Fotografía: Ismael Llopis (Momo-mag)
Sarda, licenciada en Filología Hispánica y China por la Università di Bologna, la periodista freelance Elena Ledda llegó a Barcelona para estudiar en el Máster en Periodismo BCN_NY, organizado conjuntamente por la Universitat de Barcelona y la Columbia University. En la Ciudad Condal se ha quedado, sin dejar nunca de explorar el mundo en busca de historias.
Entrevisto a Elena Ledda antes del inicio de curso. En esos días está sumida en la preparación de las clases que imparte en el mismo máster donde se formó. En 2010 empezó a dar una clase junto con su pareja Gianluca Battista, fotógrafo, y poco a poco fue ampliando su presencia en el posgrado: hasta el año pasado enseñaba la asignatura de Periodismo Digital y Blogs, pero a partir de este curso dará Periodismo Social, materia en la que se siente más cómoda.
También está en fase de redacción de un reportaje que saldrá próximamente en la prensa italiana e inglesa sobre la vida de algunas adolescentes sirias. Ledda está llevando a cabo la investigación con otra periodista italiana, Claudia Bellante. “Durante un año hemos seguido a cinco chicas sirias que se encuentran en varios lugares de la diáspora, para entender cómo es ser adolescente en su situación vital”. Me explica que la comunicación con las chicas se da a través de Facebook, sobre todo por chat.
Las redes y la tecnología forman parte de otro interesante reportaje que la Ledda acaba de publicar en La Vanguardia digital sobre uno de esos temas que dividen la opinión: el trabajo sexual a través de las webcam.
“Me ocupo de temas que tienen que ver con igualdad y desigualdad social, por cuestión de género, raza, clase social. Investigo cómo los problemas sociales afectan al 50 por ciento de la población; es decir, a las mujeres. Los condicionantes socioculturales acaban afectando al mismo grupo». Aunque muchos de sus reportajes se centren en las vidas de mujeres, Ledda especifica que “no existen cuestiones femeninas. Si miras los fenómenos, interesan a todos: hombres y mujeres”.
Su mayor trabajo periodístico hasta ahora es el libro El cuerpo robado. Violencia y rebelión en tierra de mafia (Editorial UOC), fruto de dos años de entrevistas e investigación alrededor de la historia de Anna Maria Scarfò, una mujer que durante años fue violada por un grupo de chicos de su pueblo en el sur de Italia, y que tuvo la valentía de denunciar los hechos.
Una historia de extrema violencia que “empieza el 11 de marzo de 1999 en San Martino di Taurianova, un pueblo de apenas mil almas de la Piana (llanura di Gioia Tauro, en Calabria, en la punta de la bota italiana”.
–De todas las historias con las que has ido encontrándote, ¿por qué quisiste contar esta en particular?
–La de Anna Maria Scarfò es una historia tan fuerte que no la encuentras todos los días, una historia que te permite hablar de muchas violencias. La violencia machista, mafiosa, institucional, todas reunidas en el mismo relato. Además, no es la historia de una víctima sino de una superviviente. Está la parte de la violencia pero también la de la rebelión. Una chica de 16 años capaz de pedir ayuda. Además, con Anna Maria hubo conexión desde el primer momento.
Al principio la historia de Scarfò se concreto en un reportaje, publicado por el periódico ARA; luego, Ledda pensó presentar la crónica a un premio y, para su sorpresa, ganó.
“Tenía que entrevistar a Anna Maria para un reportaje. Me chocó mucho su historia, y después de cuatro horas de entrevista, mi curiosidad había aumentado exponencialmente. Fue curioso que un reportaje escrito en catalán que contaba una historia italiana ganara un premio que convocaba el Ministerio español de Sanidad, Asuntos Sociales e Igualdad. No me lo esperaba para nada. Al final gracias a ese reconocimiento pude seguir investigando, a pesar de las limitaciones: no olvidemos que Anna vive bajo protección, y yo no podía seguirla en su vida cotidiana. Al final, el dinero que tengas para trabajar marca la diferencia: sin los recursos que me dio el premio no le habría podido dedicar el tiempo necesario a esta historia”.
