Hubiera sido un fin de semana sin nada que recordar aquel del 8 y 9 de febrero de 1992 en Orlando. Pero cuatro meses antes Magic Johnson había anunciado que era portador del virus VIH y que tenía que abandonar la práctica del basket. Desaparecía de golpe la sonrisa que iluminaba la NBA. Sin embargo, los aficionados seguían amando a Magic y lo eligieron para ser el base titular de la Conferencia Oeste en el All-Star de Orlando. De modo que todo estaba preparado para la gran fiesta del domingo. Y Magic no iba a defraudar.
La víspera era un mero trámite: una pachanga de viejas glorias con George Gervin abusando del personal y los tradicionales concursos. En el de mates venció Cedric Ceballos después de vendarse los ojos y ensayar una ceguera difícilmente creíble. En el de triples todas las miradas estaban puestas en Craig Hodges, suplente de Michael Jordan en los Bulls campeones y vencedor de las dos ediciones anteriores. Hodges fue uno de los primeros jugadores unidimensionales de la competición. No destacaba en nada, excepto en desenfundar la muñeca más allá de la línea de tres puntos. Una auténtica bendición cuando las defensas rivales se cerraban sobre Jordan y, en menor medida, sobre Scottie Pippen. Como buen francotirador, tenía que ser paciente y esperar a que le llegase la oportunidad de matar al rival desde su atalaya de más de siete metros de distancia.
En el concurso de triples del año 1992 logró su tercera corona, batiendo en la final a Jim Les, reserva de Sacramento Kings. Eso sí, su victoria fue menos holgada y brillante que la del año anterior, cuando en la final había sido capaz de encestar diecinueve triples sin fallo de manera consecutiva. Lo nunca visto hasta hoy. Solamente el mítico Óscar Schmidt fue capaz de emular tal hazaña en un concurso de la lega italiana.
Hodges ganó el concurso, igualando los tres títulos consecutivos que a finales de los 80 había encadenado Larry Bird, y en verano se volvió a proclamar campeón de la NBA con los Bulls. En la tradicional recepción del presidente de los Estados Unidos al equipo ganador, Hodges se presentó en la Casa Blanca ataviado con un dashiki, un típico traje africano de telas coloridas. Después, cuando estrechó la mano del presidente, George Bush padre, aprovechó para entregarle una carta en la que reclamaba sobre el trato discriminatorio que el gobierno dispensaba a los negros. Aquella fue la última temporada que jugó en la liga. Los Bulls no lo renovaron y ningún equipo se interesó por él, a pesar de ser, probablemente, el mejor tirador puro del mundo. Hodges llevó a la liga a juicio por ostracismo, reclamando 40 millones de dólares como indemnización. Y de paso aprovechó para cargar contra Michael Jordan por su falta de implicación pública con la causa negra. Perdió el juicio, Jordan volvió a ganar el anillo al año siguiente y Hodges desapareció del mapa, obligado a buscarse la vida en Italia, en Turquía y hasta en el Jamtland Östersund de la liga sueca.
La otra gran atracción del concurso de triples era la presencia de Drazen Petrovic. El genio de Sibenik acababa de explotar en los New Jersey Nets después de pasar un año y medio a la sombra de Clyde Drexler en el banquillo de Portland. Mientras esperaban para lanzar, los concursantes estaban sentados en primera fila en un ambiente relajado. Existe una fotografía de aquel día en la que aparece Petrovic a la derecha de la imagen. A su lado está otro gran escolta, Mitch Richmond. Y al lado de este, con un niño en los brazos, el también escolta Dell Curry, un ilustre suplente de un equipo de media tabla como los Charlotte Hornets. El niño, como habrán adivinado, es su hijo Stephen, con la mano abierta y bromeando probablemente con Richmond o incluso con Petrovic.
