Fotografías: Wikimedia Commons
No, no se lleven a engaño. El titular no trata de la famosa y animosa afición del club estudiantil. Más bien lo contrario. El ruido llega porque en la entidad madrileña se ha perdido el oremus y (casi) su plaza en la ACB. El Estudiantes ha caído en la demencia más absoluta y ya no recuerda, ni por asomo, de dónde viene y mucho menos, hacia dónde va. Por eso, por segunda vez en 68 años de historia (60 de ellos en la máxima categoría del básquet patrio) perdería su plaza en la élite. Antes, en 2012, también bajó deportivamente, pero logró salvarse del infierno en los despachos (como puede ocurrir ahora si los equipos que asciendan de LEB Oro no disponen del frac y la chequera del tío Gilito, requisitos indispensables para entrar en la ACB canon millonario mediante). Ahora, si Palencia (campeón de LEB Oro), Melilla o Huesca (que se juegan la otra plaza de ascenso porque Ourense ya la tiene) no pagan los siete millones de euros que vale un curso en la ACB, Estudiantes podrá seguir conservando su pupitre, pero sin haber hecho los deberes, sólo por exigencias de cupo. Si no, el suspenso hará que la mesa cambie de clase y tocará seguir hincando codos en otra más incómoda.
Los valores por los que el fundador del Estu, Antonio Magariños, luchó en sus inicios se han derrumbado en las últimas cinco temporadas. El jefe de estudios del instituto Ramiro de Maeztu quería un equipo que se identificara por sus jugadores de casa, por la pasión que derrochaban por el deporte de la canasta y por la formación integral de sus deportistas. De aquello, poco o nada queda en la actualidad. No sólo habría que mirar la presente campaña 2015/2016 sino las cuatro últimas para darse cuenta de cuáles son los males del club estudiantil. Más de 40 jugadores y cuatro entrenadores han vestido la elástica colegial. Dato estremecedor teniendo en cuenta que, históricamente, el Estudiantes ha sido un equipo con vocación de continuidad tanto en la pista como en el banquillo. Pero más preocupante es el aspecto económico. La entidad madrileña pasó de ser el quinto presupuesto de la competición a mediados de los noventa con 500 millones de pesetas a tener ahora una delicadísima situación financiera. Incluso hace cinco años circuló el bulo de que un jeque árabe quería comprar el 95 por ciento de las acciones del club. Por ahí vienen muchos males. La venta de jugadores de la casa ha sido tradición en Estudiantes. Gracias a que vendieron a jugadores como Alberto Herreros, Orenga, los hermanos Reyes, Sergio Rodríguez o Carlos Suárez, las arcas respiraron aliviadas; ahora poner a la venta a los mejores canteranos no es posible: la factoría ha dejado de fabricar joyas como aquellas y se ha cerrado una importante vía de ingresos.
Cuando se le ha preguntado a ex jugadores o ex entrenadores qué hacer para que el Estu vuelva a ser lo que fue nadie tiene una respuesta clara, pero eso sí, todos se echan las manos a la cabeza cuando analizan la temporada que les ha llevado al descenso. Los dirigentes deberían tirar de hemeroteca para recordar quiénes fueron y por qué en su día esta entidad era la envidia del deporte español. Quizá se pudiera enderezar algo el rumbo si algún dirigente intentara jugarse su último cartucho apostando por la continuidad. Plantillas que la Demencia cantaba al dedillo hubo algunas desde principios de los noventa hasta bien iniciado el siglo XXI. Sin ir más lejos la de 1992 que se proclamó campeona de Copa ante el CAI Zaragoza y jugó la Final Four de Estambul en la que cayó en semifinales ante el Joventut de Badalona: Pablo Martínez, Juan Aísa, los mencionados Orenga, Herreros y Alfonso Reyes (fijos en la selección nacional), Rickie Winslow, Nacho Azofra, Pedro Rodríguez y César Arranz. Un equipo inolvidable dirigido por El Cura, el apodo por el que conocían en la grada a Miguel Ángel Martín. Los lectores que mejor recuerden aquella época habrán echado a faltar al estandarte de aquel equipo en esta relación de baloncestistas. El encargado de sostener aquella plantilla era un estadounidense blanco, con pinta de leñador de Connecticut, bajito para jugar de pívot (202 centímetros), pero uno de los más inteligentes que ha pisado un parqué en España: John Pinone.
