Risto Mejide entrevistó a Camacho, entrenador de fútbol y antiguo seleccionador nacional. En un momento dado Risto le dijo que por estadística era imposible que en España no hubiese ningún jugador homosexual. Camacho, raudo y veloz, contestó que no, que el nunca había conocido a ninguno. Que en las décadas que ha estado en el mundo del fútbol, nunca ha conocido a ninguno; y que ni siquiera vio algún atisbo o indicio que le hiciera sospechar que alguien era homosexual. Sólo le faltaba afirmar categóricamente que no existían en el mundo del fútbol, igual que al preguntarle por la homosexualidad en Irán a Ahmanideyad, el antiguo presidente del país.
La revista Zero consiguió sacar del armario y poner en su portada a un militar y a un cura, pero nunca a un jugador de fútbol. Con este ejemplo ya se puede intuir cómo de zafio y retrógrado puede llegar a ser el mundo del fútbol, menos tolerante con la homosexualidad que la propia iglesia o el ejército. Y es que el fútbol es un deporte de taberneros y cavernícolas, de esos que mascaban tabaco y escupían en la escupideras en el antiguo Oeste americano. Hombres ricos y metrosexuales, pero con resquicios de vaqueros cuando escupen todo el rato en el césped, se tocan sus partes delante de todo el mundo, como aquel que se rasca el culo después de levantarse, y se suenan los mocos, que van a parar al césped también.
Tengo a dos amigos que de jóvenes se tocaban sus partes en público y se besaban en ambientes de fiesta y alcohol en la sangre. Decían que están tan convencidos de que no eran homosexuales y que ninguno excitaba al otro, que se podían tocar y besarse en broma con total normalidad. Y creo que ahí radica el problema. El problema que ven es que el otro disfrute o sienta algo; porque en el fútbol se celebran muchos goles y trofeos con besos en la boca, palmaditas y mordiscos en el culo o incluso apretones genitales. ¿Lo celebrarían igual si supiesen que su compañero es homosexual? Juraría que no. Recordemos las palabras de Rakitic: «No quiero a homosexuales en el vestuario» Y veamos la foto del croata celebrando la última Europa League ganada con el Sevilla.
El deporte rey ha quedado anclado en el pasado, inmerso en una burbuja varonil y rancia. Tan rancia, que cuando se supo por los medios que Pep Guardiola leía poesía de Miquel Martí i Pol se comenzó a decir que era homosexual. «¿Un futbolista leyendo poesía? ¡Este es marica!» Imaginad cómo va la cosa, también, que se le llamaba intelectual por leer poesía. Me recuerda al chiste ese de «para un rey que sabe leer y le llaman Alfonso X, El Sabio«. Desde entonces, a Guardiola, se le llamaba maricón en los campos de fútbol; como también a Guti o a Cristiano Ronaldo. De hecho maricón es el insulto más vociferado en los campos de fútbol, incluso más que negro de mierda. Contra los insultos racistas se actúa de vez en cuando, pero contra los homofóbicos nunca. Con este ambiente en el mundo del fútbol… ¿Quién se atreve a salir del armario?