Recientemente tuvo lugar en Madrid uno de los ejercicios de pedagogía política más refrescantes de los últimos años. Como esperanzador y rejuvenecedor fueron los movimientos sociales surgidos tras la explosión del 15-M y los partidos y agrupaciones a los que luego dieron forma, la presentación del Pacto Nacional por la Educación de Ciudadanos no dejó indiferente a nadie. Por fin un poco de pragmatismo. Se tocaron temas mediante propuestas concretas como la cultura del mérito, la capacitación técnica de profesores a través del endurecimiento de las pruebas de acceso, la reorganización del abanico de grados y másters universitarios. Además, se abordaron otros conceptos que algunos políticos bien deberían conocer y aprender como la inteligencia emocional u otras competencias a adquirir como la oratoria, básica para expresar las ideas con claridad o ser capaz de afrontar con garantías una rueda de prensa con periodistas y políticos de carne y hueso. El plasma no debería entrar en los planes educativos.
Finalmente debate, de altura, sin navajazos ni trastos a la cabeza. El tono cordial, sin mirar al pasado, ya se ha perdido demasiado tiempo (y dinero) en embarrar el debate educativo. La apuesta del partido naranja es arriesgada. Muchos otros fracasaron en el camino prometiendo la enésima reforma del sistema educativo español, lastrado por la falta de competencia de los alumnos en comprensión lectora, matemáticas y así un largo etcétera de variables en las que nos superaban la gran mayoría de los países de la OCDE, sacándonos los colores año tras año tras publicarse el informe PISA. Habrá gente sin duda que tache de oportunista y partidista el encuentro y las medidas del partido de Albert Rivera pero, ¿qué no es partidista hoy en día?
En 40 años de democracia no hemos conseguido bajar del 20 por ciento de abandono escolar. Lamentablemente, el bipartidismo nunca ha conseguido ponerse de acuerdo y remar en la misma dirección con algo tan importante como la Educación, que viene a ser la cantera de la sociedad. Y mientras tanto, estudiantes, profesores, académicos y padres son engullidos por una reforma tras otra.
Este lunes se vio coherencia y pragmatismo; sensatez y templanza. Desde luego que hay varios puntos del plan educativo propuesto por C’s con los que muchos no estarán de acuerdo. Para eso se debate, para eso (según cuentan) deberían servir los políticos. Los egoísmos y envidas, así como la falta de cintura política y sentido de Estado son sin duda los enemigos acérrimos del último intento de hoja de ruta del mapa educativo español. Porque aquí se entra en el meollo de la cuestión. Nacionalistas e independentistas versus derecha reaccionaria y, en medio, sectores de izquierda intransigente, todos ellos sectores con gran músculo y poder, que serían capaces de tumbar un acuerdo de Estado en materia educativa por asuntos como la dicotomía entre la religión o educación de la ciudadanía.
Al final, nunca se separa el grano de la paja. Reforma y contrarreforma. Así durante cuatro décadas. Y no será por falta de tiempo. Ya no vale la excusa de que tenemos un retraso histórico motivado por la autarquía y la cerrazón de la dictadura franquista. Finlandia se separaba del yugo de la URSS tras la caída del muro de Berlín y realizó una apuesta fortísima en materia educativa a principios de los 90. Apenas cuatro o cinco legislaturas después (una generación), el país nórdico lidera muchas de las clasificaciones de los estándares PISA junto a los siempre aplicados estados del Lejano Oriente (China, Corea del Sur, Japón, Taiwán…)
Ninguna universidad española está entre las cien mejores del mundo. Esa es la realidad, sea cual sea el ranking que se quiera consultar. Nelson Mandela afirmaba que “la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo”. España acumula años de travesía por el desierto y viaja desarmada. Llegarán nuevas crisis, cíclicas en la economía capitalista, y el país volverá a salir peor parado que otras naciones de la OCDE. Si Ciudadanos, la derecha para la izquierda o la izquierda para la derecha, consigue que de una vez hagamos un pacto nacional por la educación habrá valido la pena.
Quizás, y solo quizás, se pueda emprender un camino que lleve (dejando visiones cortoplacistas aparte) a recoger los frutos de un plan ambicioso a una generación vista. Si algunos ya izaron anclas y han comprobado que la inversión en educación e I+D+i es la mayor garantía de retorno de una inversión, ¿será la sociedad y –por ende los políticos españoles– capaz de elegir las gafas correctas para la miopía crónica en materia educativa? Esperemos. De lo contrario, que Dios nos coja educados.