Las guías de viajes casposillas y los catálogos del Corte Inglés coinciden en señalar que París es la capital del amor. En los mitos infantiles que se cuentan para evitar explicar cómo se hacen los niños, las cigüeñas despegan desde allí. Pasa más desapercibido el poso revolucionario de una ciudad que sería medalla en el ranking de urbes con más levantamientos populares. La capital francesa ha visto más cambios de régimen de los que se puede imaginar Errejón.
Se te está viniendo a la cabeza el asalto a la Bastilla. Y las guillotinas. El cine ha hecho mucho por eso, créeme. Las revoluciones no fueron televisadas, pero los matices hollywoodienses se aprecian. Esa fue la primera, aunque las orillas del Sena son propicias a las llamas revolucionarias. A veces en sentido literal, claro. Escojamos una al azar, por ejemplo en 1871, durante la conocida como Comuna de París, Le Commune.
La prensa oficialista de la época se encargó de exagerar el activismo de Les petrouluses. Había que alimentar el miedo a la bicha para endurecer el escarmiento. Puede que entre los más de 10.000 cadáveres que dejó la represión hubiera alguna persona incendiaria, por estadística. Si hoy se contabilizan las magnitudes de las protestas por los miles de daños de euros en mobiliario urbano, entonces hicieron el recuento con palacios y emblemas de las élites carbonizados.
Estas activistas, según dicen principalmente mujeres, para más escarnio del conservadurismo decimonónico, viendo que Le Commune colapsaba rodeada y asediada por el ejército prusiano y el francés, decidieron encender, petróleo mediante, los símbolos de la burguesía que les había traicionado. Cuando escampó el fusilamiento y los supervivientes estaban desterrados, al parlamento vencedor no se le ocurrió mejor homenaje que construir una basílica.
Por suscripción ‘popular’ -imagine quién pudo donar- se erigió el Sacre Coeur, por ver si expiaban aquellos pecados de urbanismo flamígero en el entonces barrio popular de Montmartre. Es uno de los pocos legados visibles en la ciudad que sirve como excusa para sacar el tema con tu cuñado de que allí hubo una gente que se rebeló.
Esta fama incendiaria adquirida en sus momentos finales, no eclipsa que Le Commune fuera un ensayo breve, apenas 60 días, de una democracia en movimiento. Por fin llegó la primera vez que participaban las mujeres en el voto. Lo primero que acordaron y emitieron fue un gigantesco “vuestras guerras (y sus indemnizaciones) no las pagamos”. Algo que sentó fatal tanto a los generales, franceses y prusianos, como a los banqueros, de muchos más lugares. Y ya se terminaron de mosquear con el tema de la autogestión de las fábricas, la instauración de guarderías y la abolición de alquileres e intereses de las deudas.
Desgraciadamente corta, ampliamente discutida, eternamente reinterpretada y asediada. Nos quejamos de que es difícil hacer política en el escenario crisis, ríete tú en el escenario ciudad rodeada de cañones. En el movimiento, en aquella experiencia parisina, convergieron una heterogeneidad tan amplía de visiones y estrategias como no se ha vuelto a ver, seguramente, hasta la entrada en escena de la toma de plazas.
La place du Republique no existía tal y como la conocemos en la época de la comuna. De hecho, la imponente estatua de mujer que se alza en el centro se levantó para conmemorar el régimen republicano que la aplastó. Acercarse una tarde en estos días de primavera es ser testigo de la enésima ocasión en que el pueblo parisino se intenta organizar para hacer otra política.
Desde la alegría, con el entusiasmo que da la cooperación y el encuentro con desconocidos, debout -en pie-, se está germinando un espacio, adaptado a sus circunstancias, de confluencia humana y política, si es que no es lo mismo. Louis Michel definió la noche que Le commune tomó el poder como la sublime explosión. En Place de Republique la explosión se baila, hay música, y eso que parece que nada han ganado.
Esto viene pasando desde el 31 de marzo. Un pequeño grupo de activistas en torno al colectivo Convergence des luttes decidieron quedarse la noche en la plaza. “Necesitábamos comunicar que no íbamos a volver a casa, que íbamos a seguir en pie, sin detener la protesta”, me comenta una activista que vivió el momento. A partir de ahí, en la plaza se dieron asambleas diarias, con una presencia intermitente pero perseverante, y se empezó a estructurar el aparente caos que son los 80 grupos y comisiones.
A esta gente les ha traído aquí su oposición a una nueva ley del trabajo, que como todas las reformas de esta época, promete bajar el paro sacrificando derechos y reduciendo salarios. Se han hecho más y se han vinculado entre sí protestando contra su aprobación. Además de ocupar la plaza como espacio de cooperación y foro permanente -paradójicamente discontinua, pues se desmonta cada noche-, esta gente ha ocupado en repetidas ocasiones las calles.
