Mientras desciende, trotando suave por la senda, respira extasiada toda la pureza que alcanza a su alrededor. Los amaneceres pirenaicos, por los que siente debilidad, no son ya una excursión si no la rutina perfecta para comenzar el día. Las carreras matinales se extienden por las fronteras de los veranos de su infancia. Adentrándose en los bosques del valle de Arán deja atrás la vacuidad y el postureo noctámbulo de la Villa y Corte.En este enclave entre montañas ha logrado encontrarse a sí misma siempre que su brújula se desnortaba. La imagen, el artisteo, la proyección de poses aquí no tienen cabida, y eso la reconforta. Por ello, necesita regresar cada cierto tiempo, y reconectarse.La senda discurre hasta el fondo del valle. La humedad la abraza y penetra en ella como intenta que así ocurra con la esencia de sus personajes. Siente que se difumina entre las brumas del alba. Divaga. Transpira. Tropieza. Salta. Desde las entrañas grita un nombre para que se extinga como el eco. Cien metros más adelante, una montañera sexagenaria se cruza con ella y le dice: Señorita, el bosque ya siente tu dolor, no hacen falta bramidos.
Cada una sigue su camino, y el encuentro la invita a la reflexión. «En el monte, aflora la humanidad de las personas, hay comunicación entre congéneres, lo que se tiene se comparte. Esa mujer también debe haber llorado bajo estos árboles. Aquí, en este contexto, las personas son más auténticas.» En cambio, en esa farándula colindante con su trabajo ocurre todo lo contrario, es actriz. En eclosión artística, avanzando en registros, matices, gestos y, de forma irremisible, la cámara siente adoración por ella. Ana Rujas. La mirada que condensa el cielo de Madrid.
Mientras desciende, trotando suave por la senda, hoy, junto a su amiga Zahara, respira -qué remedio- la atmósfera de humo que los árboles del Retiro no logran revertir. Las ondulaciones del terreno la impulsan a subir el ritmo hasta que el corazón aturde sus tímpanos. La paz de las zancadas. Así le gusta denominar a esta sensación. Ese oasis mental, tras la fatiga, donde todo adquiere su contorno preciso. Ritual predilecto antes de una audición. El mejor modo que conoce para lograr un cierto éxtasis endógeno, antes de iniciar otro día de ensayos o estrenos, entrevistas y rodajes.
Se encuentra frente a esa Oportunidad que fue anhelo durante tanto tiempo, y no hay ni rastro de colapso, pues le invade aquella serenidad alcanzada mientras descendía, trotando suave por la senda.