“Mi misión como corresponsal de guerra es dar voz a los pueblos sin voz y encender una luz en los rincones más oscuros del mundo”. Así resumía Janine di Giovanni, periodista en Sierra Leona y Siria, el sentir del periodismo de guerra. Un trabajo que, hoy en día, no valoramos y exigimos que haya en todo informativo, toda crónica periodística y radiofónica. Un trabajo banalizado y que, sin embargo corre grave peligro: un peligro de extinción.
El periodismo especializado en conflictos bélicos está muriendo y, paradójicamente, siempre habrá otra guerra, otro conflicto que denunciar, otras víctimas a las que ponerles cara…
Siria, República Centroafricana, Sudán, Mali, Afganistán, Nigeria, República Democrática del Congo, Pakistán, Líbano, Kenia, Irak… son sólo algunos nombres de conflictos que durante 2015 han copado las noticias. Escenarios de tensión que, en muchas ocasiones, están a miles de kilómetros de nosotros. El mundo se desangra y necesitamos que alguien nos lo cuente.
Os propongo un ejercicio de imaginación. Figurémonos una guerra sin periodistas… Sería una batalla silenciosa ante un mundo ignorante. Una guerra que se convertiría en un monstruo ante un público que mantiene ojos, boca y oídos tapados. Nada tendría sentido. Serían guerras olvidadas porque a nadie le importaría lo que sucediera en el Congo, porque muchos no sabrían ubicar en el mapa Siria o Líbano y lo más terrible es que una guerra olvidada, es un pueblo condenado.
Marie Colvin, fallecida en Siria en el 2012, se enfrentaba a la cuestión de por qué se sigue yendo a las guerras Ella respondió con su ejemplo y sus palabras:
«Muchos de ustedes os debéis haber preguntado –u os estáis preguntando ahora–, ¿vale la pena el coste en vidas, el desamor, la pérdida? Me enfrenté a esa pregunta cuando perdí el ojo. Incluso un periódico publicó una noticia con el titular: ‘¿Ha ido Marie Colvin demasiado lejos esta vez?’ Mi respuesta entonces y ahora, es que vale la pena».
Por supuesto que vale la pena aunque muchos medios de comunicación no lo crean o no lo vean como una fuente de ingresos. Si como decía Kapuscinsky la primera víctima de una guerra es la verdad, podríamos decir que la primera víctima de la crisis de los medios es el periodismo internacional.
Actualmente, el gran porcentaje de los periodistas que van a una guerra lo hacen en condiciones precarias. La mayoría son freelance: van por su propia cuenta, sin chalecos antibalas, sin seguro, sin contrato, corriendo con todos los gastos del viaje… y con la esperanza de que su voz pueda llegar a algún medio de comunicación.
Los precios que se pagan por cada pieza son irrisorios. El ex corresponsal de Asia para El Mundo, David Jiménez (desde 2015, director del rotativo), denunciaba que “la crisis no puede ser una excusa para pagar 50 euros a alguien que se está jugando la vida en una guerra”. La misma idea es la de la colaboradora en Oriente Medio Ethal Bonet, que sostiene que “(…) Si por una noticia cobras entre 80 y 120 euros, no sale a cuenta”.
Es triste que España sea el país que peor paga a los periodistas freelance que arriesgan su vida en los conflictos bélicos. Es triste también que se cierren corresponsalías y delegaciones porque haya otro tipo de periodismo que vende más, “que es más morboso”.
Nadie dijo que el periodismo fuera una profesión o un medio a través del cual ganar dinero o fama. El periodismo surgió bajo el influjo de llevar la verdad a todo el mundo. Un matiz bastante importante y que hoy no parece ser tan claro.
Fotografía: United Nations Photo