Cuando la crisis agudizó sus consecuencias, lo lógico fue concluir que el ingenio, la elocuencia y el trabajo iban a florecer pasados unos años. Le fue concedida a Mariano la capacidad de argumentar que había que ponerse las pilas. “Con esfuerzo y sacrificio” todo iría mejorando. Con progresividad y buena letra.
Desde entonces se han sucedido cuatro ediciones de Gran Hermano, incontables candidatas y candidatos al trono de Mujeres, Hombres y Viceversa y una cantidad infinita de selfies, new looks & makeups en los tablones de las redes sociales, tótems del nuevo tiempo. Las ristomejídicas entrevistas a falsos ídolos trajeron como principal efecto marketiniano ventas masivas de iPhones 6, e incluso al más pobremente experimentado observador le causaría un cierto ardor de estómago la paradójica visión de un bunch of gente sí, empobrecida, pero bien aprovisionada de la más amplia gama de productos contemporáneos y hi-tech.
Ya no vale el argumento de “este no tiene pasta para irse de fiesta, pero bien que tiene un móvil de puta madre” porque si alguien se aventurase a definir cómo quedaría la sociedad española después de la crisis, podría fácilmente concluir que está resurgiendo algo tan castizo como la Verbena de la Paloma, Manolo Caracol, Belén Esteban o el turismo de sol, playa y borrachera: el hidalgo español.
Al nuevo hidalgo español no le falta aparentemente de nada porque su perfil de Instagram te dice que lleva una vida de lujo, que conduce un buen coche y además se pega fiestas de las buenas, primo. El tío además tiene estilo, pero a costa y a pesar de hacer a Amancio Ortega el tipo más rico del mundo (aunque es probable que no sepa por qué). Su precario contrato de hidalgo le permite consumir con desenvoltura, prudencia y low-cost, aunque hace tiempo que se olvidó del gasto holgado.
Algunos de ellos han comenzado una startup y contratado lazarillos descarriados a los que prometerá alimento y techo. La relación contractual lazarillo-hidalgo-inversor es una tendencia al alza en el mundo post crisis que no acaba de cuajar, aunque siempre queda la esperanza de que el sector se dinamice en los próximos meses porque así lo dicen los medios. Porque los medios dicen que todo irá a mejor.
Todo lo que tiene el hidalgo lo gasta con celeridad, con brutalidad y ensimismamiento. Está dispuesto a hacer colas decamétricas para vaciar certeramente los bolsillos. El nuevo hidalgo distópico del que hablamos siente la necesidad de consumir y de ser consumido. Observa con fascinación programas televisivos impregnados de branded content y publica cada paso en las redes con la única intención de que internet lo vea, sus amigos lo vean, las marcas le vean, mientras fuma un cigarro en su habitación se balancea y reza por likes.
El nuevo hidalgo se jacta de todo aunque no tenga nada. El nuevo hidalgo siente la necesidad de engrosar su caché simbólico a golpe de filtro fotográfico. El nuevo hidalgo no sabe que su capacidad creativa le ha sido arrebatada por Mariano y por la Unión. El nuevo hidalgo no sabe que no sabe o, dicho con otras palabras, desconoce la frustración ante el desconocimiento y tiende a conformarse. El nuevo hidalgo viaja mucho pero ve muy poco. El nuevo hidalgo detesta leer, y por eso todo lo que lee se lo traga. El nuevo hidalgo no tolera el talento ajeno: su masificada cosmogonía sitúa a talentosos y visionarios lejos de sí, puesto que son peligros potenciales para su honra. La aspiración del nuevo hidalgo es el braguetazo y la presencia televisiva. Es el máximo exponente del proselitismo web, aspira a ganar adeptos en forma de seguidores y el sudor de su frente huele a la profunda infelicidad que le produce disgustar.
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[Sentado en clase no puedo evitar escuchar la conversación de la pareja que se encuentra sentada detrás de mí. Están planteando un trabajo para la universidad, y les resulta novedoso un medio de comunicación sobre moda y tendencias. “Escribe, escribe: ModaJet es un medio de comunicación… que pretende… transmitir de manera amena las últimas tendencias de moda… de manera que sean… accesibles… para todos”.]
Sociedad quinientista 2.0
Cuando uno tiene catorce años se la suda el Lazarillo de Tormes y lo lee sin demasiado interés. Da la impresión de que el sistema educativo obliga a los chavales a leer los clásicos españoles en la ESO (cuando lo único que ensancha su alma es descubrir el alcohol y observar tangas) para que se harten de los libros y los ignoren para siempre.
Bien leído, el Lazarillo de Tormes tiene ese peculiar espíritu de clásico atemporal. No he podido dejar de esbozar una sonrisa al releer el episodio del escudero “con razonable vestido, bien peinado, su paso y compás en orden” y ver en esas páginas la sociedad de apariencias en la que hoy, más que nunca, nos encontramos.
Cuando Mariano, amante de los clásicos, fue elegido, rescató el Lazarillo de su cajón y lo reinterpretó para la modernidad. Al explicar su modelo de país señaló, con otras palabras, que “no hay tal cosa en el mundo para vivir mucho que comer poco”.
Dicho y hecho. ¡Pardiez!
Fotografía: José María Pérez Nuñez