Al pequeño Paco le gusta recostarse en la butaca del plató. Espera el turno de palabra. Escucha las intervenciones de los contertulios y pone caras de fastidio o de burla, alza los hombros y los baja, se queja con una especie de convulsiones silenciosas: “Mira este, mira este”.
Marhuenda siempre lucha en solitario porque apenas tiene cuello. Con unas vértebras cervicales tan estrechas la altura de miras resulta impracticable. La cabeza se le hunde más o menos en la camisa dependiendo del nivel de empecinamiento del debate. A veces se teme que su propio traje acabe devorándolo, entonces (creo que es por eso) el resto de tertulianos, incluso los del ala derecha, lo miran con sonrojo.
La quijada le pesa sobre la clavícula como un pisapapeles de madera sobre un taco de posits. Ahí, en el maxilar inferior, uno debe detenerse. Su estructura cuadrada y ancha, algo adelantada con respecto a la hilera de dientes superior, sirve a la perfección para el almacenamiento; es una cavidad para la reserva ideológica, un trastero donde se guardan las cosas obsoletas que da pena tirar.
No sé si será por la humedad de ese trastero pero, muchas veces, cuando va a hacer una réplica y no le dejan, se le quedan los labios entreabiertos y arruga la nariz como si oliera algo en estado de descomposición.
Llega su turno después de todo esto, después de clamar al cielo suspirando, poniendo los ojos en blanco, quizá suplicando paciencia al santísimo. El niño Paco lanza frases como: “Mira oye, es que para vosotros el PP, malo y el PSOE, bueno”, y repite mirando a los lados sin atreverse a fijar los ojos en nadie, “PP malo y PSOE malo, ¿no?”. Le gusta soltar palabras grandilocuentes, de “sentido común”, como “Constitución”, “Europa” o “mercados”; las pronuncia como si letra a letra estructurara la verdad absoluta. Las dice y se queda contento.
Le encanta referirse a cada interlocutor en plural (“lo que os pasa a vosotros, a la izquierda”) en una propensión infantil a la generalización, o acusando un impulso religioso que no ve individuos discrepantes, sino masas ofensivas y perniciosas.
Eso sí, lo que más le divierte es traducir a los demás. A partir de un argumento contrario, Paco inventa una falacia y la arroja a la boca del contrincante. Confía en que así desarticula pensamientos, se le nota en la carilla triunfal y pícara que se le pone. Si alguien dice que los primeros gobiernos socialistas modernizaron la sanidad pública y la educación, él remata: “O sea, que a Felipe González hay que hacerlo rey de España, en lugar de a Felipe de Borbón”. Si alguien crítica y aporta datos de cómo los recortes de Rajoy se ceban con los indefensos, no lo duda: “Hombre, claro, tú crees que Rajoy lo hace por hobbie, ¿no?”. Y si no, siempre puede mencionar los regímenes comunistas de Europa del Este o acordarse de Stalin. Eso sin problema.
Lo cierto es que el pequeño Marhuenda parece simpaticote y hasta dan ganas de darle cariño. Si crees que no, imagínalo muy ilusionado el 1 de agosto de 2013, tras la comparecencia de Rajoy con motivo del caso Bárcenas. Se le ve con el teléfono en la oreja, oyendo sonar los tonos, impaciente como un niño que guarda cola frente a la mesa del profesor con el trabajo terminado. El Presidente toma el auricular y él se lanza: “Se me ha ocurrido abrir La Razón con ‘Rajoy vence a Rubalbárcenas’ ¿Qué te parece?, mola, ¿eh, eh?”. Seguramente, Mariano responde: “Ay, qué chulooo, muy bien, Paco”. Y él cuelga con una sonrisa hueca y orgullosa. Los pómulos sonrojados le tiemblan como peces.
No digáis que no os llevaríais uno así para casa.
Ilustración de Untaltoni
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