Se vieron por primera vez en 2014 y Anna decidió abrirse a la periodista, sin dudar en ningún momento de su decisión. Como era de esperar, la narración de los acontecimientos no fue nada fácil, como cuenta en el libro:
[…] tampoco las veces que nos hemos visto ha podido o ha sabido explicar su historia sino parcialmente y con grandes dificultades: revivir esos momentos es extremadamente doloroso para ella, sobre todo ahora que está afrontando el trauma gracias a la ayuda de una terapeuta y es mucho más consciente tanto de lo que padeció como de los límites que todavía tiene para superarlo.
“Hablaba con ella por teléfono, a través de su abogado, me presentó a las feministas que la acompañan a los juicios. Todavía estamos en contacto”.
–¿Qué relación se estableció con la protagonista de El cuerpo robado?
–Desde el principio nos gustamos a nivel humano. Siempre ha habido mucho respeto entre nosotras: ella respetaba mi trabajo y yo sus tiempos. En algún momento ella me pidió omitir algunas cosas y yo callé detalles que no aportaban nada a la historia o que podrían haberla puesto en peligro.
Al mismo tiempo, intentaba hacerle entender que no era su amiga, aunque me sintiera como una persona cercana. Quería que se sintiera respetada, que confiara. El equilibrio es precario, como en cualquier relación.
–¿Siempre empatizas de esta manera?
–No siempre es fácil, pero es fundamental para un periodista. No creo que se pueda hacer este trabajo sin tener empatía.
–Y del otro lado hay que encontrarse con gente dispuesta a abrirse.
–Yo he contado historias de gente que no estaba dispuesta a hablar conmigo. Por ejemplo, hice un retrato de la exministra italiana Cécile Kyenge para la revista Gatopardo. Intenté entrevistarla por activa y por pasiva. Durante seis meses estuve detrás de ella, pero no hubo manera. No quería concederme la entrevista. Fue interesante porque el silencio también decía mucho de ella, y el hecho de que no quisiera hablar conmigo me permitió exprimir al máximo todo lo demás: hablé con su marido, su hija, su hermana, las personas que la amaban y las que la odiaban, la seguí en las redes sociales, iba a los sitios que frecuentaba, etc. Hice el esfuerzo de empatizar con ella aunque nunca hablamos.
–Volvamos a El cuerpo robado, en especial al contexto en el que se desarrolla la historia.
–El contexto no inventa nada. Las comunidades tienden a silenciar en general todo lo que puede poner a riesgo la comunidad. Quiero subrayar que las violencias que Anna sufre son estructurales, pasan en cualquier lugar del mundo. Vivimos en sociedades machistas: Barcelona, Calabria, Suráfrica; da igual. Las organizaciones criminales existen en cualquier país. Nadie es inmune a la violencia, esta no conoce geografía ni clase social. Lo interesante de un contexto como el de Calabria es que amplifica estos fenómenos, hace de lupa, todo acontece de manera más potente y evidente. Es interesante porque los conflictos son más visibles. En contextos burgueses, por ejemplo, aparecen más difuminados, se esconden con mayor facilidad y es más difícil identificarlos. Creo que uno de los puntos débiles del libro es el riesgo que corre el lector al pensar que esa violencia acontece porque se desarrolla ahí, porque esas cosas sólo pasan en ese Sur de Italia retrógrado.
La periodista recuerda que hace unas semanas salió a la luz una historia similar a la de Anna, en el pueblo calabrés Melito di Porto Salvo. “Una chica que fue violada durante años, conocida como “la puta del pueblo”, «la que se lo ha buscado». Desafortunadamente, otra historia calabresa. Uno de los chicos implicados también es el hijo del mafioso del pueblo”.
–Sé que el subtítulo de tu libro Violencia y rebelión en tierra de mafia ha sido elección de la editorial, con el objetivo de picar la curiosidad del lector con el elemento criminal.
–En mi caso específico, el libro no habla de la mafia. Toca el tema de manera transversal. Aunque también es verdad que el control territorial de la mafia en esas tierras es asfixiante.
–No hablas directamente de la ‘Ndrangheta, la organización criminal italiana más poderosa hoy en día, pero sí explicas su funcionamiento, su estructura.
–Si algo útil podemos hacer los periodistas es eso: en vez de contar la historia del capo, explicamos cómo funcionan estas organizaciones criminales. Los periodistas tenemos que explicar la estructura, qué consecuencias tiene un determinado fenómeno. Por ejemplo, si hablamos de pornografía, hablemos de la industria, cuánto dinero mueve, cómo tratan a sus empleados, etc…
–¿Qué aspecto de la ‘Ndrangheta creías que era relevante explicar a los lectores españoles? ¿Cómo has abordado el tema?