Cuando a Dell Curry le tocó su turno de lanzar, el pequeño Steph, que entonces tenía cuatro años, se quedó sentado en el regazo de Biserka Petrovic, la mamá de Drazen. Y es aquí donde nace la historia oculta de aquel fin de semana de febrero en Orlando. Porque la atención de todo el público estaba pendiente de Hodges, de Petrovic y del partido del día siguiente donde Magic Johnson se iba a proclamar MVP, pero en realidad todos esos focos de atención estaban a punto de desmoronarse. La sonrisa de Magic Johnson, a pesar del partido del domingo y de la inolvidable propina del Dream Team en los Juegos Olímpicos de Barcelona, había desaparecido de las canchas de baloncesto; la carrera de Hodges en la NBA iba a desaparecer en unos meses; y Drazen Petrovic iba a fallecer al año siguiente en una carretera de Alemania.
Cuenta el también croata Dino Radja que, cuando se enteró de la noticia de la muerte de su amigo y compañero de selección, fue directo a la casa de la madre de Petrovic. Cuando lo vio, Biserka lo abrazó y se puso a gritar durante media hora. Hoy, veintitrés años después de aquella tragedia, es preferible rememorar a Biserka con el pequeño Stephen en el regazo, igual que haría con su pequeño Drazen durante su infancia. Cuando el año pasado los Warriors se proclamaron campeones de la NBA, Curry se acordó de Petrovic y envió una camiseta suya a Biserka, para que esta la pusiera en el museo dedicado a su hijo en Zagreb.
Jordan disfrazado de Stephen Curry
La eclosión de Stephen Curry durante las dos últimos años ha cogido desprevenido a prácticamente todo el mundo. Elegido en el número 7 del draft de 2009, los Minnesota Timberwolves dejaron escapar dos oportunidades para seleccionarlo. Prefirieron elegir a otros dos bases con el número 5 y 6, Ricky Rubio y Jonny Flynn, un jugador que abandonó la liga por la puerta de atrás hace ya cuatro años. El indudable talento de Stephen Curry estaba bajo sospecha por su aparente fragilidad física. Lo veían como un tirador embutido en un cuerpecillo de peso pluma. Y las continuas lesiones que sufrió en sus primeras temporadas parecían corroborar dicha fragilidad.
Pero en los play-off de 2013, Curry destapó el tarro de las esencias y dio un aviso de lo que se avecinaba. En primera ronda, con el factor campo en contra, los Warriors se enfrentaban a los Denver Nuggets, un equipo ofensivo y coral entrenado por George Karl. Perdieron el primer partido en Denver, pero vencieron los tres siguientes con tres recitales consecutivos de Curry en los que promediaría 30 puntos, 10 asistencias y un 50% de acierto en triples. Gregg Popovich, entrenador de los San Antonio Spurs, estaba muy atento a la eliminatoria porque de ella saldría el rival para su equipo en segunda ronda. Tras ver las exhibiciones de Curry dijo de él que “era como jugar contra Michael Jordan”. Cuando posteriormente le comentaron a Curry las palabras de Popovich, se limitó a responder jocoso: “¿qué ha bebido Popovich para decir eso?”
Los Warriors eliminaron por 4-2 a los Nuggets y dos meses después Andre Iguodala, el mejor jugador de los Nuggets durante la serie, fichó por los Warriors. George Karl, en un alarde de mal perder, le acusó de pasar información táctica a los Warriors, justificando así su derrota. El contraespionaje había llegado a la NBA, según Karl. Todo estaba preparado para el duelo en San Antonio.
En 1986, Michael Jordan también perdió un partido de play-off en el Boston Garden después de dos prórrogas y haber anotado 63 puntos. Aquella noche Larry Bird pronunció su famosa frase de que parecía que se estaban enfrentando a Dios disfrazado de Michael Jordan.
