En una de esas mañanas pegajosas por la falta de sueño, me encontraba subido en el metro de camino a mi trabajo. Hasta aquí seguía mi ritual con la hora punta y todo funcionaba según el tedioso bucle al que estaba acostumbrado: la gente corría para no perder el tren, los tornos no leían tarjetas, los viajeros bostezaban con los cascos puestos, algunas mochilas molestaban en la cara y, como siempre, algunos ojeaban el típico periódico gratuito que por la tarde ya estará grasiento. Decidí coger uno de éstos para leer, sin interés, noticias de corrupción y prostitución política. La verdad es que no les suelo prestar mucha atención porque dedican su espacio a la publicidad y, en el poco que les queda, ofrecen una información escasa y sesgada, normalmente encabezada por un gran titular subjetivo que se come la noticia. No ofrecen perspectiva ninguna, pero sin embargo, entretienen.
Así pasé un rato hasta que detuve la mirada sobre una página completa donde se leía: “Quien maneja tu vida eres tú. Euromillones, la libertad es el premio. Bote especial de 100 millones”. No daba crédito. En un anuncio a todo color, Loterías y Apuestas del Estado mostraba una mano gigante sujetando a un surfista a modo de marioneta en medio de una playa paradisiaca. Me quedé impactado mientras mi cerebro ahondaba más allá de la superficialidad del mensaje. Y pasé a la indignación. Lo que estaba sosteniendo era un reconocimiento en toda regla de la semi-condición de esclavitud institucionalizada en la que vivimos. Loterías del Estado venía a decirnos que la libertad individual ¡era un privilegio para unos pocos! Y no contentos con eso la cifraban en 100 millones de euros. Calderilla, casi nada. Lo que más me inquietaba, además, era la mano de la que pendía el surfista. Si él ya era libre porque se presupone que ya era millonario, ¿acaso ganar millones es otro trampantojo?, ¿quién es la mano?
El anuncio me daba mucho asco. No solo porque nos dicen con tono jocoso que todo en esta vida tiene un precio, incluso nuestros derechos, sino que asienten sin pudor que nuestra existencia es una estafa piramidal de la que desconocemos su finalidad. Al final, es un alegato al sometimiento a un sistema de trabajo que nos condena a ser lo suficientemente pobres como para no ser libres y, si esto no funciona, ya sabemos que se tira de impuestos y recortes. Lo importante es hacernos creer que el “trabajo os hará libres”, como escribían los nazis en las entradas de los campos de concentración. La novedosa noticia que nos trae Loterías es que ahora conocemos su millonario coste.
En la antigua Roma los esclavos sólo necesitaban el permiso de su Señor para convertirse en Libertos, hombres libres, pero parece ser que en nuestra sociedad del siglo XXI se necesitan 100 millones de euros.
Que cada uno saque sus conclusiones.