–Como cualquier otro: quitándole mitos y estereotipos, explicando su estructura. Eliminando esa pátina de falso romanticismo y misterio, que en el caso de la mafia le ha servido para progresar, contar lo que en realidad es. La ‘Ndrangheta, como todas las mafias, es algo muy escuálido. He procurado ser honesta, transmitir lo que había entendido y lo que veía, hablando de una organización criminal, no de una cultura o una mentalidad.
–En tu libro, describes Calabria como una “tierra de fuertes contrastes, contradicciones y ambigüedades, que a menudo conviven entre ellas: inhóspita y hospitalaria, altruista e indiferente, arcaica y posmoderna, fría y cálida, lluviosa y seca”.
–Estoy en contra de las generalizaciones y los estereotipos, creo que hay muchas calabrias, y que es complicado definir esa región; una respuesta podría ser demasiado restrictiva. Siempre me he sentido bien acogida, eso sí.
–¿Y qué impresión te dio San Martino di Taurianova, el pueblo de Anna?
–Su pueblo lo conozco poco, sólo estuve una vez. Conozco bastante la zona, la Piana di Gioia Tauro, donde he estado muchas veces. No es un lugar bonito, se nota que se construyó sin amor, de forma ilegal, hay muchos edificios inacabados. Por supuesto, esto no es algo que sólo acontezca en Calabria, también en mi isla he visto lo mismo. En esos lugares se mezclan muchas cosas: un estado ausente, ignorancia, malestar…
–Y es ahí donde arraigan más fácilmente las mafias.
–Sí, donde hay un vacío.
La periodista vuelve a puntualizar que en la historia de Anna Scarfò la violencia principal no es la criminal. “Se trata de una violencia universal: seguir considerando a las mujeres como objetos de las que uno se puede deshacer, a las que siempre se les atribuye la culpa, sólo por el hecho de tener un cuerpo. El malestar, la criminalidad organizada, la pobreza son elementos que amplifican las consecuencias de ese fenómeno, pero en la base está el machismo, la violencia patriarcal. Todas las mujeres la hemos vivido”.
Y se sirve de acontecimientos recientes para respaldar su afirmación. A nivel nacional fue muy sonado el caso de Maria Rovira, la concejal de la CUP en Barcelona, que hace unas semanas denunció una agresión sexual, o el caso de las chicas violadas en las fiestas de San Fermín. Ledda advierte que la problemática es gravemente actual.
–Durante la elaboración de El cuerpo robado pudiste hablar con uno de los agresores de Anna.
–Hablamos por teléfono seis veces en total; de nuevo, puedo decir que fue una relación de respeto por parte de ambos. Una semana después de la publicación de mi libro salió la sentencia que le condenaba a siete años y ocho meses de reclusión.
–¿Cómo mantienes la lucidez al contar una historia sin que se note demasiado tu subjetividad?
–Siempre intento ser honesta con lo que escribo, hay que guardar respeto hacia lo que la gente te dice, puedes no estar de acuerdo con lo que te cuentan. Siempre intento estar tranquila con mi conciencia. Pensar que mi objetivo es ser leal con los que me leen. Tienes que ser respetuosa con los que te cuentan la historia, aunque no es con ellos que tienes que quedar bien, sino con los que te leen. A veces las dos cosas entran en conflicto. Para mí, prima siempre el lector. Como lectora no me gusta cuando alguien me quiere dar la receta, cuando me dice “tienes que pensar esto”, cuando me intentan colar las opiniones como si fueran verdades. Eso es lo que no hago. Está claro que al elegir desde qué punto de vista cuentas la historia, ya dices algo. Si hubiera contado la historia de los chicos, hubiese contado otra historia. Tu subjetividad permea continuamente lo que estás contando, pero hay que ser honesto con lo que te encuentras, que puede ser contrario a tus ideales.
–La Iglesia no sale bien parada en esta historia. Cuando Scarfò le pide ayuda al cura del pueblo, lo único que obtiene es sentirse juzgada. A día de hoy, el sacerdote Antonio Scordo está condenado en segunda instancia por falso testimonio.