Desde aquella derrota en San Antonio, la figura de Stephen Curry se ha ido agigantando hasta convertirse en la referencia mundial del basket. Dicen que dribla como Isiah Thomas, que penetra a canasta como Allen Iverson, que tira de tres mejor que Ray Allen y que no ha habido nadie tan dominante desde Jordan. Se alaban, con razón, todas esas cualidades. A mí lo que más me fascina de él es su capacidad para sembrar el caos a cada instante y al mismo tiempo tener todo bajo control. Es como si en cada jugada inventase un laberinto, se metiese en él junto a rivales y compañeros y fuera el único en encontrar la salida.
En sembrar el caos se asemeja a Drazen Petrovic, aunque en el balcánico el caos se mezclaba con la provocación y la capacidad para provocar demencias transitorias en sus defensores. Cada posesión era una guerra. Ellos son, en el fondo, dos caras de una misma moneda. Petrovic fue un héroe trágico: murió joven, el país en el que nació se desintegró por medio de una guerra y tuvo que hacer frente a los estereotipos contra los europeos cuando llegó a la NBA. Fue niño prodigio, mártir y profeta. Curry, de momento, es un héroe feliz. O lo ha sido hasta el mes de junio de 2016. Dos MVP, un anillo de campeón, el récord de victorias en temporada regular…
Parecía que nadie podía parar a Steph y a sus Warriors, hasta que en las recientes finales un descomunal LeBron James ha liderado a los Cleveland Cavaliers a levantar, por primera vez en la historia, un 3-1 en contra y ganar el título en un séptimo partido de leyenda. A James le acompañaba hasta esta eliminatoria una fama de perdedor, seguramente inmerecida. Porque en realidad El Elegido se ha convertido en la némesis del siglo XXI para toda la NBA. Podrás derrotarle, sí, pero nunca se rinde, siempre regresa. Después de la gesta de ganar el anillo con una franquicia maldita como los Cavs, ya está en disposición de discutirle a Larry Bird el título imaginario de mejor alero de todos los tiempos.
En el séptimo partido de la final de 2016, Golden State se colapsó, quedándose sin anotar en los últimos cuatro minutos y medio, algo inaudito para un equipo con un ataque tan deslumbrante. Durante toda la serie, excepto en el cuarto partido, Curry ha estado irreconocible, tal vez lastrado por la lesión de rodilla que se hizo en primera ronda. Ahora se enfrenta al reto más difícil de su carrera: levantarse y volver a ser un niño alegre, un héroe feliz. Tras el último partido de la serie ya ha declarado que esta derrota le perseguirá durante un tiempo. Ahora Stephen necesita dejar de ser perseguido por su fantasma y volver a ser él el perseguidor. Y Drazen es un espejo inmejorable en el que mirarse. Tiene que recordar que el niño que estuvo en los brazos de Biserka Petrovic ha batido todos los registros históricos: 402 triples en temporada regular, 98 en play-off y 32 en las finales. Dicen que Drazen Petrovic eligió llevar el número 3 en los New Jersey Nets porque quería demostrar que era el mejor triplista del mundo. En su truncada carrera en la liga norteamericana promedió un 43,7 por ciento desde la larga distancia. Es el cuarto mejor porcentaje de acierto de toda la historia de la liga. Solo lo superan Hubert Davis, el propio Curry y su actual entrenador, Steve Kerr, que es el mejor de siempre con un 45,4 por ciento de acierto.
Existe otra fotografía de aquel fin de semana de febrero de 1992 en Orlando. En ella se ve en primer plano a Petrovic lanzando a canasta y, al fondo, en la primera línea de sillas está el pequeño Steph en brazos de su padre, mirando atento al genio de Sibenik. A veces pienso que la magia de Curry reside en su capacidad para desdoblarse, como si pudiera jugar y, al mismo tiempo, seguir sentado a pie de pista, como un niño que absorbe todos los estímulos, todas las enseñanzas. Es entonces cuando resuelve el misterio y consigue escapar del laberinto, visualizando una finta o un tiro imposible como únicamente el 30 de los Warriors es capaz de ejecutar.