La corona de España pasa por sus peores momentos. Nunca había tenido tan poca popularidad; y es que entre los casos de corrupción que se han dado en la familia real, la caza de elefantes con su consiguiente rotura de cadera en pleno goteo de suicidios por los desahucios, la crisis económica, política y social; además de dolor de cabeza que le debe de dar las ansias soberanistas de Catalunya y verla que se va, han mermado por completo la imagen del Rey. Por otra parte, la transición, engaño o no, ya va quedando lejos y la figura de héroe ya se ha ido difuminando.
Pero por encima de todas estas cosas, el Rey abdica por el reflejo de la coleta de Pablo Iglesias. La coleta mecánica ha asustado al Rey igual que le asustó la reacción por la cacería de elefantes y, en un acto sin precedentes, pidió perdón. El Rey es experto en perpetuarse en el poder, ya lo consiguió gracias a la Transición y, ahora, después de los cinco escaños de Podemos, ve que la coleta republicana viene con fuerza y que posiblemente en el próximo Parlamento, intuyendo a muchos más republicanos, no le será nada fácil que su hijo, Felipe, acceda al trono. El Rey lo sabe. El reflejo de la coleta se lo ha avisado, aunque diga que tenía la decisión tomada desde enero.
No ha tardado ni una semana en jugar sus cartas para que su familia pueda perpetuarse en el poder. Apenas ha pasado un día cuando después de preguntarle a Pablo Iglesias sobre Felipe, respondió que sí quería ser jefe del Estado se presentase a unas elecciones. El Rey ya ha jugado sus cartas, para que eso no pase, para abdicar ahora en un parlamento bipartidista, monárquico en su mayoría, y fiel al status quo. O quizás sólo esperaba superar en años a Franco en la jefatura del Estado. Quizás sólo es el alumno que ya ha superado al maestro.