–En Calabria hay curas que llevan el altar del santo al capo del pueblo, pero también otros como Pino de Masi que luchan contra la ‘Ndrangueta. Las religiones nunca han hecho grandes favores a la igualdad; por lo que me consta, ninguna iglesia ha sido promotora de la igualdad entre hombres y mujeres.
–¿Y al cura no conseguiste entrevistarle?
–Nunca me contestó, lo intenté miles de veces. Tampoco quiso hablar a través de su abogado. Aunque personalmente no confío en una institución como la iglesia a la hora de superar las injusticias. Al final, en esta historia nadie sale bien parado: ¿dónde está la escuela mientras esta chica está siendo violada?
–Anna Maria tampoco contó con el apoyo familiar…
–La familia es fruto de esa sociedad. Nadie estuvo presente. Ni la sociedad civil.
–La buena noticia es que en los últimos años el asociacionismo ha crecido, se han formado colectivos, se ha creado una red contra la violencia y las injusticias.
–Yo conocí a las feministas de la Collettiva AutonoMIA de Reggio Calabria, que están muy pendientes de Anna. El mérito de esta mujer es que supo pedir ayuda y la encontró. La mayoría de las mujeres que sufren violencia en la pareja, por ejemplo, están aisladas, solas. Es fácil ir a manifestarse, ¿pero qué haces si tienes evidencias de que tu vecina sufre violencia? ¿Cómo acompañamos? ¿La acompañamos? La violencia machista la vivimos todos los días, no son solo las anna marias, las mujeres maltratadas… somos todas. La violencia patriarcal está en todos los lados.
–Eres periodista freelance. Tú misma eliges las historias que quieres contar y a continuación las propones a los medios. ¿Cómo desarrollas tu trabajo?
–El tipo de trabajo que hago es sin duda lento y precario, poco sostenible desde el punto de vista económico, pero no soy capaz de hacerlo de otra forma. Mi trabajo es una misión. Como la escritora Oriana Fallaci, creo en el periodismo como misión. Creo que el periodismo sirve para transformar la sociedad, contando, dando visibilidad, denunciando. No sólo con historias de injusticia sino también relatando las estrategias que la gente aprende para seguir en pie ante esas injusticias; narrando lo que conocemos como resiliencia. Creo en un periodismo que cuente historias positivas, las de las personas que luchan frente a una injusticia y salen adelante. Soy optimista cuando pienso en la humanidad. Creo que las personas pueden cambiar y, por consecuencia, también pueden cambiar las sociedades.
Por supuesto, no tengo la pretensión de cambiar el mundo con mi trabajo, pero puedo afirmar con orgullo que a raíz de este libro muchas amigas me han llamado diciendo que se habían sentido identificadas, que habían empatizado con la historia. Yo misma, por ejemplo, he aprendido mucho de Anna: la importancia de pedir ayuda, de hacer red. Los ejemplos nos sirven para seguir adelante, inspirarnos, estimularnos, aprender.
–¿Te inspiraste en algún periodista para escribir la historia de Anna Maria?
–Mis referentes siempre son literarios, vienen de la narrativa. Como periodista, últimamente me han inspirado Voces de Chernobil, de Svetlana Aleksievich o Random Family, de Adrian Nicole LeBlanc, que es uno de mis reportajes favoritos. Habla de las chicas jóvenes que viven en el Bronx, es un libro que me ha enseñado mucho. En cambio, de Hiroshima, de John Hersey he aprendido a cómo contar una tragedia.
De las seis uve dobles del periodismo, la reportera sarda me confiesa que el cómo no es la pregunta que se hace más a menudo; a ella le gusta más investigar el porqué “El cómo es la pregunta del morbo”, concluye. Antes de acabar la entrevista, Elena Ledda quiere asegurarse de que no la retrate como una experta en violencia machista. “Hay muchas personas expertas en el tema. Tampoco quiero hablar en nombre de muchas (o pocas) mujeres”. Prometo presentarla como una cazadora de historias, en ningún caso, como una teórica. “La mujer y la violencia machista me interesan, pero no quiero correr el riesgo de parecer una entendida”. Finalmente, concordamos en que el periodista no es un científico, no cuenta una verdad absoluta, sino una pequeña parte realidad formada de muchas verdades.