El Madrid ha destituido a Benítez, que es lo mismo que decir: el Madrid de Pepe, Ramos, Marcelo, Ronaldo y Benzema, ha vuelto a quemar otro entrenador. Como si fuera un terrón de azúcar disuelto en el café, Benítez ha seguido el camino de Pellegrini. Y de Mourinho. Y de Ancelotti. Ninguno pudo seguir el ritmo de un grupo inmarcesible de jugadores, del que haría falta escribir un Evangelio para poder descifrar sus constantes vitales. Ninguno de los cuatro mejores entrenadores de los últimos diez años ha conseguido exprimir a fondo el potencial de esta plantilla. Sólo falta Guardiola, de entre los Top 5 del mundo hoy, y no estoy seguro de que éste fuese capaz de hacer competir al Madrid más tiempo del que lo hizo Ancelotti en 2014.
Llega Zidane. Zidane entronca con el pasado mitológico. Eso es imposible de soslayar, incluso para estos futbolistas capaces de destruir cualquier conato de ultracompetitividad en el seno de su propio vestuario. Zidane evoca aquel tiempo voluptuoso donde el Madrid brillaba en la oscuridad, lejos del presente, lejos de Messi. Es ese tiempo el que pretende rescatar Florentino, al menos para lo que resta de temporada. La fragancia del esplendor, tan remoto ahora. Cuando tienes a Zidane en tu equipo, es imposible que ocurra nada malo. Ese es el artificio emocional buscado con un movimiento, que si bien parece la etapa final de una concatenación lógica de acontecimientos –el proceso evolutivo del proyecto Ancelotti, que arrancó en 2013– irrumpe ahora en medio de una catarsis. Tras la excepción Benítez.
El matrimonio entre Zidane y el Real fue un acontecimiento planetario. Desde su presentación hasta su despedida, aquella tarde fría, contra el Villarreal. Vuelve a serlo ahora, incluso cuando el club está postrado, deportivamente, ante su némesis barcelonista. Portada de L´Equipe, primera plana del New York Times. De nuevo el Real epicentro de las cosas, Alfa y Omega del mundo. En eso, Florentino sigue siendo el mejor. Y eso comenzó con Zinedine Yazid, el hijo de argelinos criado en la banlieue de Marsella. Zidane pertenece al linaje que sometió por última vez a la generación triunfal del Barcelona. Puyol, Xavi, Valdés, Iniesta, todos crecieron amaestrados por el Madrid de Zidane: el control inolvidable, en una esquina del Camp Nou, cuando Zizou suspendió la bola en el aire con cuatro toques, uno detrás de otro. En esa secuencia estaba todo. Cuando el Madrid aterrizó en Barajas, tras el 0-2 de la ida de Copa de Europa en Barcelona, recuerdo que una multitud enfervorizada de madridistas se arremolinó en torno a Zidane, tocándole la calva y cantando “¡Zizou, Zizou!”. Era como una etapa de montaña en el Tourmalet. La tonsura franciscana de Zidane concentraba el deseo y el alivio, la promesa de Canaán, la supremacía de un estilo de vida. Zizou vuelve ahora envuelto en el gol de Glasgow, como el Cid muerto a la carga sobre la hueste sarracena: confiado en su propio halo de nigromancia.
Ahora el madridismo invoca esa calva y esa sonrisa bereber, como exvoto de protección contra la incertidumbre. Nadie conoce al Zidane entrenador, pero todos creen en el Zidane amuleto. Eso es lo fundamental ahora, cuando toda decisión drástica puede postergarse en virtud de la motivación colectiva. En verano, el Madrid habrá de proceder a un análisis profundo y muy crítico. A vender a algunos símbolos, a redundar en los puntos fuertes del núcleo que ganó la Copa de Europa del año 2014. Con Zidane, quien tiene por delante, de momento, un desafío emocional, más que estratégico. Su otro reto comienza también en los despachos, pero deberá ser calmado y sobre todo, soterrado. Lo único que no le conviene ahora es un derrumbe colectivo. Fue un tremendo desacierto despedir a Carlo Ancelotti, a pesar de su nefasto final de campaña. Sin embargo, se advierten los mimbres de una continuidad. Benítez le sentaba a este Madrid de los centrocampistas, como a Jesucristo un kalashnnikov: era disruptivo, pura disonancia a pesar de su profesionalidad, de su método y de su esfuerzo. Pero junio queda lejos. Se respira en Copa de Europa y en la Liga, ¿qué son seis puntos, cuando te entrena un icono capaz de sostener sobre sus hombros el peso del mundo?