Cuando aprieta el calor, los altos cargos del Partido Popular son de quitarse la corbata y arremangarse esas camisas color salmón que tan bien combinan con el rojigualda de las pulseritas que exhiben en la muñeca como buenos patriotas. Vestidos de esa guisa “informal” se suben a la sierra de Guadarrama, que José Mari (Aznar) organiza el campus de verano de la FAES, un tanque de pensamiento neoliberal que aboga por la privatización del aire pero al que no le importa, en cambio, ingresar elevadas subvenciones públicas año tras año. Desde 2003 se han embolsado 30 millones de euros.
Vestidos de sport, líderes y lideresas lanzan arengas para educar a sus cachorros. Como hit del verano 2014 han aparecido en sus discursos esos partidos “antisistema” que pretenden llegar a las instituciones para esclarecer de una vez qué pasó con Bárcenas, qué pasó con Gürtel, qué ha pasado en tantos y tantos ayuntamientos populares destrozados por la mordida de un PP donde la corrupción encaja tan bien que se ha extendido como una mancha de petróleo sobre el mar. Viendo que para las próximas municipales no les bastará con visitar mercados y besar niños para sacar mayoría absoluta, el PP recuerda a estos intrusos que si hace falta se cambiará la ley “para que en los ayuntamientos gobierne la lista más votada aunque no saque mayoría absoluta”. Según el PP, los gobiernos en coalición no son democráticos, algo que poco importaba cuando Aznar necesitó de Coalición Canaria, CDS, PNV, CiU o de tránsfugas del PSOE para conseguir que su partido llegara y se asentara en el poder.Da igual. Apoyados por un periodismo de declaraciones, la palabra siempre tapará al hecho. Por eso Soraya Sáenz de Santamaría, vicepresidenta del Gobierno, puede permitirse el lujo de cargar contra todos los que consideran que la alta política española es una casta que abusa de sus privilegios. “Soy una persona normal. Yo también hago la compra y muchas veces me como el sandwich en el despacho”.
Aquello debió resultar grandioso para la engominada audiencia, gente de orden y bien, empresarios creadores de riqueza –para su bolsillo, claro– que tienen muy claro que la crisis no se debe a la evasión sistemática de impuestos ni tampoco al desfalco de las arcas públicas ni, por supuesto, a la especulación inmobilaria. La crisis se debe únicamente a que los trabajadores cobran mucho. Y, encima, les gusta dormir la siesta, alargar las pausas del café y leerse el convenio colectivo. Una tropa de desagradecidos que ni siquiera elogian la normalidad de Santamaría, esa curranta que, como el pueblo, baja al súper a llenar el carro. ¿Pero cómo se lo van a creer? Allí arriba el suelo les queda cada vez más lejos y no quieren ver que 6 millones de españoles ya ni recuerdan lo que era comerse el bocata en la oficina o en la obra al estar de ‘vacaciones’ en la cola del paro. Para los que suman más de 24 meses desempleados visitar el supermercado empieza a ser una actividad no programada en sus vidas. Esa sí es, desgraciadamente, la gente normal.