Hoy escribo desde la indignación. Si usted frecuenta este espacio rápidamente recordará que el tono de mis reflexiones es generalmente pesimista, pero hoy ni siquiera alcanzo ese estadio; hoy estoy profundamente irritado.
Hace 15 años la naturaleza se manifestó ferozmente –como cada vez que lo hace– en el estado venezolano de Vargas, una región costera a escasos 20 minutos de Caracas. Ese día estaba convocado un referéndum para aprobar la nueva constitución de la República, y a pesar de que en aquella zona llovía sin parar, la “Revolución” no aceptaba pausas ni distracciones. Por estos lados es imposible encontrar cifras reales de lo que fue aquella tragedia, ya que esta es una sociedad dividida entre buenos y malos; entre mentirosos y traidores; y ningún bando se ha preocupado por llevar a cabo una investigación desinteresada de una catástrofe que casi acaba con un estado entero.
Aquella constitución fue votada por una mayoría aplastante de los pocos que participaron en el acto electoral. En los jolgorios posteriores a su aprobación –por estos lados celebramos cualquier tontería con licor, cohetes y baile–, ella fue calificada como una “referencia mundial” en cuanto a garantías y derechos para la población, mientras una importante cantidad de varguenses se ahogaba en agua, barro y escombros. Aquella montaña, que había servido de vivienda para los olvidados y renegados de regímenes anteriores a los que el estado había abandonado, se convertía en su propio verdugo, bajo la indiferencia de quienes prometían cambiar tanto desprecio.
Verá, mi estimado lector, por estas latitudes, izquierda y derecha no son izquierda y derecha; sólo son dos discursos diferentes con un mismo fin: aprovecharse de las riquezas del Estado. Puede que no siempre haya sido así, pero en estos tiempos de comida rápida y de 140 caracteres, aún estos señores están por demostrar que luchan por algo más que un interés particular.
A 15 años de la tragedia de Vargas, Venezuela sigue siendo un país dividido. El gobierno no recuerda a los caídos en “la batalla constitucional” y celebra, con el mayor descaro del mundo, la aprobación del texto legal, a pesar de que la fecha debería dar más para el luto que para el bonche. Y la oposición, antes que convertirse en alternativa a tanto desaguisado, brilla por su ausencia, o mejor dicho, se hace notable a partir de sus traiciones, sus jugarretas y su inconsistencia ideológica. Lo dicho.
Ya le decía hace unos días, cuando me refería al get together peruano –y mire que le avisé que aquello no iba a ningún lado–, que el ser humano es capaz de sacrificar vidas actuales o futuras con tal de saciar su apetito de poder. El desastre que significó la cita en suelo inca y el bonche venezolano constituyen nuevos ejemplos de que nuestra especie, la humana, no aprende, y yo, que comencé estás líneas indignado, he vuelto a mi pesimismo natural.
Las muerte y la vida; qué ligero que es todo para el poderoso y qué frágil es todo para los que caminamos por estas calles…