En las últimas semanas hemos asistido a varios espectáculos bochornosos, más propios de repúblicas bananeras que de un país que se autodenomina democrático y se quiere situar entre los más avanzados de Europa. Uno de ellos han sido las reacciones retrógradas y furibundas que se han dirigido a descalificar, sin argumentos, a la formación política, nueva en nuestro sistema democrático, Podemos. Se les ha calificado de revolucionarios, antisistema, anticonstitucionales y “frikis” (como si esto último, especialmente, fuese algo malo per se), entre otras lindezas. Les han colocado en la extrema izquierda, etiqueta por confirmar. Supongo que habrán sido aquellos que están en la extrema derecha, pues ya se sabe que los extremos necesitan de sus contrarios para justificarse. Y de paso han insultado y menospreciado al más de millón de votos que obtuvo esta formación en las elecciones europeas.
Esto es lo que podríamos calificar como un claro ejemplo de déficit democrático. Un déficit que asuela España desde hace mucho tiempo, mucho más que el económico de los últimos tres años. Un déficit que lo impregna todo: instituciones públicas y privadas, partidos políticos, asociaciones empresariales, sindicatos, medios de comunicación, cuerpos y servicios de seguridad del Estado, la Corona, el funcionariado, la administración de justicia, asociaciones sin ánimo de lucro y a la sociedad en general. Es decir todo y a todos en este país.
No se puede atacar e insultar a un partido político y a sus integrantes por el simple hecho de conseguir representación parlamentaria defendiendo lo que no te gusta. Aunque lo que defienda sea que tú cambies radicalmente tu forma de hacer las cosas o te vayas a casa. ¿Por qué? Porque es antidemocrático y porque la gente lo quiere (al menos 1,2 millones de personas). Esos insultos y descalificaciones han caído también sobre esos votantes. Ser democrático significa respetar la diferencia, la opinión discordante aunque asuste, proteger a los débiles y defender los derechos de todos, aunque sean los de tu rival acérrimo.
Antes de nada, aclarar que no voté a Podemos. Porque ese es otro de los déficits de éste país. En España si criticas algo es que defiendes el contrario. Pues algunos deben aprender que se pueden defender los derechos de los demás sin estar de acuerdo con lo que hacen. Yo no voté a Podemos y defiendo su derecho a cambiar esta sociedad, igual que no soy mujer y defiendo su derecho a decidir ellas y sólo ellas qué hacer con su embarazo.
Todo esto dicho así suena básico, elemental, innecesario. Pero creo que es nuestro principal problema. Ahora se está armando mucho revuelo con la sucesión en la Corona. También para despejar dudas diré que no me considero monárquico a la vez que creo que ahora tenemos problemas mayores que la jefatura del Estado. Entiendo que los que quieren una república la pidan. Incluso entiendo que quieran un referéndum para que el país decida y están en su derecho. Por eso me parecen faltas de espíritu democrático las reacciones que se han producido tachando de radicales que quieren saltarse el orden constitucional a los que lo sugieren. Sin embargo, también considero que no son ajustadas las de los que aseguran que es antidemocrático tener un jefe de Estado al que no se vota.
Cierto es que sería más democrático votar al jefe del Estado español. Sin embargo, los españoles ya votaron y aprobaron que la monarquía parlamentaria fuera el sistema de este país, incluido el proceso de sucesión. Así pues, en el caso de España no es antidemocrático. Es simplemente anacrónico. Nadie ha dicho que la democracia sea perfecta, pero hasta que se encuentre otra manera de aplicarla, los que no estemos de acuerdo con lo que apoyó la mayoría deberemos aceptarlo hasta que consigamos que los demás cambien de opinión.
Es un déficit democrático que las instituciones públicas y todas aquellas privadas que reciben dinero público no pongan toda la información de lo que hacen con ese dinero y cómo lo hacen a disposición del contribuyente. También es un déficit democrático que los partidos no se abran a la sociedad y sean una élite. De hecho nuestros partidos, porque son de toda la sociedad, son de los menos democráticos de Europa.
Otro déficit lo encontramos en las empresas que aprovechan su posición dominante para exprimir a la sociedad española; o en las que formando parte de sectores sensibles (alimentación, farmacéuticas, energía, o cualquier actividad que pueda afectar a la salud o al medio ambiente) no informan bien de todo aquello que pueda interesar a los ciudadanos. También es un déficit la actuación de algunos medios de comunicación que no ejercen su poder y su responsabilidad. En países como Alemania, Gran Bretaña o Francia, su presidente o primer ministro no habría aguantado ni dos días dando ruedas de prensa sin preguntas o a través de un plasma. Primero porque la reacción de los medios hubiera sido implacable.
Hay un déficit claro en la relación de algunos ciudadanos y empresas con la Hacienda Pública y de muchos ciudadanos con los partidos políticos. España es un lugar en el que ciertas pillerías, como no pagar impuestos o saltarse ciertas nomas consideradas leves, está bien visto y donde la relación de muchos ciudadanos con la política se acerca más al fenómeno fan, que podemos observar con una estrella de la música o con un equipo de fútbol, que a la de un país maduro democráticamente donde interviene más la lógica y la razón. Sin embargo, en este apartado de autocrítica debo añadir que una parte de la culpa de esta inmadurez de la población se debe a los políticos. Pues si los gobiernos y los partidos no dan ejemplo con lo que es o no correcto en democracia quien lo debe dar.
Nuestros partidos e instituciones no son perfectos, pero nosotros tampoco. No estoy de acuerdo con esa frase tan de moda que asegura que “cada país tiene lo que se merece”, pero si entendemos por país a la sociedad en su conjunto creo que sí que tenemos lo que permitimos. Hay políticos imputados gobernando en varias comunidades porque la gente se lo ha permitido votándoles de nuevo. Muchas veces, aunque no sea lo ideal, no se trata de lo que debería ser, sino de lo que no debería ser. Triste pero inevitable si se quiere cambiar la tendencia y salir de un círculo vicioso. Einstein dijo que “loco es el que repite siempre la misma conducta y espera resultados distintos”. Así que supongo que solo debemos decidir si queremos ser unos locos o no.