El ruido checo intraducible de la sala de fumadores me indujo a reflexionar. El ambiente cargado y ese detestable humo, que a su vez era harto característico, me hicieron entrar en trance sin necesidad de drogas. Me levanté con las piernas entumecidas, fui a la cocina de la cafetería, llamé a la puerta de madera carcomida y pedí la cuenta. “Goodbye”, dijo la camarera alargando el papelito sin reconocerme. “Nashla danou”, contesté yo.
Sillas recicladas, mesas antiguas y cutres, paredes estampadas, suelo de madera corroída y humedad, mucha humedad. Un piano, un sofá vintage, tablas de ajedrez, jazz, swing y creo que blues, bastante blues. “Dobra Trafika es la cafetería más auténtica de Praga”, recordé mientras acariciaba mentalmente la exposición de fotos del pasillo. Anduve como alma en pena o como pena en alma, a saber. El dependiente de la entrada introdujo los datos de mi pedido en ese viejo ordenador al que yo ya tanto cariño le había cogido. “See you soon”, dijo sonriente. “See you soon”, contesté como un lorito. Salí y me permití un segundo para saborear esa bocanada de aire fresco común en las afueras de las grandes ciudades a altas horas de la madrugada. Y respiré una vez más en un inútil intento de conseguir rebajar ese colocón de emociones acumuladas durante un tiempo. En un intento de asimilar que estaba terminando una etapa.
Praga, capital de la República Checa, dicen que es preciosa. Aunque algunos no saben exactamente a qué se refieren.
Cinco meses atrás, cuando bajé del avión, me puse a seguir inconscientemente las pistas de Franz Kafka. Pronto descubrí que lo único que queda del escritor checo que firmaba en alemán es una plaza con su nombre, un museo en su honor y muchos turistas que se llenan la boca con La metamorfosis. Ahora, si alguien me preguntara mi opinión sobre la ciudad diría que Praga no tiene nada que merezca la pena destacar. No tiene grandes museos ni grandes plazas para sacar impresionantes fotografías. Praga no tiene altos rascacielos ni amplias avenidas. Los suelos de toda la ciudad están mal pavimentados, está plagada de turistas y los taxistas timan a todo aquél que no hable checo. Lo bueno es que nadie me pregunta cosas tan concretas, así que nunca lo cuestiono demasiado.
He oído decir que Praga es preciosa. Aunque algunos no saben decir por qué. Ni siquiera yo.
Pronto descubrí también que inconscientemente había encontrado tres lugares donde cobijarme cuando el olor rancio de la moqueta de mi habitación se instalaba en mis neuronas, o en otras partes de mi cabeza. Dobra Trafika, Abstrakt y Akropolis constituyeron los tres vértices de lo que un sabio amigo mío bautizó con “Triángulo de las Bermudas”. Los más auténticos, los más viejos y dejados. Los mugrientos. Esos lugares que apestan y en los que las escenas siempre son sórdidas. Espacios tan cerrados y tan subterráneos que da igual que sea verano u otoño.
“Praga es preciosa”, en muchos idiomas. Y, bla, bla, bla.
Lo fascinante de esta ciudad es que no hay nada visible que sea fascinante. El castillo puede impresionar, el río Vltava, también. The Dancing House o Charles Bridge, puede que también. Old Town Square o The Jewish Court. Muchas fotos. Sin embargo, si alguien me preguntara a mí, diría que lo que me gusta de Praga es la actitud reacia de sus habitantes. La esencia de una ciudad introspectiva y a su vez encantadora. El valor o capacidad de no seguir la moda estilística y vestirse y peinarse como les da la gana. Horteras, mucho. Admirables, quizás más. Se mueven como gusanitos entre las callejuelas, pasando desapercibidos entre la marabunta de turistas. Viven una vida casi en paralelo, mostrando su coraza patriótica en muchas ocasiones, reservando sus palabras y mejores sonrisas para los suyos. He mirado y observado a los jóvenes checos, residentes en la capital de la Bohemia. No he entendido ni dos solas palabras, pero ríen, se abrazan y gritan mucho. He pisado muchos bares, amanecido en muchas fiestas y he comparado. Los checos beben y viven la música y priorizan eso en las discotecas o antros salvajes. Ahí no se sale a ligar.
Praga tiene dos Pragas: la de los turistas, la de los locales. Sin necesidad de confluir en ningún punto. Una ha sabido convivir con la otra. La otra con la una.
Dicen que Praga es preciosa y lo dicen mucho. Dicen y dicen y yo voy a dejar de decirlo porque no es necesario sobrevalorar.