Las encuestas estiman que el 80 por ciento de la población está en contra de la denominada ley El Komhri, apellido de la ministra de trabajo, firmante en última instancia de la propuesta. En un país en el que viven 66 millones de personas, no es un número desdeñable ni un cabreo pequeño.
No es que toda esa gente haya estado a la vez en las calles, pero las convocatorias principales han sido masivas. Y casi todas han acabado con cargas y enfrentamientos entre manifestantes y policía. Si conociste Atenas gracias al streaming de manis, este paseo por París insertado en la cabeza de la mani del 14 de junio te va a gustar.
Si las nubes de gas te dejan, vas a ver cómo la policía usa cañones de agua, granadas aturdidoras, lacrimógenas, pero sobre todo hace gala de una saña sádica con la porra. Por el otro lado, se usan los clásicos adoquines de París, ampliando el arsenal con trapas puestas en los terrarios de los árboles, pólvora y muchos fuegos artificiales.
El repertorio de las acciones ha ido más allá de las grandes movilizaciones. Se han ocupado teatros, Carrefours, se han bloqueado vías de trenes; las huelgas han parado refinerías, centrales nucleares. La prensa deportiva señaló con gran indignación que los activistas bloquearon la exhibición del trofeo de la Eurocopa.
Parar esa ley es el obvio catalizador del movimiento, pero sería muy reduccionista señalar que es el único objetivo en una plaza en la que se habla de la esclavitud de la deuda, de los refugiados sirios y de ecología, por citar ejemplos dispares. En definitiva, están siguiendo el consejo de Antonio Machado: haced política o la harán contra vosotros.
Aunque suene extraño, porque París no está asediada, La Comunne y Nuit Debout comparten haberse desarrollado en estados de excepción. Operativo desde los atentados de noviembre, el despliegue está activo y presente. No es sólo el permanente dispositivo en torno a la plaza, son las agresiones, los registros sin orden judicial, las detenciones arbitrarias y hasta órdenes de alejamiento a periodistas de las manifestaciones como nuevas atribuciones de los poderes policiales. También lo es hurtar el debate y la votación parlamentaria vía decreto ley, aquí 49:3.
Naomi Klein, que para los economistas neoliberales es una mal pensada y una ceniza, sostiene la hipótesis de que el neoliberalismo aprovecha las crisis, los momentos de shock, para generar cambios sociales. Para descubrir el shock en el que estaba sumido París y tal vez Francia sólo hay que volver a Republique.
A los pies de la estatua imponente, alegórica de la tercera república francesa, junto con las pancartas y proclamas del movimiento Nuit Debout, yace todavía un collage de fotos, nombres y mensajes para los fallecidos de la Sala Bataclán y la revista Charlie Hebdo. Aquella matanza marcó la vida y el ánimo de los parisinos.
“Desde los atentados estábamos todos como con una oscuridad interior, como si el cielo estuviera más tapado. Se te contagia el miedo, la sensación de que todo está mal y no se va a ninguna parte”, explica Ioana, participante en Nuit Debout. “Para curar esa tristeza colectiva solo había una medicina posible y era esto”, sentencia.
Aunque París sea una ciudad marcadamente orientada al consumo y al turismo, recuperar un espacio politizado en pleno centro se antoja menos heroico que resistir el asedio de dos ejércitos. Pero en una sociedad con más relaciones virtuales que cara a cara, donde el individualismo y la competencia están arraigados, parecía imposible generar un espacio físico de cooperación y un punto de encuentro.
Cita Karl Marx que las personas que formaron la comuna se dieron cuenta que había llegado la hora de salvar la situación tomando en sus manos la dirección de los asuntos públicos: “Hemos comprendido que es deber imperioso y derecho indiscutible hacerse dueños de los propios destinos”, dijeron.
Para su desgracia, el primer asuntillo comunal a afrontar era el sí la guerra. La comuna tenía un espacio que defender, el espacio donde la comuna habitaba. Los enemigos ocupaban Versalles y eran plenamente visibles, la mayor parte del tiempo bayoneta en mano. La lucha, la confrontación, a veces era casa a casa, de barricada a pavimento. Y se daba en un escenario que ya había modificado su urbanismo precisamente para favorecer la represión de las revueltas.
