los cazafantasmas o Karate Kid. En la cosa política, un hombre chaparro de cabeza lampiña era reelegido tras la primera mayoría absoluta de CIU en Cataluña bajo el nombre de Jordi Pujol, al tiempo que Ruiz Mateos amenazaba a Miguel Boyer con el reparto lácteo. La Vuelta a España de aquel año la ganó el francés Eric Caritoux, el mayor triunfo de su carrera. Y en el terreno científico, la primera niña probeta había nacido apenas un mes antes de que la selección saltara a la pista del Forum de Los Ángeles donde Magic y el showtime hacían las delicias de los angelinos durante la temporada bajo la cercana mirada de Jack Nicholson y compañía.
En la competición española, aquel año el Madrid había ganado el título en la primera temporada de la era ACB, después de que el Barcelona no se presentara al tercer partido como protesta por la sanción impuesta a Mike Davis tras el segundo encuentro. Aquella temporada fue la primera en la que se admitieron dos extranjeros por plantilla (antes había que estar nacionalizado), y la primera en la que se instauró la prórroga y el sistema de playoffs por el título.
La final olímpica se jugó el 10 de agosto, madrugada en España. Los pupilos de Antonio Díaz Miguel habían disputado la primera fase del torneo olímpico encuadrados en el Grupo B, del que acabaron en segunda posición después de ganar a Canadá (83-82), Uruguay (107-90), Francia (97-82) y China (103-82). La derrota llegó con la selección de EEUU: 68-101. Formaban el team USA futuras estrellas de la NBA como Michael Jordan, Pat Ewing, Chris Mullin, Alvin Robertson y Sam Perkins. Jordan acababa de firmar su primer contrato profesional con los Bulls.
España llegaba a la final después de ganar contra todo pronóstico a Yugoslavia en semifinales. Los balcánicos, imbatidos hasta el momento, tenían a Petrovic y Dalipagic como estiletes ofensivos. Pero Drazen se quedó sin final olímpica (llegaría a jugar dos, en Seúl con Yugoslavia y en Barcelona con Croacia) en un partido que dio pie a que Los Nikis cantaran aquello de «Mira cómo gana la selección / España está aplastando a Yugoslavia / por 20 puntos arriba». Al final fueron trece, 74-61. Suficiente para enfrentarse de nuevo a EEUU por el oro.
Este fue el quinteto español en aquella final: Juan Antonio Corbalán, Epi, Josep María Margall, Andrés Jiménez y Fernando Romay. Esperaban turno en el banquillo Ignacio Solozábal y José Luis Llorente como bases suplentes, Juan Manuel López Iturriaga, José Manuel Beirán y Fernando Arcega como recambios perimetrales y Fernando Martín y Juan Domingo De la Cruz como segunda unidad interior. Y junto a ellos, el citado Díaz Miguel con sus gafas tintadas. El entrenador que más años ha dirigido a la selección española a pesar de que en un principio se pensó en él como técnico temporal, de esos que llamamos “de transición”; el escogido para sustituir a Pedro Ferrándiz era el estadounidense Ed Jucker, bicampeón de la NCAA, pero terminó firmando un contrato NBA dejando vía libre a Díaz Miguel para que alargara la transición hasta los veintisiete años al frente de la selección: cinco Juegos Olímpicos, otros tantos Mundiales y trece Europeos. Un mito que llevo al baloncesto español a otro nivel. El origen de lo que ahora somos.
La final de Los Ángeles comenzó con un tiro fallado por Perkins y un pase mágico por la espalda de Corbalán que no pudo llegar a su destino, pero que parecía advertir al rival: ojo, que también sabemos jugar a esto y hacerlo bonito, aunque nos vayáis a ganar de paliza. De Corbalán fueron los dos primeros puntos de la final, dos tiros libres ejecutados con aquel característico saltito sin llegar a despegar los pies del parqué. En los primeros minutos, tanto Corbalán como Solozábal se veían obligados a mantener el balón en sus manos durante mucho tiempo ante la incapacidad de sus compañeros para liberarse de los continuos cambios defensivos de los estadounidenses, que en ataque no tenían excesivos problemas para superar la zona planteada por Díaz Miguel, con el interminable Romay bajo canasta. 34-19 para los estadounidenses tras diez minutos de juego, veintitrés abajo España al final de la primera parte, con Epi como mejor hombre en ataque.
La segunda parte fue más de lo mismo. No hubo partido. España se dedicaba a disfrutar antes que a tratar de hacer frente a la inalcanzable selección estadounidense. El trabajo estaba hecho. Los minutos fueron transcurriendo mientras en España, de madrugada, la gente empezaba a cabecear en sus casas con la ventana abierta, para que corriera un poquito de aire fresco hasta el 96-65 final. El mismo aire que empezó a ventilar el baloncesto español a partir de aquella final. El mismo que empujó a finales de los noventa a la generación de oro que pondrá el punto y final a su trayectoria este año en Río de Janeiro. El mismo que nos ha llevado a conseguir dos medallas de plata en Pekín y Londres, éxitos impensables hasta hace no tanto, por mucho que los más jóvenes vean como algo normal que la selección española llegue competición tras competición hasta la final o las semifinales como mínimo. No siempre fue así. Hubo un tiempo, hasta aquella plata de Los Ángeles, en que poder jugar de tú a tú (o casi) contra EEUU, la ex Yugoslavia o la ex Unión Soviética no entraba en los sueños de nadie. Era simplemente una quimera.
Fotografía de FEnrique Suárez en Flickr (CC)