El yanqui demostró una implicación máxima con el club, a pesar de ser foráneo. Fue un americano atípico que se granjeó la simpatía no sólo de los suyos sino de sus rivales. Pinoso, como le llamaba la Demencia cariñosamente (en su universidad estadounidense, Vilanova, se le conocía como Bear –oso–) era el jefe tanto en la pista como en el vestuario y facilitó la adaptación a otros jugadores que cruzaron el charco por primera vez y llegaron para quedarse varias campañas, como Winslow (recordado por ser el ganador del concurso de mates en Logroño en 1990. Antes, en el 86, le abrió el camino el también estudiantil David Russell, ganador del primer concurso de mates que se celebró en España, concretamente en Don Benito). De la mano de estos dos extranjeros, más los nacionales ya citados, los del Ramiro empezaron a hablarle de tú a los transatlánticos de la Liga, Real Madrid y Barça. Precisamente ante el bloque de Concha Espina, Pinone firmó su mejor actuación en el Palacio de los Deportes. Fue el 28 de marzo de 1987, cuando el play off todavía se disputaba a tres partidos. El primero de ellos lo ganó el plantel merengue. Según recuerda el ex jugador Abel Amón, los americanos del Estu tenían sacado el billete de vuelta a casa para el día siguiente al segundo partido, ya que no albergaban esperanzas de ganarlo. El conjunto blanco, que ya no tenía a Fernando Martín (criado en el Ramiro, traspasado al Madrid y fichado después por Portland) pero sí contaba con un campeón de la NBA como Larry Spriggs, sucumbió a los 38 puntos de Pinoso en 55 minutos de partido (tres prórrogas incluidas). Si la dirección deportiva de Estudiantes se hubiera acordado del ejemplo de Pinone para encajar mejor a los jugadores foráneos que han llegado a la casa del básquet madrileño en estos últimos años, quizás otro gallo le hubiera cantado al equipo en la pista.
A años luz del rendimiento actual encontramos a otro plantel para el recuerdo de la hinchada estudiantil: el que se proclamó campeón de Copa del Rey en el año 2000. Diez jugadores formados en la casa, muchos de ellos ya presentes en las gestas del 92, pero con la madurez deportiva quienes se acercan a la treintena. Ahí estaban los capitanes Azofra y Alfonso Reyes –y su hermano Felipe, un jovencito de 20 primaveras, la nueva esperanza del club–, o el mejor defensor de la ACB, un Carlos Jiménez, que crecía exponencialmente temporada a temporada y ya era un fijo en la selección. No faltaban los Aísa o Arranz, bien acompañados por otros canteranos como Pedro Robles, Asier García, Gonzalo Martínez o Luis Muñoz. Con el aporte decisivo de los extranjeros Chandler Thompson y Shaun Vandiver aquel equipo volvió a despertar el sentimiento colegial. Ya les dirigía el que a posteriori sería seleccionador del equipo nacional que se proclamó campeón del Mundo en Japón durante el verano de 2006, el inolvidable Pepu Hernández.
Un año antes, Pepu se hizo cargo del banquillo estudiantil, después de que Miguel Ángel Martín aceptara la jugosa oferta de entrenar al Real Madrid (habitual comprador en el escaparate del Ramiro como sucedió con Fernando Martín, José Miguel Antúnez, Juan Antonio Orenga, Alberto Herreros o los hermanos Reyes, entre otros). Ese mismo año, 1999, el Estu logró el subcampeonato de la Copa Korac tras caer ante el Barcelona por 97-70. Llegó la Copa del Rey del año 2000 en Vitoria y a las primeras de cambio, los de Madrid dejaron en la cuneta al anfitrión, el Tau, al que ganaron por 65-79. Elmer Bennet, el motor de los vitorianos, fue maniatado por Martínez y Azofra, a la vez que los hermanos Reyes secaron, literalmente a Fabricio Oberto, que acabó con cero puntos. Posteriormente, en semifinales, los de Pepu borraron de la pista al Caja San Fernando (80-65), con un inconmensurable Chandler Thompson (27 puntos y cinco de siete en triples). Y llegó la final ante el Pamesa. Ahí no se podía dudar. Alfonso Reyes lo sabía bien. El mayor de la saga tiró de efectividad y testiculina para guiar a los suyos a lo más alto del podio. 26 puntos y una colosal actuación en defensa condujeron a ese colectivo a lograr el último título cosechado hasta la fecha por Estudiantes.
