Coge el metro, sube. Agarra el móvil: la textura es fría, plana y resbaladiza, no huele a nada. Compruebo si tengo mensajes, miro el correo y subo una foto a Instagram que acabo de hacer. Y sorprendida, aún, por la inmediatez de la vida que nos rodea, la rapidez del vivir contemporáneo, la obsolescencia de los objetos, la despersonalización, la masificación… Me pregunto mientras miro a los pasajeros del vagón, si queda un sitio para los amantes del papel impreso, del olor a tinta, de tomarse el tiempo, un sitio para los nostálgicos.
Y llego, al fin, al Studio Baxton. Anclado en una antigua y recogida plaza del centro de Bruselas, este mágico lugar funciona como una burbuja del tiempo. Hace casi dos años Silvano Magnone, Nicolas Lambert y Vincent Bouchendhomme fundaron el estudio, galería y tienda de fotografía Baxton. Este joven proyecto adolece de un anacronismo peculiar ya que pone al día una de las técnicas fotográficas más antiguas, la del colodión húmedo, concebida hacia 1850. Hoy, Nicolas y yo vamos a hacer una fotografía usando los mismos procedimientos que en siglo XIX. Para ello, primero preparamos la placa de vidrio, fina y frágil, que hay que manipular con sumo cuidado mientras se lijan los laterales, y tomarse el tiempo de desengrasar bien la superficie a la que luego le aplicamos el blanco de España, para después volver a frotar hasta que quede impoluta. Cualquier resto de grasa o de otro compuesto podría reaccionar con el colodión o interferir en la fotografía.
Por fin en el laboratorio, te sientes en la guarida de un alquimista, rodeado de paredes negras, frascos que centellean discretamente esperando a ser usados. Todo parece estar dotado de ese halo de misterio, o de magia, polarizado entre la luz y la oscuridad, lo desvelado y lo que está por desvelar. Ver cómo el colodión se desliza por la superficie del cristal es un regalo para la vista, pero poder sentir el olor del éter no tiene comparación.
Acto seguido, apagamos las luces, se enciende la luz roja y abrimos la caja de madera con la batea de nitrato de plata donde colocamos la placa de vidrio durante tres minutos a fin de hacerla sensible a la luz. El colodión es una técnica húmeda ya que hay que tomar la fotografía en los diez minutos siguientes de haber sensibilizado la placa. Introducimos el vidrio humectado en el chasis de la cámara, y nos dirigimos hacia el estudio.
La cámara, una Narita de finales del XIX que encontraron en perfecto estado en un granero, espera como siempre paciente. Fabricada hace más de un siglo pieza por pieza y a mano, esta maravilla no ha necesitado ninguna reparación. Ahora que estoy sentada frente a ella, me distraigo con el veteado de la madera y los delicados brillos de la pátina que contrastan con los pocos detalles en latón. Su presencia es robusta, con la talla de un hombre y un diseño puramente funcional, parece observarte humildemente. Cuántos rostros habrá visto reflejados en sus lentes este artilugio perenne, esta cámara inamovible que ve el tiempo pasar indefinidamente y las cosas desvanecerse.
Tomada la foto, vamos al laboratorio de inmediato para revelarla. Rápidamente y como por arte de magia, sobre el cristal se dibujan los trazos de la fotografía. Ahí está el resultado de todo un proceso laborioso y manual, que tiene un espacio y tiempo sólidos, unos olores, unas texturas… Aquí está, una fracción de tiempo congelada en un frágil vidrio.
Salgo a la calle, el sol se pone en una tarde de otoño. Quizás sí queden sitios para los nostálgicos, para las texturas, los olores… Todavía tengo tiempo, hoy volveré a casa dando un paseo.
Fotografías: Studio Baxton