Aquella mañana de domingo se reunieron como de costumbre, en el garito habitual -terraza soleada-, para otro de esos aperitivos en que se reconstruyen, entre colegas, las lagunas de la noche anterior. Mientras el Rabino, paladeaba un primer trago de zumo de cebada, expuso en voz alta otra reflexión sobre las infinitas bondades del brebaje que descendía por su garganta, en particular, a la hora de metabolizar excesos etílicos. El discurso lo remató con un elocuente: «La cerveseta és mel de romer pa’la resaca«. En medio de semejantes disquisiciones, otro de los presentes, Dirty Henry, apostilló: «S’imagineu una cervesa que duguera un glopet de mel de romer?«
En ese momento, Impulsor, sintió como encajaban varios engranajes en su mente, oyó un click, y el mecanismo empezó a girar. Con la parsimonia habitual de sus gestos, alzó la jarra al aire y dijo: ¿Qué os parece si averiguamos cómo hacer una birra así?
De este modo comenzó la alquimia en la Ciudad de las Cenizas. La poción resultó densa como una vaharada del poniente en la antigua Saetabis pero, su sabor, un estallido gustativo inconfundible. He aquí la cuestión, estos druidas cerveceros eran conscientes de que en el genuino sabor de la miel y el romero residía la clave. Hasta la saciedad se sucedieron los ensayos. La esencia era magnífica, ellos lo sabían, pero seguía siendo muy robusto el trago inicial, una resina líquida deliciosa aunque demasiado potente. Después, evolucionó la composición hasta parecer la caricia de un zarzal cuando se cogen moras silvestres. La fórmula distaba aún de convertirse en el néctar de lúpulo que ahora es, y para ello fue necesaria la aparición de una ninfa de los bosques, versada en aromas y botánica, puesto que les ayudó a lograr el elixir definitivo.
La Socarrada, al fin, veía la luz, en su versión más delicada, y los paladares del mundo, sedientos y anhelantes de nuevas experiencias, comenzaban a deleitarse con esta bebida inclasificable. El contenido de la cantimplora de Astérix, quizá, tuviera un regusto semejante. Consistente e inspirador.
Sin lugar a dudas, el Rabino e Impulsor, atreviéronse a ir un paso más allá. Al probarse a sí mismos, a través del alambique, sublimaron su amor por esta pócima vigorizante, hasta alcanzar el Olimpo de las cervezas artesanas. Aunque las hordas bárbaras fermenten los cereales con maestría germánica nunca pudiera ocurrírseles una genialidad como la Socarrada, por que no es posible decir, con ninguna otra cerveza del planeta, algo tan rotundo como: «Ché, açò és mel de romer«. Lo que en las tierras del Mediterráneo occidental se entiende como: Esto es una exquisitez. Pues eso.