( Los partidos de fútbol se emiten con unos segundos de retraso con el objetivo de poder montar las imágenes y ofrecer un relato de calidad. Ese trabajo lo realiza el montador, que en poco tiempo y disponiendo de decenas de tomas diferentes debe realizar una buena narración ).
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El montador de las imágenes de los partidos de fútbol estaba cansado de estar siempre oculto tras jugadores y espectadores. Harto. Quería obtener el reconocimiento de su profesión y su nombre. Era uno de los mejores del mundo en su trabajo: tenía mucho talento y siempre lo había hecho con gusto.
El montador hizo algo que siempre se recordará, aunque le costó el trabajo debido a la violencia que su acción representó para la sociedad y el espectáculo.
Tras el pitido inicial seleccionó las imágenes de la cámara que seguía continuamente al árbitro: cinco minutos en los que se vio a ese hombre correr por el campo sin orden ni lógica. Los espectadores se extrañaron y muchos pasaron a escuchar la radio. Otros muchos lo comentaron en las redes sociales: empezaba la obra del montador.
A los quince minutos, pues el montador emitió cinco minutos de tranquilidad, seleccionó las imágenes de la cámara que seguía continuamente a la pelota: otros cinco minutos sin control ni sentido. Sin goles.
Se le avisó, advirtió y amenazó, de forma que el montador de las imágenes de aquel partido de fútbol alegó errores técnicos incomprensibles para los demás. El montador de imágenes iba a llegar hasta el final. Era el único que podía hacerlo. Solo.
A los cuarenta minutos se quedó con las imágenes de una mujer anciana que se encontraba entre el público, las imágenes la mostraron con una camiseta de su equipo. Bebía y comía algo: mejillones en escabeche. Millones de personas pudieron verla y mancharse. Las redes lo comentaban cada vez más y el partido se escuchaba en la radio para ver en la televisión una nueva obra. Cero a cero.
En el descanso hubo un gran revuelo, muchos enfados y alguna advertencia, aun así no se supo dónde estaba el montador de las imágenes de aquel partido de fútbol. Lo tenía todo controlado: auténtico y violento narrador. No se podía tampoco cortar la emisión: había demasiado en juego y el incidente estaba poniendo en cuestión los cimientos de la sociedad del espectáculo. Se exigía cuidado ante lo desconocido.
Tras el segundo pitido inicial el montador y narrador escogió las imágenes de los porteros. Cuando el balón estaba a la izquierda de la pantalla él emitía al portero de la derecha y viceversa. El resultado del partido se conocía por la radio. La obra era única y espectacular por original o violenta. Uno a dos.
El montador de las imágenes de aquel partido de fútbol recuperó a su público con una buena media hora de buen fútbol emitido y montado. Lo tenía todo controlado: quería que las personas volviesen a las televisiones y dejasen las radios, que las redes sociales echasen humo. Su nombre empezó a circular: alguien lo había filtrado a los medios. Cada vez más empezaban a reconocer esta profesión desde siempre oculta. Se estaba preparando para el gran final. De ahí la calma tensa que hizo preceder con la normalidad y lo esperado. Por lo demás: dos a tres. El resultado interesaba sobre todo a los que apostaron mucho. Uno a dos.
Se llegó al tiempo de descuento y el árbitro permitió jugar tres minutos más. Era el momento de acabar la obra. El montador de las imágenes de los partidos de fútbol y de aquel partido de fútbol en concreto seleccionó finalmente las imágenes que se estaban grabando de él para controlar que hiciese bien su trabajo. Fueron sus tres minutos finales en directo. Todos le contemplaron. También era guapo.