Así lo advirtió la profecía: “Llegará un enviado para tallar un nuevo prisma con que mirar hacia las montañas”. El portador de una nueva perspectiva para atacar cimas y retos. Un ser humano extraordinario, por su humanidad y sus cualidades sobrehumanas. Un prodigio fisiológico como envoltura de un espíritu que habita en los lindes de la pureza. El atleta alpino más dotado de cuantos transitan por los montes de todo el planeta. El emisario de los bosques. El mensajero de las nieves. El contador de lagos. Kilian Jornet.
Las gestas de este hombre datan de su más tierna infancia, tal vez, tan sólo los niños nepalíes habrían podido emular los logros que Kilian, en familia, llevó a término, a principios de los noventa. Después, en el cambio de siglo, vinieron los inviernos de alto rendimiento, el esquí de montaña como credo, una rodilla que renace de sus cenizas, los campeonatos y las marcas, pero, por sobre todo, la simbiosis con los desniveles de la naturaleza… hasta volatilizar los pronósticos en su primera tournée al Mont Blanc.
Aquella carrera supuso un punto de inflexión –en las enciclopedias de montaña así quedará reflejado, a buen seguro–. El asalto exultante de un joven a la cita por antonomasia de las carreras de montaña. La endogamia del valle de Chamonix sacudida hasta los cimientos. La consecución de récords. La lista con todos los retos soñados en la que no queda uno sólo por tachar. La necesidad de nuevas metas. La insuficiencia de las carreras y la competición para llenar su alma. Porque Kilian no corre, simplemente, para ganar. Kilian es el murmullo suave al pisar la hojarasca. Kilian es la escorrentía que se desliza imperceptible. Kilian es el ulular del búho en la noche. Kilian es el musgo. Kilian es cuarzo, feldespato y mica. Kilian obtiene energía de todo ello cuando sus rivales fenecen en su balance de oxigenación. Kilian es paz. Kilian es impulso por vivir. Kilian transmite la esencia de las cumbres y los valles. El homínido más rápido en las alturas. Un bípedo, humilde y cercano, en el Olimpo de los Montes.
Del mismo modo que ocurre, en materia de rimas en lengua de Cervantes, con Javier Ibarra, sucede también con Kilian Jornet. El aplauso, la admiración y la reverencia son unánimes, no se cuestiona la supremacía sobre el resto. Están en otro estadio, acariciados por el aliento de las deidades.
Quizá frisaría los límites mutantes para formar parte de la escuela del profesor Xavier si no fuera por que se ha mostrado humano en aquella Western States o en sendas de la Transvulcania. Apenas algún vacío entre las muescas del madero donde graba sus triunfos. Todo lo cual lo hace más terrenal, aun siendo fuera de serie. Sin vanagloriarse y sin presunción, tan sólo busca seguir indagando en los límites de su propio ser. En el status en que se halla, casi que ya no compite ni contra sí mismo. Trasciende más allá. La competición queda en un segundo o tercer plano. Lo que de veras importante es el desafío a la inmensidad. La nimiedad de la escala humana en contraposición a la magnificencia de las montañas. El hombre en busca de lo inalcanzable.
Desde aquel refugio de Cap del Rec, a dos mil metros sobre el nivel del mar, el clan Jornet Burgada, forjó una suerte de acero valyrio en las fibras de sus vástagos. El niño y la niña acometían como juegos lo que resultaba imposible para otros infantes. Ascensiones y travesías que resultan verdaderas gestas siendo tan menudos, además, vividas con absoluta naturalidad. Los cuentos bajo la luz de la Vía Láctea. El abrazo a la oscuridad como amiga, consustancial a la noche. Las idas y venidas a la escuela, sobre esquís o pedales. Naila y Kilian, parecen sacados del cuento que un viajero les contara a sus padres en una noche de refugio.
El hermano que se convierte en héroe pirenaico, con la pintura como manantial de colores y formas por el que derramarse de todo lo contemplado en los glaciares y en los prados. Infinito abanico de experiencias que le han ayudado a convertir su cuerpo en un ente orgánico idóneo para llevar a cabo toda suerte de aventuras alrededor del mundo a fin de hollar con la mayor celeridad posible los techos de cada continente. Summits of my life, o un proyecto que resulta casi tan difícil de imaginar como a los coetáneos de Verne las maravillas del Nautilus.
Cuando el día mañana se revise la historia del alpinismo entre Lionel Terray, Reinhold Messner o Ueli Steck también aparecerá Kilian Jornet. Por las proezas. Por la divulgación del amor hacia las formaciones geológicas que acarician las nubes. Por llevar a nuevos estadios la práctica de alcanzar cimas. Por los cambios que generan sus hazañas. Por demostrar que los límites están para llevarnos al esfuerzo de intentar sobrepasarlos. Por hacer realidad la profecía: “Llegará un enviado para tallar un nuevo prisma con que mirar hacia las montañas”.