Históricamente, la continuidad en los banquillos ha dado buenos réditos al Estudiantes. Hubo paciencia con Miguel Ángel Martín, también tuvo terreno por delante Txus Vidorreta y al citado Pepu solo lo alejó del Ramiro la llamada de la Federación Española, después de haber dejado al club en la final de la ACB de 2004, perdida ante el todopoderoso Barça de Svetislav Pesic y Dejan Bodiroga. A él no le hizo falta explicar a sus pupilos qué era jugar para los del Ramiro porque estudió en aquel centro, se puso la camiseta colegial siendo niño y mamó la esencia de la entidad a lo largo de toda su juventud. Incluso, Pepu formó parte de la peña Que Trabaje Rita. Ese colectivo de hinchas estaba dividido en dos facciones: QTRC (Que Trabaje Rita la Cantaora, a la que pertenecía el entrenador madrileño) y QTRB (Que Trabaje Rita la Bailaora) y posteriormente se transformaría en la Demencia.
¿Se puede entender a Estudiantes sin su hinchada? No. La Demencia es el otro pilar fundamental sobre el que se ha sustentado el club. Los dementes han acompañado a su equipo por la mayoría de canchas del país y allá donde iban ganaban amigos (salvo en la casa del vecino, donde no se podían ni ver con los supporters del Real Madrid). Europa entera les conoció en la Final Four de Estambul, donde volvieron a sentar cátedra sobre cómo animar a los suyos a pesar de caer a las primeras de cambio. También dejaron huella en cada una de las ediciones de Copa del Rey en las que se coló la primera plantilla. Ahí siempre encontraban aliados, como ocurrió en la edición de 2005 en Zaragoza. El Real Madrid jugó la final frente al Unicaja y malagueños y estudiantiles se dejaron la garganta para que los de la Costa del Sol alzaran el título copero. ¿Por qué? Porque el equipo madridista eliminó a su vecino en cuartos de final, dándole una razón más a la Demencia para aumentar la enconada enemistad que entrelaza a los dos equipos. Otra cosa de la que puede presumir la Demencia es de exhibir bufandas de prácticamente todos los equipos de ACB. Los bares de las diferentes sedes de la Copa eran lugares gratos para compartir cervezas y vivencias con aficiones de otros clubes, así como para intercambiar objetos –habitualmente, bufandas. Ahora, ya sea en ACB o en LEB Oro, seguro que los dementes seguirán al lado de los suyos como hicieron en el último partido de Liga de esta campaña cuando descendieron en San Sebastián.
Pepu debería tener una estatua en la entrada del Ramiro. Debería ser el modelo en que se mirara el club a diario para encontrar de una vez el norte extraviado. Aun así, como dato curioso, cabe destacar que su padre (que falleció la noche antes de la final del Mundial de Japón en 2006) estuvo pagando a su hijo el carnet de socio del Real Madrid durante 40 años, intentando sin éxito que Pepu renunciara a su fe estudiantil. Y precisamente a él le preguntaron sus directivos si aceptaría que Estudiantes fichara a Michael Jordan, a lo que respondió afirmativamente sin pestañear. “Cupo esa posibilidad, no fue un bulo, pero se produjo porque Jordan quería venir a jugar al golf a Europa y, a lo mejor, a entrenar o jugar algún partido con nosotros”. El Estudiantes siempre fue un soñador obligado a reinventarse. Quizás ahora no le quede más opción que reinventar su pasado para vivir el futuro con la dignidad que siempre acompañó al club más especial del baloncesto español.