Walter Benjamin, en su inconcluso libro de los pasajes, dedica todo un apartado a la haussmannización de París. La ciudad había conocido una serie de insurgencias entre el 1830 y el 1848, que el Segundo Imperio, en su plan de estabilidad para las élites, tenía que contener. El barón Haussmann fue un personaje destructivo-creativo, que desde su posición de prefecto con Napoleón III en la década de 1860 al 1870, no dudo en ‘embellecer’, renovar y modernizar la ribera del Sena. Con la excusa de la higiene y la ventilación de los barrios a su juicio insalubres, el barón diseñó toda una serie de bulevares y arterias que conectaban los cuarteles con los barrios revoltosos de aquel París. Esta fue la estrategia del poder para dificultar las barricadas, como expuso Friedrich Engels. Walter Benjamin se tomó la molestia de anotar que en el París de calles estrechas y caóticas de 1830 habían utilizado más de 8 millones de adoquines para montar unas cuatro mil barricadas. Y se preguntaba cuantas se necesitarían para bloquear ahora los bulevares y las cuadrículas.
Por cierto que aquel antecedente de concejal de urbanismo prototípico arrastraba unas ligeras sospechas de corrupción. Se le atribuye a la -imagino- despistada de su mujer una frase incriminatoria: “Es curioso, cada vez que compramos un inmueble, pasa por ahí un nuevo bulevar”. Pelotazos decimonónicos sí o no, lo cierto es que el único intento insurgente en el segundo imperio, junio de 1870, fue derrotado con facilidad en menos de dos días.
Eso no significa que no se hayan vuelto a ver revueltas. Las primeras televisadas, aún con imágenes en blanco y negro, son buenas. La lio parda aquel movimiento estudiantil que en el 68 empezó una oleada que paralizó el país a base de huelgas. Tuvo que ser un chute de color en aquellos televisores de la época. Sus lemas rompían esquemas bicolores y monotonía en un discurso hegemónico anclado en el Gaullismo y la melancolía por la grandieur perdida.
Es curioso el momento en el que la cosa se desborda. Se organiza en la Sorbona el viernes tres de mayo una concentración en solidaridad con estudiantes que serán condenados ese sábado. La policía los encierra allí y pacta con ellos que salgan, que ni cargarán ni detendrán. El comisario sólo cumplió lo primero y les dejó salir.
El lunes estalla la huelga en todos los centros educativos del país. El jueves es la noche de las barricadas, y el barrio latino arde literalmente. La televisión pasa las imágenes de la resistencia heroica de aquellos estudiantes -más de mil heridos, quinientos detenidos, unos doscientos coches incendiados- y son vistas con simpatía por los trabajadores desde su hogar. También en otros países.
Tanta simpatía que ese lunes se convoca una huelga general y se habla de la mayor concentración de gente desde la liberación en el 1945. La policía ni aparece. Lo que diez días atrás eran 3.000 estudiantes encerrados en una facultad, son más de un millón y medio en las calles de un París paralizado en ese lunes 13 de mayo. Sin internet ni redes sociales.
Si los estudiantes de aquella Sorbona llevaron el color al blanco y negro, la experiencia Nuit Debout lleva la organización en red al soporte analógico. Para el activista de ATTAC Frédéric Lemaire, el germen del movimiento fue la apropiación por parte de la gente de las campañas llamando a la movilización planteadas por los sindicatos. “Más de un millón de personas firmaron en pocos días en internet contra esta ley y muchísima gente empezó a elaborar sus propios memes y vídeos llamando a la protesta”.
Esto se aprecia también en la potencia comunicativa del movimiento. La batalla por la opinión pública se está desarrollando también en las redes sociales, sustrayendo el relato a los medios corporativos. El foco mediático se posa en los destrozos que ocasionan las manifestaciones y el gobierno, que tiene el as en la manga del estado de excepción, no descarta declarar ilegales las protestas.
Dice Eric Hazan que París no ha cambiado en dos siglos. Que sigue siendo el “gran campo de batalla de la guerra ente aristócratas y sans-culottes, poco importa los nombres que les podamos dar hoy”. En su ensayo París en tensión, este cirujano con madre palestina y padre israelí disecciona con maestría cómo las autoridades públicas parisinas han seguido aquella filosofía de marcar el primer gol con el urbanismo. Y también reflexiona sobre la violencia espacial que ejerce esta planificación en los habitantes. Enlaza la historia hasta llegar a la conocida como revuelta de les banlieus. Espacio donde aspira a arraigar en algún momento la oleada Nuit Debout.
El 76 de marzo en la plaza, 15 de mayo en el resto del mundo, la plaza registra una asistencia espectacular. Se le canta el cumpleaños feliz al 15-M. Desde la megafonía de la asamblea general se pide que todo el mundo se siente. Como si fuera la ola en un estadio de fútbol, a una señal, la gente empieza a levantarse y estalla en gritos de alegría y aplausos. En los ojos de los participantes se nota la ilusión de estar haciendo algo grande y se puede leer aquel microrrelato de Jean Cocteau: “Lo consiguieron porque no sabían que era imposible”.
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